Por eso no es casual que los pibes de diez años sean considerados capaces de las peores atrocidades aunque no las hayan cometido.

Porque si el sistema dice que en el país que parió aquellas palabras sublimes de libertad, igualdad y fraternidad y que se convirtió en uno de los faros de occidente, todos los demás estados en el mundo deberán comprender que más allá de los seis años nenas y nenes son muy capaces de cualquier cosa.

Así lo entendieron en Mar del Plata, otrora ciudad feliz de la Argentina, sur del mundo, occidental, cristiana y moderna, país en serio y normal, saliendo del infierno, como dicen sus circunstanciales gobernantes.

Los celadores del orden son adelantados. Saben interpretar las señales que vienen del primer mundo.

Si en Francia el camino al ultraprofesionalizado mundo del fútbol empieza a los seis años, cualquier muchachita o muchachito mayor de esa edad es potencialmente un elemento responsable de sus actos y peligroso si va en contra de los designios del poder.

En la calle Rivadavia de Mar del Plata, dos chicos de diez años fueron metidos presos. No cometieron ningún delito, pero ya tenían diez años. Les descubrieron cinco réplicas de pistolas. Es decir, no eran armas. Eran juguetes.

Dice la increíble crónica que parece ser escrita por un funcionario de la policía marplatense que “si bien la tenencia de tales elementos no configura delito, no puede obviarse que frecuentemente las réplicas son empleadas para cometer hechos delictivos”.

Precisa lógica del sistema. Portación de caras, ropas y juguetes definen al delincuente. Anticipan el robo o la vejación.

La nota dice que los chicos “merodeaban sospechosamente el mencionado sector céntrico”. No hay explicaciones ni descripciones que expliquen los adjetivos, que den sustento al adverbio “sospechosamente”. Parece que al redactor no le importó demasiado. Simplemente se limitó a copiar el parte policial.

Agrega la información que “una versión indica que el proceder de los uniformados tendría relación con cierto conocimiento previo de los menores, que habitualmente suelen deambular por la zona”, una verdadera joya del prejuicio y del periodismo como mera correa de transmisión de los factores de poder, como suelen ser las policías provinciales.

Los pibes terminaron encerrados en el Hogar Arenaza, porque desde el juzgado de menores número 3 los calificaron inmersos en “abandono físico y moral”.

Los dos chicos no tenían armas, sino juguetes; no cometieron delito alguno, pero caminaban por el centro; y terminaron presos. La lógica del sistema. Deberán aprender que con diez años son potenciales criminales o robots bajo las órdenes de distintos patrones.

# Nota publicada en la Agencia Pelota de Trapo (Argentina)