El papel que juegan los bancos dentro del sistema económico mundial es fundamental. El sector financiero resulta primordial en el fomento del ahorro, la eficiente asignación de los recursos y la sostenibilidad en el progreso de las economías. Por lo tanto, las políticas que se tomen para propiciar el desarrollo financiero terminan, en últimas, por estimular el crecimiento económico.

En línea con lo anterior, existe un amplio consenso sobre el impacto positivo que para el desarrollo de las economías trae consigo una mejora en los niveles de bancarización. Esta tesis se torna tan sencilla que parece irrebatible, hasta el punto que la preocupación por el acceso a los servicios financieros ha trascendido la dimensión teórica para ganar el beneplácito de la política local y los organismos de cooperación multilateral.

Existe un argumento económico de base, a través del cual se puede justificar el esfuerzo regulatorio y fiscal que se lleve a cabo en esta dirección que es: en la medida en que sea mayor el número de habitantes que hace uso del sistema financiero, igualmente lo será el apalancamiento crediticio y las posibilidades de alcanzar una senda de crecimiento más acelerado. De igual manera, una mejor profundización financiera incrementa los niveles de formalización, la calidad de vida de los habitantes y la productividad agregada. A parte de los notables dividendos políticos que deja la noble consigna de “llevar los servicios financieros a todos (incluyendo los más pobres)”, el Estado se verá beneficiado de esta mayor formalización en la medida en que le permita mejorar sus sistemas de fiscalización tributaria y lograr una aplicación más juiciosa y eficiente del gasto publico.

Lo verdaderamente importante es que la biunívoca relación bancarización-formalización proporciona una serie de sinergias que resultan positivas en términos de desarrollo social. Una de ellas tiene que ver con la posibilidad de llevar a la población de estratos más bajos el acceso a los servicios bancarios. Esto es, si una buena parte dicha población es capaz de generar una serie de “ahorros consistentes” en el tiempo, el sistema bancario debe estar en capacidad de proporcionarle el acceso a ciertas “inversiones programadas”. Esta propulsión, por pequeña que parezca en relación a las magnitudes del sistema financiero, mejorará sustancialmente la calidad de vida de la gente de más pobre y esto, a su vez, los llevará a persistir en la (sana) estrategia de procurar ahorros consistentes que apuntalen sus inversiones programadas.

En algunas ocasiones dichos ahorros no tendrán la fortuna de llegar tan lejos y tendrán que dedicarse simplemente a afrontar imprevistos de las familias más pobres. Pero aun en este caso los ahorros consistentes habrán tenido la capacidad de evitar que estas familias caigan en la factual indigencia. En este orden de ideas, no cabe la menor duda que la inclusión de la población más pobre al sistema financiero constituye un elemento clave del desarrollo social más básico y duradero.

Colombia es un país rezagado en términos de bancarización. Mientras en economías como la norteamericana el 87% de la población tiene por lo menos un servicio financiero, en Bogotá este porcentaje llega sólo a 40% según datos del Banco Mundial (2004). Lo anterior resulta particularmente preocupante si se tiene en cuenta que el grado de bancarización de Bogotá debe ser superior al del resto del país. Se estima que dicha bancarización en el resto de Colombia es inferior al 25%. Por ejemplo, el servicio de tarjeta débito (el más básico de los servicios financieros) apenas llega al 23% de la población adulta en el país.

Al analizar el tamaño de la cartera crediticia como porcentaje del PIB se evidencia que la profundización financiera de América Latina ha ido aumentando en los últimos quince años (ver gráfico). Hoy en día esta relación bordea cerca del 30% del PIB en Colombia, ubicándonos apenas en el promedio latinoamericano y muy por debajo de países como Chile o Brasil.

La Administración Uribe ha denominado como “Banco de Oportunidades” (BdO) la estrategia para aumentar los niveles de bancarización del país. Sin lugar a dudas, la implementación de esta estrategia debe ser liderada por el sector privado, en vez de pensar que se requiere extender nuevamente la red de bancos públicos. Más que un banco comercial o una institución de segundo piso, el BdO debe ser un conjunto de medidas de política que faciliten la llegada del sistema financiero a los sectores más pobres de la sociedad.

Una primera forma de progresar en esta dirección es a través de flexibilizar la aplicación de los llamados “límites de la tasa de usura”, de tal manera que los bancos puedan llegar a vincular a nuevos clientes que, por su carencia de historia crediticia, seguramente iniciarán operaciones con altos niveles de riesgo y de costo crediticio. Pero una vez se inicie dicha carrera bancaria, la historia ha demostrado que el riesgo desciende y con ello el costo de dichos créditos. La actual tasa de usura (22.5% E.A.) se encuentra hoy muy por debajo del interés implícito que pagan muchas microempresas y hogares pobres a los verdaderos agiotistas que nadie controla.

Una segunda idea consiste en implantar esquemas de “corresponsalías bancarias de barriadas” (CBB), donde negocios de alta cobertura geográfica (tales como las droguerías) se pueden convertir en “ventanillas bancarias” y prestar desde allí servicios financieros básicos con bajo costo de transacción. Brasil ha sido un exitoso ejemplo, donde las CBB permitieron bancarizar algo más de 7 millones de personas en tan sólo cinco años.

En conclusión, la BdO es una estrategia que debe explotar las mejores prácticas bancarias en materia de profundización de servicios financieros para los más pobres. Se requieren algunos cambios regulatorios (más flexibilidad en la aplicación de tasas de interés y en la oferta de servicios financieros), de tal manera que esos “ahorros consistentes” de la población más pobre se puedan verter a favor de ellos mismos bajo la forma “inversiones productivas” y/o sistemas de aseguramiento frente a las calamidades que – lamentablemente - abundan entre los más pobres.