La deuda externa pública de los países en vías de desarrollo (165 Estados, 86% de la población mundial) alcanza cifras astronómicas: 1 600 millardos de dólares. A pesar de ello, tenemos que empezar por relativizar esa cifra porque la deuda pública de Estados Unidos (país que representa únicamente el 4,5% de la población mundial) se eleva a 8 000 millardos de dólares. ¿Qué realidades se esconden tras esas cifras?

Primero, en el Sur, la deuda provoca una hemorragia de capitales que esos países necesitan imperiosamente. De 1980 hasta la fecha, la deuda externa de los países en desarrollo se multiplicó por cinco mientras que esas mismas naciones desembolsaban en pago el equivalente de a veces el valor de su deuda de 1980. Los países del Norte dedican este año a la ayuda pública para el desarrollo (cuyo contenido es por otro lado muy polémico) la quinta parte de lo que los países del Sur desembolsan como pago de la deuda.

Contrariamente a lo que afirma el discurso oficial, las transferencias de dinero se hacen globalmente de los pueblos del Sur hacia los ricos acreedores. Entre 1999 y 2004, el Sur pagó como cifra media 81 000 millones de dólares anuales más que lo que recibió a título de nuevos préstamos. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, estimó en el año 2000 –durante la cumbre del G7 en Okinawa– que las naciones del África subsahariana dedicaban como proporción media el 38% de su presupuesto al pago de la deuda.

Esa fuga de capitales tiene graves repercusiones para los pueblos del Sur. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima que «los países en desarrollo carecen de unos 80 000 millones de dólares al año para garantizar todos los servicios básicos» o sea el acceso universal al agua potable, a una alimentación decente, a la educación primaria, a los cuidados básicos así como a la atención ginecológica para las mujeres. La deuda aumenta y se desarrolla la miseria. ¿Cómo se llegó a esta situación?

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos invirtió masivamente en la economía europea, mediante el Plan Marshall, para ayudarla a recuperarse. Para evitar un alza de la inflación en Estados Unidos, el gobierno estadounidense estimuló sus empresas a invertir en el extranjero. Durante los años 1960, los bancos europeos rebosan de dólares a los que buscan inversiones rentables. Prestan esos dólares con tasas incitantes a los países del Sur, en particular a las naciones asiáticas y africanas que acababan de obtener la independencia y a los países latinoamericanos en fase de industrialización rápida, sobre todo teniendo en cuenta que los dirigentes locales se benefician con ello.

Esos países se endeudan –precisión importantísima– en dólares (o en divisas fuertes), no en sus propias monedas nacionales. A partir del alza del petróleo registrada en 1973 y de la recesión que provocó, los países del Norte deciden hacer préstamos a las naciones del Sur a condición que utilicen el dinero en la compra de mercancías del país que hace el préstamo. Por otro lado, a partir de finales de los años 1960, el Banco Mundial se esfuerza por contrarrestar la influencia soviética y las veleidades independentistas. Para ello hace préstamos masivos a los aliados estratégicos de Estados Unidos (a menudo dictaduras como las de Zaire, Indonesia, Chile, Brasil, Argentina…) para fortalecer la zona de influencia occidental. Por consiguiente, con la complicidad de las clases dirigentes del Sur, la deuda se multiplica por 11 entre 1968 y 1980. Es el preludio de un trágico viraje: «la crisis de la deuda».

En 1979, Estados Unidos decide elevar fuertemente sus tasas de interés para atraer capitales y reactivar su economía. La decisión provoca una importante crisis ya que hasta entonces los préstamos habían sido concedidos con tasas variables y evaluados según las tasas anglosajonas: de entre 4 y 5% en los años 1960 pasan al 16-18%. De la noche a la mañana los países del Sur se ven comprometidos a pagar cuatro veces más intereses. Al mismo tiempo, endeudados en dólares, se ven obligados a adoptar una economía masivamente exportadora para obtener divisas fuertes. Resultado: las naciones del Sur empiezan a hacerse la competencia entre sí, la oferta aumenta considerablemente pero la demanda del Norte se estanca y los precios caen. A principios de los años 1980, las reglas del juego son modificadas de forma deliberada y se cierra la trampa.

Aparece entonces un bombero que trabaja para los pirómanos: el Fondo Monetario Internacional (FMI). Como ya nadie quiere prestar dinero a las naciones del Sur que no pueden seguir pagando, el FMI se encarga de «ayudarlas» (en realidad, de prestarles para que puedan… pagar a los acreedores) pero, como contrapartida, los préstamos que les concede el FMI tienen como condición que los deudores acepten una política trazada en Washington y de inspiración ampliamente neoliberal: eliminación de los subsidios a los productos de primera necesidad, privatizaciones masivas, liberalización de la economía, sistema fiscal que acentúa las desigualdades, reducción drástica del presupuesto destinado a objetivos sociales –educación, salud, vivienda.

