Bajo la influencia de Estados Unidos, el sueño democrático se está convirtiendo en pesadilla en todas partes del mundo. En Dinamarca, se obliga a los electores a votar de nuevo hasta que aprueben el Tratado que les presentan; en Estados Unidos, se comete un fraude masivo y se proclaman los resultados antes de terminar el conteo de votos; en Afganistán, los soldados estadounidenses se apoderan de las urnas y las abren en un lugar secreto; en Ucrania, la NED-CIA paga manifestantes para ocupar las calles y apoderarse del poder luego del fracaso electoral de la coalición política favorable a Estados Unidos; en Palestina, se le impide a un partido político que presente un candidato a las elecciones presidenciales y, más tarde, cuando el mismo partido gana las elecciones legislativas, sus diputados son secuestrados, así como los miembros de su gobierno; en Montenegro, se obliga a los electores a votar por la secesión para no aceptar finalmente su veredicto a menos que obtengan una cantidad de votos que va más allá de la mayoría absoluta; en Líbano, se trata de erradicar un partido político bombardeando el país.

Todo esto eso sucede mientras los medios de difusión observan el más profundo silencio sobre estos hechos y siguen utilizando la palabra «democracia» sin establecer jamás el verdadero significado de ese término.

Es importante señalar también que, fuera de América Latina, nadie se interesa por el caso mejicano. Luego de la votación para las elecciones presidenciales del 2 de julio [2006] de 2006, la administración declaró vencedor –con una reducidísima ventaja– al candidato del partido en el poder aún antes de terminar el conteo de los votos, a pesar de las denuncias de numerosos casos de fraude y sin tener en cuenta que el Tribunal Electoral es la única institución autorizada a proclamar los resultados del escrutinio. Ante la cólera de los electores, las grandes agencias internacionales de prensa dieron a entender que el líder de la oposición era simplemente un mal perdedor y que la polémica era una muestra del folclor local.

A lo largo de su mandato, el presidente saliente, Vicente Fox, jefe de la Coca Cola en México y amigo personal de la familia Bush, sometió el país a la política de Washington. Tomando como pretexto el libre comercio, anuló toda la protección aduanal de la economía mejicana sin obtener por ello la menor reciprocidad por parte de Estados Unidos. Sacando a su país de su tradicional neutralidad, apoyó las acciones de Washington contra Cuba. El propio Fox designó como su sucesor a Felipe Calderón.
Por su parte, el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, tenía la intención de romper con esa política y retomar objetivos favorables a la soberanía económica y a una repartición menos desigual de la riqueza, convirtiéndose así en una especie de oveja negra para los neoconservadores.
Un tercer candidato, Roberto Madrazo, era el representante del PRI, la formación política más antigua de México, ya desgastada al cabo de 70 años seguidos en el ejercicio del poder.

Felipe Calderón, candidato respaldado por los neoconservadores, y Andrés Manuel López Obrador, candidato de la izquierda mejicana.

Veamos la increíble regla del juego impuesta por los amigos de Bush. El Instituto Federal Electoral (IFE), o sea, la institución oficial mejicana encargada de organizar las elecciones, supervisa más de 130 000 colegios electorales, que los mejicanos llaman «casillas», constituidas en 300 distritos. El IFE recoge los resultados y los transmite a una institución independiente, el Tribunal Electoral, encargado de verificarlos y de darlos a conocer.
Sin embargo, el IFE montó un buró de estadística. Este hizo un primer estimado sobre la base de un sondeo realizado «a boca de urna» en 700 colegios electorales antes del cierre de la votación. Sobre la base de ese estimado y de los resultados de elecciones anteriores, los estadísticos del IFE establecieron fórmulas matemáticas que, según ellos, les permitían extrapolar los «resultados electorales preliminares» desde el fin del conteo de las primeras urnas sin tener que constituir una muestra representativa.

 La primera manipulación consiste en presentar como resultados definitivos lo que no eran más que simples proyecciones estadísticas establecidas por un grupo de funcionarios del gobierno.
 La segunda manipulación consiste en escamotear los resultados de los colegios electorales con el pretexto de que no son creíbles porque se alejan demasiado de la proyección estadística. El IFE se tomó así la libertad de rechazar tres millones de votos, de los cuales sólo reintegró dos millones y medio al cabo de una verdadera batalla política.
 La tercera manipulación es lo que los mejicanos llaman popularmente “el embarazo de urnas” ya que el IFE aceptó los resultados de 18 646 colegios electorales en los que el número de votos registrados es superior a la cantidad de electores inscritos (participación superior al 100%).
 Al no disponer de los medios informáticos necesarios para llevar a cabo su cometido, el IFE subcontrató para la realización del trabajo informático una oficina privada dirigida por Diego Zavala, cuñado del «vencedor», Felipe Calderón.

Ante tales manejos, el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador recurrió al Tribunal Electoral y pidió un nuevo conteo voto por voto.

El escrutinio no es, sin embargo, más que la parte visible del iceberg ya que la propia campaña no ofreció las condiciones necesarias para el debate democrático.

Según un estudio de Global Exchange, los dos grandes emporios televisivos de México, Televisa y TV Azteca, dieron muestras de parcialidad y recurrieron a la difamación (ver cuadro).

Televisa TV Azteca
Trabajos contra López Obrador 91 23
Trabajos contra Roberto Madrazo 46 8
Trabajos contra Felipe Calderón 25 7

La campaña de prensa contra López Obrador alcanzó su punto culminante con la transmisión de un spot publicitario que lo presentaba como «Un peligro para México». La violencia de la frase llevó al Tribunal Electoral a poner fin a la difusión del spot.

Según la ONG Global Exchange, se reportaron numerosos casos de presiones ejercidas sobre los electores de comunidades a los que se les hizo saber que si «escogían mal» se les privaría de subvenciones federales que les resultan indispensables para sobrevivir.

Tres semanas después del fin del escrutinio, el Tribunal Electoral no ha proclamado ningún resultado definitivo. La confusión es total pero Felipe Calderón se proclama ya jefe de Estado y afirma constantemente que no cederá ante el chantaje y las amenazas de la calle mientras que negocia con uno de sus rivales, Roberto Madrazo, con vistas a la formación de una alianza parlamentaria.

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