La dictadura reprimió violentamente a los mapuche, asesinando, desapareciendo, deteniendo y torturando a hombres y mujeres. Los gobiernos civiles también han hecho lo suyo. No han trepidado en aplicar la Ley de Seguridad Interior del Estado y, la presidencia de Ricardo Lagos, la ley antiterrorista, para intentar desarticular al movimiento mapuche.

Antonio Naín Naín, comunero de Temucuicui, padre de José Naín Curamil, condenado a 5 años y un día y preso en Angol.

Antonio señala con tristeza que el gobierno los tilda de terroristas, pero “ningún mapuche es terrorista, estamos sólo pidiendo cosas nuestras. A la autoridad le cuesta comprender. Ponen todo al revés, mienten. Mi hijo José no ha caído por asesino, sino por el derecho a defender lo nuestro. Estábamos muy mal en esta comunidad y no se aguantó la necesidad, el hambre, no se podía criar un solo animalito, no teníamos nada. Había gente que no tenía ni un metro de tierra y tenían que vivir de allegados con sus familias, porque un particular primero y después las forestales habían privatizado todo. No daban nada, ni una colilla de pino, ni agua, nada. Abusaron harto, hasta calabozo tenían los particulares”.

Efectivamente. La sucesión Paterson, que había usurpado tierras mapuche a comienzos del siglo XIX, explotaba el predio para su beneficio sin importarle la suerte de los mapuche. A pesar de lo injusto de la situación -señala Antonio Naín- “los mapuche poco entendimiento tenían, los envolvían, engañaban, porque pensaban que como asalariados podían sobrevivir. Así les quitaron casi toda la tierra”.

Con el gobierno de la Unidad Popular y su política de reforma agraria hubo transformaciones significativas: se expropió el fundo de los Paterson. Sin embargo, el golpe militar nuevamente puso a los mapuche al borde del exterminio, pues -recuerda con dolor don Antonio- “para el 73 sacaron gente a la fuerza, detuvieron y torturaron a toda la gente de acá. No les importaba nada y pateaban hasta los vehículos de la Unidad Popular. Los militares me quemaron mi ranchito y me llevaron preso a Collipulli. Nos trataron mal y abusaron. Nos dieron duro, no tuvieron compasión con uno. Pinochet quería eliminar a todos los pobres. Quería dejarle el país a los ricos, pero Dios ama a los pobres y a los mapuche. Fue muy dura esa época, no me dieron trabajo, nada, y lo necesitaba mucho. Nos decían terroristas y hoy también nos dicen terroristas”.

Y los llaman terroristas simplemente por el hecho de luchar por su subsistencia como pueblo, por intentar recuperar sus tierras. Así lo hizo José Naín Curamil, quien se erigió en uno de los líderes de la comunidad de Temucuicui en su bregar contra la Forestal Mininco y en la defensa de la comunidad contra la represión policial. “Hoy se encuentra injustamente condenado por un delito que no cometió. Lo acusan de un incendio en el fundo Alaska, en 1999. Pero todos saben que la Forestal tenía guardias de seguridad, que pagaban gente para hacerlo y luego nos cargaban a nosotros”.

Por ejemplo, en 1999, José Naín también fue procesado junto a otros catorce comuneros por, presuntamente, haber quemado dos máquinas retroexcavadoras en el fundo Alaska. “Fueron absueltos, porque nada tenían que ver en eso y estaba claro que la gente de la Forestal lo había hecho. Es que ellos hacen su maldad y no les pasa nada”. Mientras, los mapuche son perseguidos.

Newen Catrillanca Marín, de un año dos meses, víctima inocente de la represión contra el pueblo mapuche.

