Aunque las estadísticas son frías y no reflejan la dinámica de una sociedad que se construye en lo cotidiano, son importantes para constatar la dimensión de la tragedia humana que los ellos y ellas afrontan. Se estima que en Colombia más de 17 de sus 44 millones de habitantes no han cumplido los 18 años y de ellos, más de siete millones afrontan condiciones de pobreza y miseria; más de dos millones no acceden a centros educativos; casi tres millones son identificados como “trabajadores”; y más de 10 mil están vinculados a grupos armados. Esta trágica situación se hace explícita en hechos como los que han sido puestos en evidencia en varias oportunidades por los medios de comunicación, situaciones que producen repudio e indignación social: abusos, violaciones, maltratos, etc., ayudando así visibilizar situaciones que para muchos niños y niñas forman parte de su realidad cotidiana.

Es de preocupación especial la situación de los niños y niñas que participan activamente en el conflicto armado. Su reclutamiento es duramente censurado y sancionado por las leyes nacionales e internacionales, pero la realidad es que cada vez son más los niños y niñas que, obligados por las condiciones de vulneración permanente de sus derechos, se vinculan o son vinculados a la tragedia de la guerra.

La nueva Ley de Infancia, a punto de ser aprobada en el Congreso, aunque teóricamente pretende garantizar derechos fundamentales, plantea como uno de sus objetivos definir la responsabilidad penal juvenil y aplicarla a niños y niñas a partir de los 14 años. Muchos nos preguntamos qué es lo que mueve a los promotores de estas normas y al Congreso que tiene la responsabilidad de aprobarlas; ¿Se buscan realmente garantías legales de protección para los niños y las niñas? ¿O lo que se busca es sancionarles con medidas como la privación de libertad cuando se vean envueltos en acciones que de acuerdo a la ley son calificadas como delitos? Es innegable que muchos niños y niñas en el país se ven envueltos en acciones calificadas como delitos, pero ¿son realmente ellos los responsables?

Estas y otras preguntas nos hacemos personas y organizaciones que diariamente pretendemos acompañar a los niños y niñas en su proceso. Es el caso de Benposta, organización que desde su práctica diaria le apuesta a la construcción de procesos de desarrollo humano, dándoles a los niños y niñas la posibilidad de descubrir y construir sus proyectos de vida.

Benposta Nación de Muchach@s se inicia en Orense-España en el año de 1957. Su fundador, el sacerdote Jesús Cesar Silva Méndez inicia, da impulso y mantiene esta experiencia que encarna en su propuesta la angustia de millones de niños y niñas que en el mundo son víctimas directas de situaciones de explotación y exclusión social. Encarna así mismo la esperanza de un mundo más justo, construido con y desde los niños y niñas. Promover su reconocimiento como sujetos sociales en una dinámica de restitución y vigencia de sus derechos fundamentales es uno de los objetivos que define su misión institucional en distintos países del mundo.

En el año 1974 Benposta se hace presente en Colombia a través del espectáculo Circo los Muchach@s. Es a través de este mundo de fantasía, encarnado por más de 130 niños, niñas y jóvenes vestidos de arlequines, que Benposta comparte y proyecta su mensaje de angustia y esperanza, mensaje que confronta la realidad colombiana y se convierte en una luz de esperanza para muchos niños y niñas que encuentran en esta propuesta un espacio para realizar sus sueños. Muchos jóvenes y algunos adultos colombianos se unen a esta iniciativa y en abril del 74 y así se consolida su primera sede en Colombia. Hoy día, Benposta se hace presente en tres regiones del país: Bogotá, Meta y Córdoba y en cada una de sus sedes se adelantan distintos programas que tratan de promover el derecho de los niños y niñas a una vida digna, mediante el respeto a su dignidad y su reconocimiento como sujetos sociales.

En este proceso de aprendizaje de más de 30 años hemos venido reafirmando algunos principios que han sido y son la guía de nuestra práctica pedagógica: los niños y las niñas deben ser considerados sujetos sociales, nunca objetos de asistencia; los niños y las niñas no son delincuentes, son victimas de situaciones de exclusión social que degradan el desarrollo de su personalidad; no es posible educar a partir de los “estigmas” que califica negativamente a los niños y niñas en pobres, ricos, abandonados o desplazados. Solamente en el reconocimiento de los niños y niñas como sujetos sociales es posible generar procesos de educación y desarrollo.

Es el término de “Comunidad Educativa” el que mejor define la acción institucional de Benposta. La participación directa y activa de los niños, niñas y jóvenes en el diseño y gestión de cada una de las actividades que la conforman, es uno de los principios fundamentales de la práctica pedagógica. Creemos que sólo educa el ambiente y que el ambiente educador sólo puede ser fruto de una “comunidad educativa”. Día a día reafirmamos nuestro compromiso de seguir acompañando estos procesos de vida, vida que se construye desde las potencialidades más que desde las carencias. Aprender a ver en los niños y niñas sus fortalezas para construir futuro a partir de éstas, valorando sus sueños y esperanzas, es uno de los secretos de dicha práctica pedagógica.

Cuando se relee la coyuntura social desde la historia de cada uno de los niños, niñas y jóvenes que en distintos rincones del país se enfrentan al reto de vivir y construir la vida en contextos y circunstancias adversas, uno descubre que es mucho lo que ellos y ellas aportan; y más podrían aportar si se les diese la oportunidad. Para ello, es fundamental cambiar mentalidades que siguen viendo en ellos el futuro más que el presente, sistemas educativos que pretendiendo formarles para que el día de mañana sean socialmente útiles les impiden vivir su presente, un presente que roza con la utopía de una sociedad justa, tolerante, posible. Muchos y muchas que estamos cerca y compartimos tragedias, sueños y esperanzas con los niños y las niñas nos resistimos a aceptar otra forma de entenderles.