En la Argentina, el otorgamiento de las licencias de radio y televisión a esos grupos y el manejo de la pauta oficial (al servicio de los amigos y también de los supuestos enemigos del Gobierno), son a la vez una demostración de los carriles por los que circula el poder y, más claramente, una prueba de que el derecho a la información de todos los ciudadanos está seriamente amenazado.

Además, esta realidad genera dos víctimas: el pueblo que queda desinformado y aquellos trabajadores de prensa y comunicadores que intentan –por todos los medios- revertir ese silenciamiento de las voces de los verdaderos protagonistas y destinatarios de la comunicación humana.

Por eso es imprescindible que existan medios comunitarios y alternativos. No sólo para contrarrestar al discurso único del poder, sino, sobre todo, para garantizar que el pueblo escuche las voces y lecturas que hace el propio pueblo sobre las realidades que les toca vivir y cambiar.

Voz que llegue con otras palabras –más auténticas- para frenar el oleaje globalizador que nos desdibuja como humanos al transformarnos en “recursos humanos” y convierte a inocentes asesinados por una invasión imperial en “daños colaterales”.

Cada radio comunitaria, cada periódico barrial, cada revista que cuente una historia local, que mire el mundo con la óptica de la gente, será un intento por desmentir al discurso del poder.

Pelear por el reconocimiento del espacio social que ocupan los medios en su comunidad, clamar por un equitativo reparto de las pautas publicitarias estatales y privadas y trabajar por la consolidación de una prensa propia de la gente para la gente, son las maneras de nombrar las cosas por su verdadero nombre, el que nace del esfuerzo de los hombres por contar las cosas que les pasan.