De hecho, José Naín Curamil y Marcelo Catrillanca Queipul fueron condenados a 5 años y un día de presidio mayor por el juzgado de Collipulli por ser -de acuerdo a la justicia chilena- autores del delito de incendio. Posteriormente, en 2002 la Corte Suprema rechazó un recurso de casación y ratificó la condena dictada por el tribunal de Collipulli.
Todo es mentira, reitera el padre de José Naín. “Por eso él nunca se escondió. Tampoco, en ningún momento, el hombre se echó para atrás. En ningún momento tuvo miedo. Y para nosotros fue muy triste. Su mamá lo echaba de menos, lloraba todos los días. Además que la visita a la cárcel era humillante, nos revisaban todo. A José, sobre todo al principio, lo trataban mal, aunque ahora está mejor, porque fue trasladado a otra parte, a un centro abierto en la misma ciudad de Angol. Pero la situación es dura para todos. José tiene dos niñitas que sufren mucho. La esposa tuvo que irse al norte a trabajar de temporera, porque no tenía nada y tuvo que dejar a las niñas con los abuelos. Vamos a verlo cuando podemos, pero siempre falta la plata. Ahora lo va a visitar gente mapuche, universitarios. No se qué pasará más adelante, porque cuando cayó preso ni la comunidad se acordaba. Como cuando se tira una piedra al raudal, ésta se pierde; así pasaba con mi hijo y la gente no lo iba a ver. Era raro, porque él había luchado para recuperar las tierras de la comunidad. Recuperamos cerca de 2.000 hectáreas de Mininco, aunque la Forestal sacó casi todo antes de irse, sacó toda la maquinaria y taló casi todos los árboles. Esta tierra no tiene ningún beneficio, no tenemos ganado. Tenemos una chacrita, se siembra poco, porque la tierra está cansada y ya casi no da. A veces no se come nada, se siembra tarde o se lo come la helada, porque de repente se descontrola la tierra, pero estamos tratando de arreglar las cosas”.

Marcelo Catrillanca está condenado por el mismo delito, “aunque nunca hizo nada y sólo luchó por los derechos del pueblo mapuche”, como sostiene su esposa Teresa Marín Melenao en su casita en una de las breves colinas de la comunidad de Temucuicui. La vida no es la misma desde que Marcelo decidió no entregarse a la justicia, porque está convencido de que a él lo condenaron por mapuche y nada más. Teresa, al igual que el resto de la comunidad, sufrió la violenta represión policial y el hostigamiento permanente de los agentes del Estado que defendían los intereses de las forestales.

“A los mapuche los condenan por luchar por sus tierras, dice categórica, y nos reprimen. Acá allanaban siempre, venían los carabineros, golpeaban a todo el mundo, no respetaban a nadie. Los niños veían eso y por eso le tienen miedo a los carabineros y también a los de Investigaciones, porque también han venido. Allanaron la casa y los niños andaban tiritando, no sabíamos qué hacer de miedo. Los niños lloraban y al abuelo de Marcelo, que es sordo y ciego y tiene casi cien años, tampoco lo respetaron. Por eso no puedo dormir tranquila, dormimos todos juntos. Sufren los niños y sufro yo, pero no me voy a ir de aquí, no voy a dejar mi casa, aunque todo sea difícil. A Marcelo lo condenaron hace más de un año y desde ahí que no lo veo y no sé cuándo lo voy a ver nuevamente. Estoy mal, no soy feliz. Desde que condenaron a Marcelo vivo con pena, pero no quiero irme de aquí, aunque pase hambre”.

Impresiona la decisión de esta joven mujer que, al igual que su esposo, es castigada con todo el odio del sistema, por el mero hecho de ser mapuche. Sin embargo, son sus hijos, Camilo de 10 años, Paulina de 7, y Newén de apenas un año de edad, los que muchas veces sufren en silencio el racismo chileno. Y no es sólo la violencia y el abuso policial, sino que la estupidez, la maldad y la indolencia de muchos. Camilo, el mayor, quedó repitiendo el cuarto básico, pues le es imposible concentrarse al estar preocupado de todos los vehículos de los carabineros que pasan cerca de la escuela. No puede olvidar la represión de la cual ha sido testigo en estos años. Nadie en su escuela le ha ayudado. Tampoco a su hermana Paulina. De hecho, narra la indignada madre, “por mucho tiempo mi hija lloraba, no comía, y creía que al papá lo habían matado. Pero además, la profesora todos los días le preguntaba por el papá, que dónde alojaba, que dónde comía. Después me enteré que es esposa de un carabinero y estaba tratando de sacar información. Hablé con ella y le dije que estaba sapeando, que cómo podía hacerle eso a una niñita, que si no le daba vergüenza. Trató de disculparse”. Pero estas tardías disculpas de poco sirven para calmar las pesadillas y los temores de estos niños, víctimas, al igual que sus padres y sus abuelos, y los abuelos de éstos, del racismo, la discriminación y la represión huinka.

