¿Se imagina usted, estimado lector, al pueblo palestino reconociendo oficialmente al pueblo de Israel, en su Constitución, como elemento importante en la formación histórica y cultural del pueblo palestino?
– ¿Está usted loco?, me dirían -con justa razón- los palestinos.
O, acaso, ¿podríamos imaginarnos al Estado y al pueblo israelí reconociendo oficialmente al gobierno nazi de Adolf Hitler como elemento fundamental para la formación histórica y cultural del Estado de Israel?
– ¡Ni hablar! replicarían los miembros del Estado judío.
Y, sin embargo, nosotros ¿hasta cuándo tendremos que seguir soportando el abyecto y humillante Artículo 50 de la Constitución del Perú?, en donde se afirma expresamente:
“Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración.”
Y lo curioso es que muchos peruanos, ya sea engañados, o bien, trafeados por la “pseudo educación” promovida por la misma Iglesia Católica dirán: “No, es que es un caso especial; vea usted, no fueron tan malos, hay incluso una leyenda negra…” y, bla, bla, bla, ¡sandeces y consideraciones justificatorias de lo injustificable!
Definitivamente, este artículo 50 de la Constitución de 1993, se efectuó con una ignorancia superlativa por los micos y truhanes congresistas que no estaban a la altura de las circunstancias de una Constitución que -como la del 79- debió ser escrita por personas cultas -acaso las más cultas- que debían estar en el Congreso en calidad de tribunos y patriotas, no de comerciantes de turbias voluntades y rufianes que fueron quienes la firmaron.
Esa Constitución, la fujimorista, denota el reconocimiento –¡oh, tamaña injusticia!- a una institución, la Iglesia Católica, que llegó al Perú en calidad de “socio conquistador” (recordemos a Luque como el tercero de la camada), a efectuar ella misma la llamada “visita” y a efectuar y legitimar el “reparto”, el asesinato, la expoliación y el saqueo, co efectuando dichos actos delincuenciales junto a los conquistadores invasores hispanos sobre territorios, y poblaciones de nuestro Perú.
Se impone hoy, a la luz de documentos una justa valoración del papel histórico de los hechos que realmente acontecieron y, respecto al papel nefasto que la Iglesia Católica jugó en la conquista y “evangelización” que se efectuó en Perú y al significado que ese genocidio, expoliación y saqueo de los minerales que consideraban valiosos como el oro y la plata, tuvieron y el asesinato y exterminio de poblaciones así como de la cultura quemada e incinerada.
Podemos ver, pues, que el Perú no tiene nada que agradecer a dicha cofradía católica, llamada Iglesia Católica, la cual fue enviada al ¡acometimiento! de injusticias en concordancia con los conquistadores
Hagamos un ligerísimo recuento de todas sus fechorías y recordemos al dominico asesino y secuestrador fray Vicente Valverde, quien efectuó de modo violento y sanguinario la incursión que terminó en la captura del Inca Atahualpa, haciendo luego el asqueroso “requerimiento”, que, obviamente, fue respondido con el desprecio que correspondía por el Inca Atahualpa dando lugar a la captura a cañonazos del episodio en Cajamarca.
Los sacerdotes que aquí llegaron efectuaron mil y un tropelías conjuntamente con los militares españoles cooperando en la destrucción y saqueo sistemático de los templos de la cultura autóctona, quemando huacas (los lugares sagrados) y los así llamados “ídolos” que eran objetos de simbólicos dioses locales de las culturas autóctonas que eran considerados por los españoles conquistadores y por los sacerdotes que les legitimaban “demonios” o “supay”.
Existe, además, un mal entendido fundamental no revisado adecuadamente respecto a la historia peruana, la cual es aderezada y amenguada de atrocidades por los sacerdotes que poseen, como cuartel general, en el Ministerio de Educación sobre la llamada evangelizacion. La evangelización, que no era precisamente ir a leer el evangelio a los antiguos peruanos de modo pacífico y amable, como pretenden hacer creer a los ingenuos y desinformados escolares dichos sacerdotes, sino que conquistadores y “doctrineros” tenían como horizonte y meta la idea de que venían a combatir al demonio mismo plasmado en las creencias y cultura peruana que, según su retorcida visión, se expresaba en las “idolatrías” de los antiguos peruanos.
LA VISIÓN DE LOS CONQUISTADORES Y SACERDOTES CATOLICOS SOBRE LA CULTURA PERUANA : EL DEMONIO O EL SUPAY.