Se trata de los famosos programas de ajuste estructural. Las naciones del Sur pierden así su soberanía política y económica y se ven sometidas a una nueva forma de esclavitud. La poción resulta amarga para los pueblos del Sur, que se hunden en la miseria: actualmente 2 800 millones de personas a través del mundo tienen que sobrevivir con menos de dos dólares diarios, 852 millones de personas están subalimentadas y en ciertas regiones la esperanza de vida está en caída libre (en 20 países africanos se redujo a menos de 45 años).

Segundo, en el caso de Estados Unidos las reglas tan firmemente estipuladas para las naciones del Sur no se respetan en lo absoluto. El déficit presupuestario es colosal, se aplican políticas proteccionistas, las actividades estratégicas (agricultura, aeronáutica, acero, etc.) son fuertemente subvencionadas, pero las instituciones financieras internacionales (IFI) no alzan la voz, aunque tendrían todas las razones del mundo para hacerlo. Gracias a su poderío económico, Estados Unidos domina el juego: ha logrado asegurarse una posición muy ventajosa en el seno de las IFI (más del 15% del voto en el FMI y el Banco Mundial, lo cual implica de hecho un derecho al veto).

Estados Unidos no se siente por consiguiente obligado a respetar las reglas que impone a los demás… Por otro lado, la deuda de Estados Unidos, contrariamente a la de las naciones en desarrollo, es esencialmente interna. Para rematar, el dólar, moneda de referencia, es la moneda de Estados Unidos, lo cual acrecienta considerablemente su margen de maniobra en la medida en que una modificación de las tasas o de los impuestos le da la posibilidad de recoger divisas. Finalmente, la confianza que inspira la economía estadounidense incita a numerosos actores financieros (principalmente privados aunque también a otros países como China y Japón) a comprar bonos del Tesoro estadounidense. Pero, ¿hasta cuándo?

Hay, sin embargo, cierto número de similitudes entre las deudas de los países del Sur y del Norte. En efecto, en ambos casos la deuda permite un traspaso importante de riquezas de la población pobre hacia las clases dominantes. Cuidadosas decisiones se toman con ese fin: aumento de impuestos injustos como el IVA (impuestos que, proporcionalmente, afectan mucho más a los pobres), disminución de los impuestos proporcional al aumento de los ingresos, ventajas fiscales para los propietarios de capitales. Austeridad y rigor en el Norte, ajustes estructurales en el Sur… El Tratado Constitucional Europeo, rechazado en Francia en mayo de 2005, constituía un intento más en ese sentido. Ese factor establece perfectamente un aspecto fundamental: la división principal no es la que existe entre el Norte y el Sur sino la que separa a quienes se benefician con la deuda de los que sufren, sean del Norte o del Sur.

Las actuales iniciativas mediáticas de instituciones internacionales no resuelven nada en cuanto al problema de la deuda ya que no buscan más que raspar lo que se ve sin cambiar el mecanismo en sí. Por el contrario, es urgente un cambio de rumbo. El Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM) reclama la anulación total e incondicional de la deuda exterior pública del Tercer Mundo y el abandono de las políticas de ajuste estructural impuestas a las naciones del Sur. Esa anulación es fácilmente realizable ya que la deuda de los países del Tercer Mundo representa menos del 3% del monto actual de las deudas mundiales. Sólo falta la voluntad política.

La anulación tendrá que encontrar su prolongación en la elaboración de alternativas que se adapten a cada región: creación de fondos nacionales de desarrollo controlados de forma democrática por el pueblo de cada país y alimentados mediante diferentes medidas (expropiación de bienes adquiridos de forma fraudulenta por las élites de los países en desarrollo y devolución de dichos bienes a los pueblos, impuesto del tipo Tobin sobre las transacciones financieras, impuesto mundial especial sobre las grandes fortunas…). Paralelamente, una nueva construcción financiera internacional es indispensable.

El CADTM reclama la abolición del FMI, del Banco Mundial y del Club de París, así como la fundación de nuevas instituciones cuya misión sería garantizar los derechos humanos fundamentales.

El CADTM acaba de abrir una oficina en la ciudad francesa de Orleans, prueba de la vitalidad que tienen en Francia y en 22 países de todo el mundo las ideas que defiende. El CADTM de Orleans desea participar en la abolición de la esclavitud que representa la deuda. Sobre la base de ese análisis, espera sensibilizar a la opinión y emprender acciones sobre esa cuestión tan esencial mediante la difusión de sus publicaciones y sus posiciones, reaccionando rápidamente ante los hechos de actualidad y dirigiéndose directamente a los responsables de los sectores político y económico.