Las coincidencias no existen, es más que evidente. Si una revista de historia española reivindica el personaje creado por el francés Alejandro Dumas en 1844 no es porque no sepa de qué escribir. De majaderías están llenas las librerías y los anaqueles de las bibliotecas caseras sin que nadie se queje.

Al mismo tiempo, con la sinrazón de la casualidad, en París se anuncia que van a venderse en estos meses más libros de capa y espada que nunca. Y ya, con el apremio del estío europeo que no ceja en temperaturas incendiarias, aunque sea en grados Celsius, los cines se llenan de nuevo con la capa roja del justiciero volador.

(Al cabo de las primeras poco más de cien palabras de esta crónica me siento profundamente asqueado. El descafeinado con leche de la mañana me sabe a cenizas, que tal vez el viento de Levante arranca desde el aeropuerto de Beirut, Líbano, donde los israelíes bombardearon con la tranquilidad del justo.

Me acuerdo del cineasta Emir Kusturica, el que mejor ha sabido dar a la guerra y a la barbarie (Underground) el tono irónico de una mirada de hombre de esos Balcanes que hace unos años fueron arrasados por una guerra estúpidamente inútil.

Se han roto patrias, se han creado sucursales de países y ya casi nadie se acuerda del grito -que todavía me deja sin sueño- de Harvey Keitel en una ciudad llamada Sarajevo. Aunque no la conozco, esa ciudad fue por unos ratos de bombardeos de la aviación de la OTAN mi referencia hacia la vida.

Oyendo el alarido de Keitel comprendí que morir es seguramente el peor de los remedios.

En la playa de Fuengirola, este pueblo grande que fue pesquero y ahora sólo pesca turistas llegados de lo más profundo de Europa, donde el sol que nos sobra aquí es un lujo, esta mañana están arrumbados en las hamacas los extranjeros de siempre.

Imagino la cara que podrían si les hablase de lo que me galopa por la mente. De Keitel, de los salvajes bombardeos israelíes en el Líbano y Gaza, de los palestinos que no paran de morir. Dios mío, es una locura, la locura del siglo. Naciones Unidas se ajusta más que nunca al cinismo de la definición que de ella dio el ex presidente francés Charles de Gaulle: “C’est un machin” (un trasto que no sirve para nada), dijo en cierta ocasión con todo el desprecio que llevaba en sus entrañas, que era mucho y espeso.

Mientras bebo el café que sigue sabiendo a cenizas moribundas, en la arena un británico tullido subido en un carrito eléctrico, lo más chic, y mira al mar. A su lado, una anciana inglesa, con menos vida que años, exhibe grandilocuente un sombrero blanco y unas gafas negras que me recuerdan a la insondable Bette Davis.

Pero, ¿qué pensaría cualquiera de esos palestinos de Gaza -que no saben si cuando mañana amanezca estarán vivos- de esa frasecita de Milan Kundera: “La lucha del pueblo contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Me temo que la encontrarían absurda. Y tal vez se limitarían a contestar “En nombre de Dios, clemente y misericordioso”.

Esta frase es como un estribillo que corre por el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. Pero no vayan a creer que me he convertido. Es un ejemplar de lujo que compré en 1993 en París. Entonces la situación en Oriente Medio era lo que ha sido siempre.
Por mi parte creo que, al igual que las golondrinas aparecen por los alrededores de mi casa sólo para anunciar la primavera –aunque ignoro si es un hecho científico—, las cosas se producen para señalar situaciones definidas.

La nueva popularidad de Dumas y otros hacedores de novelas de capa y espada responde sin duda a la necesidad que tiene la gente de no pensar y evadirse a otra época, a otra forma de vivir, siempre menos salvaje. Lo mismo que la inclusión en las carteleras de un nuevo Superman.

(Hace tiempo infinito que me refugio en esas aventuras de capa y espada, de verdadera humanidad y de amor profundo por todo. Sólo Freud y yo sabemos lo que debo a esos libros).

Los tres mosqueteros es para mí el tratado de todos los olvidos y les recomiendo que, si no lo tienen, se lo procuren. Es mejor que todos los antidepresores que puedan recetarles los más chiflados de los psiquiatras.

Si quieren algo más dulce, una novelita amorosa, láncense de cabeza en La dame de Monsoreau. Y si desean zambullirse en la acción, el misterio y, siempre el amor como recompensa final, en Los compañeros de Jéhu.

Y hasta les recomiendo que intenten evadirse de la más terrible de las realidades que estamos viviendo a nivel planetario dándole credibilidad a las nuevas aventuras de Superman. Juro que las veré con palomitas y refresco y, de veras, mi mejor buena voluntad.

# Agencia Prensa Latina (Cuba)