La Iglesia Católica es culpable de tortura física y sicológica a los pobladores. A través del Primer Concilio Limense (1551) se encargaron no solo de “adoctrinar” sino de declarar “ya condenados” a los antiguos peruanos y asustar espantar y torturar sicológicamente a los pobladores amenazándoles con que sus antepasados ya estaban en el infierno y que si ellos persistían en sus creencias (absolutamente legítimas) irían a morar al “supaywasi” o infierno. Esta visión del infierno y del demonio de la manera más retrógrada y obscura era la visión que importaban de esa España brutal y medieval los sacerdotes, así como la idea de un Dios torturador que se complacía en el castigo:
Así, en el Primer Concilio Limense de 1551, definen los “doctrineros” al infierno en la Constitución del Concilio como:
“la casa, donde hay muy grande oscuridad, es muy gran hedor, y muy grandísimo fuego, donde para siempre se estarán quemando sin dejarse jamás de quemar, con sed y hambre y enfermedad y dolor , y desearán morir por el gran tormento que pasan y Dios no quiere que mueran sino que para siempre estén allí padeciendo por sus pecados”
Esta misma idea de tortura psicológica relacionando la cultura peruana con la idea de infierno y el lugar donde deben arder por siempre, si no se adhieren a la práctica católica cristiana, es expuesta en el II Concilio de Lima en el año 1585.
Más preciso es aún el miserable torturador —también llamado “extirpador”— Fernando Avendaño en sus llamados “Sermones”; tortura a los habitantes peruanos antiguos, los Indios autóctonos peruanos. diciéndoles:
“Mucha lástima tengo a vuestros padres y aquellos que adoraban estos huesos podridos de vuestros mallquis. Decidme ahora, dónde están las almas de vuestros mallquis (momias de los antepasados). Decidme, ¿dónde están ? Y, si no lo queréis decir, yo os lo diré claramente: sabed, hijos, que las almas de vuestros mallquis están ardiendo en el infierno, porque ellos eran hombres pecadores y no fueron bautizados y adoraron al demonio en las huacas, y no conocieron al verdadero Dios, ni hicieron penitencia de sus pecados, y así están ardiendo en el infierno en compañía de sus demonios”. (Sermones, Fernando Avendaño).
Pongámonos a pensar qué tal moralidad la de esta gente “extirpadora”. Claro, hoy, en estos tiempos, uno puede decir: “una tonteria”, ¿qué importancia puede tener eso? Pero, hay que contextualizar bien estos sermones. A los antiguos peruanos, considerados según la República de indios, “menores de edad”, eran obligados a escuchar este tipo de peroratas de sujetos como Avendaño o Avila y a escucharlo como la “verdad”, so pena de látigo, castigos corporales e incluso la muerte en la práctica.
Francisco Ávila, jesuita, y extirpador, o sea, torturador, tuvo gran participación en la tortura de numerosos peruanos en el año 1609. Sirva esto de recordatorio para la actual así llamada Comisión de la Verdad y la Reconciliación”, que, si bien ha investigado numerosos casos de violaciones recientes a los DD.HH. en el Perú actual (20 años atrás), no debería olvidar que la orden jesuita, orden a la que muchos de sus miembros pertenece se dedicó sistemáticamente a violar derechos humanos en el Perú desde su llegada a tierras americanas, salvo excepciones.
Bien, Francisco De Ávila, el jesuita, ¿destinó? a apoyar el III Concilio Limense en donde presentó un gran número de “evidencias” que fueron quemadas en un gran Acto público o “Auto Público”. Mandó, en combinación con el obispo Bartolomé Lobo Guerrero, a azotar a un poblador peruano acusándo de hechicero al señor Hugo Páucar. Todavía parecen sonar en Huarochirí los 200 latigazos que fueron aplicados a la espalda de Páucar habiendo sido acusado de hechicería. Y todo esto aún no es nada…volveremos sobre el asunto
Mas, preliminarmente, podemos preguntarnos: ¿debe el Estado peruano algún tipo de reconocimiento a la Iglesia Católica?
La respuesta es no; de ninguna manera; más bien debe ser momento de empezar a efectuar una Comision de la Verdad histórica de todos los crímenes efectuados por la Iglesia Católica a lo largo de mas de cinco siglos de oprobioso dominio.
Volveremos sobre todos estos puntos.
¡Hay que derogar el Artículo 50!