Entre varios familiares formaron la Agrupación de Familiares y Amigos de Prisioneros de Conciencia Mapuche Mvñal leaiñ taiñ Mapumu (Libre en nuestro territorio) “para ayudarnos entre todos, para que los mapuche y los no mapuche sepan que son muchos los peñi y las lagmien presos y perseguidos por luchar por sus derechos y porque la cárcel es la pena más grande que uno siente”. Y, por cierto, para luchar por la libertad de todos los presos políticos mapuche. Ese día, por fin, Teresa, Camilo, Paulina y Newén podrán dormir tranquilos junto a su padre [1]

Una voz clandestina

No es fácil llegar. Por entre bosques y agrestes cerros y matorrales, caminamos por una eternidad. Y luego un pueblo y otro más, y la tenue garúa que mantenía alerta la noche. De súbito, una voz que desde las alturas nos dice que ya en la mañana sabía que veníamos, porque lo había descifrado en el elegante vuelo de una tenca. Es que Marcelo Catrillanca sabe de tencas y treiles, de foye y triwe, simplemente por ser mapuche, gente de la tierra, esa tierra de la cual los han despojado por siglos. Es la razón por la cual Marcelo decidió incorporarse a la lucha de su pueblo por el derecho básico a la supervivencia. Y esa decisión le ha costado golpes, detenciones y cárcel. En la actualidad se encuentra prófugo, pues no confía ni cree en la justicia huinka, la misma que por centurias ha funcionado en connivencia con otras instituciones del Estado chileno para reprimir al mapuche.

Marcelo es joven y proyecta una gran fuerza interior. Es dirigente de la comunidad Temucuicui en la comuna de Ercilla, provincia de Malleko, comunidad que fue objeto de fuerte represión policial por muchos años, en particular entre 1999 y 2003, para intentar detener la movilización de los comuneros que luchaban por la recuperación de sus tierras.

¿Por qué decidió evadir la justicia y asumir la vida clandestina?

“Me detuvieron siete veces hasta que, finalmente, estuve tres meses preso en Collipulli. Después me acusaron, procesaron y condenaron por el incendio del fundo Alaska. Me acusan de algo que nunca hice, nunca quemé nada y ahí está mi Dios mirando. La verdad es que yo nunca me he ensuciado las manos, pero a la justicia chilena eso no le importa, porque buscan desarticular al movimiento mapuche y por eso encarcelan a sus dirigentes, pagan a testigos y son presionados por las forestales para defender sus intereses. Desde que comenzamos las movilizaciones nos han detenido y aplicado la Ley de Seguridad Interior del Estado a varios miembros de la comunidad, incluso una vez usaron testigos falsos para acusarme de un incendio a una casa cuando yo estaba preso en la cárcel de Collipulli. Por eso no creo en la justicia”.

¿Cuál es la condena que ahora pesa sobre usted?

“Al peñi José Naín, también dirigente de la comunidad de Temucuicui, y a mí nos acusaron de provocar incendios en el fundo Alaska de la Forestal Mininco; por eso nos condenaron a 5 años y un día. Además, de no poder nunca ejercer cargos públicos. José Naín está preso en Angol en estos momentos y yo debo estar escondido, porque, como dije, no he hecho nada, no he cometido ningún delito. Nos reprimen por ser mapuche”.

La zona de Ercilla ha sido objeto por mucho tiempo de la represión policial. ¿Nos puede contar algo al respecto?

“Las comunidades mapuche comenzaron a explotar cuando se vieron muy mal, cuando ya no se podía más por la pobreza, por la falta de tierra. La lucha del pueblo mapuche es un problema social y el Estado responde sólo con violencia. La lagmien Berta Quintremán, del Alto Bío Bío, una vez dijo: ‘Somos de la tierra y tenemos que vivir en la tierra’, pero nos han quitado todo. Nosotros, la nueva generación, no encontramos dónde vivir. Por eso, la comunidad se levantó y luchó por sus derechos. Hay una larga historia de conflicto con la Forestal Mininco y, antes, con los antiguos dueños del fundo Alaska, la familia Paterson. Durante la Unidad Popular la comunidad pudo tener tierras, porque se tomó el fundo y luego de un tiempo en que los comuneros lo estaban ya trabajando, el gobierno lo expropió. Después del golpe militar el fundo Alaska fue devuelto a sus antiguos dueños y la represión contra los mapuche de Temucuicui fue muy grande”.

