Es probable que no exista una crisis energética, pero es claro que el suministro de gas natural argentino vive una crisis profunda. Lo que partió hace un año, y fue replicado por el gobierno con gestiones al más alto nivel y no pocas intenciones de llevar el racionamiento a paneles internacionales, hoy se enfrenta con evidente resignación. La suma urgencia otorgada a la reforma de la ley eléctrica -que desincentiva el uso del gas- demuestra de manera palmaria la renuncia del gobierno chileno a elaborar un plan que impida o disminuya los recortes gasíferos. Una reforma urgente que algunos observadores interpretan como una nueva improvisación en materia energética, tal vez similar a la decisión de finales de la década pasada para masificar el uso del gas.

La crisis ha tenido impactos diversos en el parque industrial. Hay empresas que pueden hacer el cambio a petróleo con sólo girar una válvula; sin embargo, hay otras que aún no cuentan con esta tecnología y muchas que no tienen los recursos para realizar la inversión. Asimismo, dependiendo del rubro, existen industrias que no sentirán un alza en los costos al pasar del gas al petróleo, sin embargo otras sufrirán altos impactos. Entre los industriales la crisis no ha sido recibida con la misma calma con que lo ha hecho el gobierno, y ya se escuchan demandas para llevar la controversia ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). El curso que siga la crisis y la tendencia que mantenga el precio del petróleo serán factores clave para las futuras acciones de las cúpulas industriales.

El gobierno reaccionó la semana pasada ante la emergencia, sin embargo, tras los recortes del invierno de 2004 no pocos análisis preveían la repetición del problema. El déficit de gas natural en la economía argentina -sostiene un informe del año pasado de la Cámara de Comercio de Santiago- es del orden de 8,5 millones de metros cúbicos diarios, equivalentes a un seis por ciento de su producción actual, en tanto a Chile le exporta alrededor de 18 millones de metros cúbicos diarios. “Las razones de fondo del déficit son el fuerte crecimiento por el que atraviesa Argentina desde 2003, la mayor preferencia de la economía por el gas como fuente energética, producto de las distorsiones de precios arrastradas desde la pesificación de las tarifas en 2001 y, por último, las limitaciones técnicas para elevar la producción durante 2004 y en adelante, en vista de un statu quo en materia de nuevas inversiones y prospecciones provocado por la misma distorsión de precios”.

Los empresarios de ambos lados de los Andes atribuyen el colapso en el abastecimiento de gas a las bajas tarifas impuestas por el gobierno argentino. Las compañías, en vista de los magros resultados y de sus poco auspiciosas expectativas derivadas de las bajas tarifas, habrían reducido sus inversiones, necesarias para mantener el suministro en una economía en rápida recuperación. Por tanto, para los empresarios, la causa del problema radicaría en el congelamiento tarifario.

Este enunciado es, sin embargo, una verdad forzada. La experiencia nos dice que no hay una directa relación entre un suministro energético seguro y altas tarifas. En 1999, cuando en Chile hubo racionamiento eléctrico debido a la sequía, las tarifas no eran, comparativamente, más baratas que hoy. Y así ha sucedido con los cortes de energía más recientes, y así también sucedería en el futuro si nuevamente tenemos un año seco. (Hoy no son pocos los especialistas del rubro energético que prevén problemas en el suministro eléctrico para este invierno).

Los empresarios no están interesados en lograr un suministro permanente y seguro; sí lo están en lograr una buena rentabilidad. Y qué mejor muestra que las históricas ganancias que éstas y otras compañías obtuvieron durante el año pasado. A la vista de estas cifras, el modelo chileno es el paradigma regional para el engorde corporativo: altas tarifas, bajas inversiones y enormes utilidades.

El racionamiento de gas corresponde al afán de lucro desmedido de las compañías, no a tarifas injustamente establecidas. La falta de inversiones en Argentina no deriva de tarifas bajo los estándares internacionales, sino a un plan que privilegió las exportaciones frente a la expansión de la infraestructura interna, que permitió el financiamiento de inversiones exclusivamente vía endeudamiento y el giro desmesurado de utilidades.

El consumidor como pedra de tope

El gobierno chileno ha traspasado el problema a los industriales y, finalmente, a los consumidores. Cada chileno se hará cargo de la crisis incrementando su propia crisis personal. La autoridad económica ha tomado con extrema naturalidad el problema y se lo ha entregado al mercado, como si aquí se hallara la mágica solución. Y, sabemos, bajo este paradigma, que el que paga es el más débil.

Las afirmaciones de nuestras autoridades se apoyan en la fe en el mercado, el cual ha de mantener desde arriba sus equilibrios. Como un sistema que se corrige a sí mismo a costa del desorden de su entorno. Como una máquina implacable con todo lo que frene su expansión y crecimiento. Como un fenómeno que ha hallado en Chile su mejor laboratorio, en sus consumidores los más perfectos conejillos y en su clase empresarial y, sobre todo política, sus más entusiastas promotores. Así, un fenómeno que suceda en otras latitudes, como una ola, un temporal, una decisión política, pone en marcha la precisa maquinaria que equilibra por arriba y aplasta hacia abajo. Los recortes al suministro de gas natural argentino, que han creado un desequilibrio mercantil, hallaron con suma rapidez a este lado de los Andes el equilibrio corporativo, que por arriba es la mantención de las utilidades y, por abajo, el alza de las tarifas o precios finales de los productos.

En las actuales circunstancias, existen altas probabilidades de una prolongación indefinida de los recortes al suministro, lo que pone en duda las políticas energéticas chilenas. Lo que expresa este problema no es sólo la insuficiencia de recursos energéticos, carencia, por cierto, que comparte la mayoría de las naciones en el mundo, sino problemas en sus políticas, por la ausencia de verdaderas políticas de integración. Se trata de un fenómeno de carencias cuando, por ejemplo en Bolivia, abundan los recursos energéticos.

Bolivia tiene enormes recursos energéticos, de los que Chile carece. Por un lado están las reservas probadas, que corresponden a 28 trillones de pies cúbicos; por otro lado están las reservas probables, que son reservas que se puede asegurar que existen y, por último, están las reservas posibles. Todas ellas llegan a un nivel de 56 trillones de pies cúbicos, que es una cantidad impresionante que, en términos de tiempo, permitiría a Bolivia exportar grandes volúmenes no sólo a Brasil, sino a tres o cuatro países durante 200 años.
Pero ésta es una posibilidad remota. Las telarañas históricas impiden cualquier vínculo energético con Bolivia, aun a través de Argentina, lo que nos deja aislados en materia de gas y de integración política, en un aislamiento, una falta de peso político en la región y una incapacidad de asumir un error estratégico. Lo que ahora espera a los consumidores chilenos es apuntalar, vía alza de precios, aquel colosal desacierto