Ensayemos una paráfrasis del Artículo 50 de la Constitución en vigencia:
Artículo 50º. Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce al Grupo Colina como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración “
“Oiga, usted, ¡no sea payaso!, ¿qué le pasa? ¿se está usted burlando de la Carta Magna?,
¡Esos sujetos son unos torturadores y asesinos!, ¡Me está jugando una broma!, ¡Ni hablar!, me diría probablemente un conciudadano atento a la ironía .
Ensayemos entonces, ahora, este cambio:
Artículo 50 “Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración “
“Oiga, eso sí está bien” diría el mismo conciudadano, acaso imbuido de la legislación, notando que, esta vez, he consignado el artículo de la Constitución como reza en la carta del 93.
Muy bien, la verdad, aunque esto puede sonar a chacota y a burla, acaso deje de parecerle aquello una vez que lea usted lo que narra Ricardo Palma respecto a la Iglesia Católica y específicamente
1.- LOS SUPLICIOS DE LA INQUISICION
Habíamos tocado el tema relativo a la crudelísima extirpación de idolatrías aplicada a la población peruana en general, a la población india, considerada por ley como “menor de edad” y a la cual no se le aplicaba el tribunal del Santo Oficio. Dióse penalidades y latigazos a granel a los pobladores y a la quema e incineración de sus huacas (lugares sagrados) y malquis (restos de los antepasados) y a elementos vivientes de la cultura peruana autóctona, que han desaparecido por el accionar sistemático de la Iglesia Católica.
Reservábanse, como es ya conocido, las torturas y miserias del Tribunal de la Inquisición a los herejes, extranjeros, judíos, musulmanes, y hechiceros.
Hubieron, lo hemos referido, muchos torturados, (contrariamente a lo que varios asalariados de la iglesia han sostenido) pero, debemos pasar a detallar no sólo lo relativo a la cantidad sino al tipo de tortura y la bestialidad aplicada a la población que los salvajes miembros del tribunal aplicaban a los condenados. ¡Valga la redundancia!
Deberíamos ya los miembros de la sociedad ¿participar? en la conformación de una II Comisión de la Verdad, esta vez, para analizar todas las tropelías realizadas por la Iglesia
Católica y Romana en los más de 470 años que ha venido haciendo de las suyas, por todos los daños y reparaciones, por asesinatos y torturas realizados en todos los lustros de su existencia y cuya actual cabeza visible es el entusiasta promotor de la violación de DD. HH. Juan Luis Cipriani Thorne y, por supuesto, todas las órdenes que contribuyeron a las violaciones de DD.HH.; no 20, sino más de 470 años.
Vamos a citar a una autoridad en historia y literatura. Ricardo Palma en sus “Anales de la Inquisición” citando, a su vez, a Nataniel Jomtob en su obra “Inquisición sin máscara” narra los pormenores de los suplicios y su clasificación:
Dice, Palma, lo siguiente:
LOS TRES TIPOS DE TORMENTO DE LA INQUISICION :
“Tres eran los géneros de tormento que regularmente usaba la Inquisición: el de la garrucha, el del potro, y el del fuego. Cómo a la agudeza de los dolores acompañaban tristes lamentos y gritos descompasados, era conducido el paciente a un sótano llamado cámara del tormento, a fin de que no llegasen al exterior sus voces. Lo acompañaban el Inquisidor y el secretario de turno, le preguntaban de nuevo acerca de su delito y, si persistía en negar, se procedía a la ejecución.
Para el tormento de garrucha ó polea, se colgaban en el techo un instrumento de este nombre, pasando por él una gruesa soga de cañamo o esparto . Cogían después al reo y, dejándolo en paños menores , le ponían grillos, atábanle a la garganta de los pies cien libras de hierro, y volviéndole los brazos a la espalda y asegurándolos con un cordel; lo ataban de soga por las muñecas. Teniéndolo en esta posición, lo levantaban un estado de hombre, y en el ínterin lo amonestaban secamente los jueces para que dijese la verdad. Se le daban además, según fuera los indicios y la gravedad del delito hasta doce estrepadas, dejándolo caer de golpe; pero de modo que ni los pies ni las pesas tocasen el suelo a fin de que el cuerpo recibiese mayor sacudimento.
En el tormento del potro que llamaban también de agua y cordeles, estando el reo desnudo, en la forma que se ha dicho, era tendido boca arriba sobre un caballete o banco de madera; al cual le ataban los pies, las manos y la cabeza, de modo que no se pudiese mover. Entonces le hacían tomar algunos litros de agua echándosela poco a poco sobre una cinta que le introducían en la boca para que, entrando con el agua en el gaznate, le causase las ansias y desesperación de un ahogado.