¿Usted también trabajó en la Forestal?

“Sí, comencé a trabajar cuando tenía doce años. Podando árboles. No tenía conciencia, no entendía bien qué era realmente ser mapuche. Mis dos hijos mayores, por ejemplo, tienen nombres huinka. En algún momento hasta me pinté el pelo, como lo hacían otros jóvenes, pero la cara de mapuche no me la sacaba nadie. La juventud era así.
En la Forestal teníamos comida y campamento, pero yo era un niño y era muy duro. Trabajaba allí con un hermano y la primera pelea con los huinka que trabajaban ahí fue una vez que Aukán Huilcamán, dirigente del Consejo de Todas las Tierras, salió en televisión. Ahí los huinka se burlaban de él y lo trataban de indio. Apareció todo el racismo contra nosotros, no aguantamos y nos pusimos a pelear. Nos dimos cuenta que no teníamos nada que hacer allá, teníamos que estar en nuestra tierra y por eso volvimos a la comunidad”.

Y finalmente recuperaron la tierra usurpada...

“Sí, después de muchas movilizaciones, mucha represión, detenciones, golpizas, heridos y encarcelamientos. La Corporación Nacional de Desarrollo Indígena Conadi, compró el año 2002 los terrenos del fundo Alaska y otros dos predios a la Forestal Mininco. Fueron 1.927 hectáreas recuperadas. Pero no fue fácil, porque por mucho tiempo no se cumplieron las promesas del gobierno. Se dividió a la comunidad para debilitarla entregándose parcialmente, por ejemplo, 98 hectáreas de parte del fundo Alaska y 58 hectáreas de tierras del fundo Santa Elisa a diferentes grupos de personas. Lo que pasa es que, por alguna razón, en las luchas, en los momentos difíciles, trabajamos entre todos, pero después que se logra el objetivo cada uno pareciera que se las arregla como puede. Deberíamos estar más unidos, porque la lucha aún no termina”.

La comunidad recuperó la tierra usurpada, pero ahora usted no puede vivir en Temucuicui.

“Mi objetivo era luchar por el fundo Alaska y recuperar la tierra. Lo hicimos y ahora yo debería estar tranquilo junto a mi gente trabajando la tierra, pero la justicia me persigue. Uno luchó por una causa justa, pero no nos dejan trabajar tranquilos, que es lo único que queremos. Pero hay que demostrarse fuerte ante la lucha, aunque a veces pienso que el pueblo debería estar más agradecido. En la tierra recuperada nos interesan tres proyectos: ganadería, forestación y producción agrícola, pero todo es difícil. No hay recursos y, además, me veo obligado a estar lejos de mi comunidad”.

¿Cómo evalúa el momento actual del movimiento mapuche?

“El movimiento mapuche decayó por las persecuciones y porque hay muchas organizaciones. Además la gente está cansada de tantos años de represión. También hay muchos huinka consiguiendo plata para proyectos usando el nombre del pueblo mapuche. Cualquiera se junta para sacar plata de la comunidad internacional. Cuando el gobierno creó la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato que presidía Patricio Aylwin, yo le pregunté directamente ¿Don Patricio: cuántos millones gana con este informe? No respondió nada.

Lo único que le pedimos al gobierno es un proyecto donde el pueblo mapuche se pueda desarrollar. Nada más, que los mapuche estén a cargo de este desarrollo, no el Estado chileno. El movimiento mapuche no se acabará hasta lograr la autonomía. No buscamos independencia, porque entendemos que en el país hay chilenos y muchos mapuche, especialmente los que viven en las grandes ciudades, que han adherido a la ideología no mapuche, pero necesitamos nuestra autonomía para seguir existiendo como pueblo”

[1Para solidarizar con los presos mapuche se puede escribir a weichafemapuche@yahoo.es o contribuir económicamente depositando en la cuenta de ahorro N° 62965743664 a nombre de Cecilia I. Curinao Guanaco y Rosa Curihuentro Llancaleo, BancoEstado, Temuco, lX Región, Chile