Para el tormento del fuego, ponían al reo de pies desnudos en el cepo y bañándole las plantas con manteca de puerco, arrimaban a ellas un bracero encendido. Cuando mucho se quejaban del dolor, interponían una tabla entre el brasero y los pies, mandándole que declarase. Reputábase este tormento por el mas cruel de todos.
La duración del tormento, por bula de Paulo III, no podía pasar de una hora; y si bien, la Inquisición de Italia no solía llegar a ella, en la de España, que se ha gloriado de aventajar a todas en su celo por la fe, se prolongaba el tormento a cinco cuartos de hora. Solía suceder que el paciente, por lo intenso del dolor, quedase sin sentido; y para este caso estaba prevenido el médico, el cual informaba al Tribunal si el paroxismo era real o figurado, y con su dictamen se suspendía ó continuaba el martirio. Cuando el reo se mantenía negativo, venciendo el tormento, o cuando, habiendo en él confesado, no ratificaba a las veinticuatro horas su confesión, se le daba hasta tercera tortura, mediando solo dos días de una a otra”.
II .- LA TORTURA “SISTEMATIZADA ” ANTES QUE CUALQUIER SERVICIO DE INTELIGENCIA MODERNO.
La Iglesia Católica practicaba, desde mucho antes que cualquier Servicio de Inteligencia moderno, la Tortura como método y práctica sistemática y con carácter dosificado, conjuntamente con un médico que dosificara la tortura y previo a la praxis de cualquier servicio de inteligencia llámese GESTAPO; KGB O CIA, SIN o lo que sea.. Empleaba la Iglesia Católica y meditaban todos los movimientos que realizaba durante la tortura.
Prosigamos lo que nos refiere el gran Ricardo Palma como proseguían con las torturas en su metodología inhumana, cruel y sanguinaria:
Afirmaba Palma:
“Cuando no bastaban las persuasiones ni las tretas para que el reo, con verdad ó sin ella, se confesase delincuente recurrían los Inquisidores a la tortura, mezclando a la ficción con la severidad. Porque, además de amenazarle con la duración indefinida del tormento, hacínale creer, cuando ya lo había sufrido por el tiempo determinado, que lo suspendían por ser tarde o por otra razón semejante, con el objeto, de infundirle más terror. Los legisladores que tal prueba autorizaron, tuvieron al menos la equidad de dar por purgados con ellas los indicios, y dejaban ir libre al reo que perseveraba negativo; pero la Inquisición, para no ser menos feroz que otros tribunales, que en este caso imponían la pena extraordinaria, le condenaban también a cárcel perpetua o a algunos años de galeras. De este modo el infeliz reo, acaso inocente, quedando no pocas veces imposibilitado para todo ejercicio con la dislocación de los huesos en la garrucha, con la opresión del pecho y otros accidentes en el potro, y con la contracción de nervios en el tormento de fuego, tenía que pasar por la afrenta de verse agavillado y confundido con la gente más soez.”
3.- SUPERANDO EN SALVAJISMO A CUALQUIER TRIBUNAL ; LA IGLESIA CATOLICA Y SU TRIBUNAL DE LA SANTA INQUISICION.
La Iglesia Católica, con su Santo Oficio, aventajó en rigor, furia y carácter sanguinario a otros Tribunales existentes. Sigamos a Ricardo Palma en su recuento:
Afirma Palma:
“Como la inquisición ha hecho suyos los vicios de los demás tribunales, llevándoles casi siempre ventaja, en las leyes del tormento descolló extraordinariamente su rigor. En primer lugar, no contenta con obligar al reo a que confesase su delito y descubriese a los cómplices, le precisaba también a revelar su intención. De modo que, aún cuando en la tortura confesase todo lo que puede pertenecer al conocimiento de un tribunal, se le sujetaba otra vez a ella hasta que se declarase ante los hombres tan malo como los jueces lo suponían delante de Dios.
Otra práctica había aún más inhumana. Cuando el mismo arrepentido confesaba su dañada intención y denunciaba a los cómplices, se le daba, sin embargo, tortura siempre que alguno de estos negase serlo. Tan atormentado era, pues, el reo confesando como obstinándose en negar.
4.-PARA LA IGLESIA CATOLICA, TODO ACUSADO ERA CULPABLE, BASTABA SOLO…UN RUMOR… PRUEBA SUFICIENTE.
No contentos con torturar de la manera más miserable y cruel, contrario a todo principio de Derecho, que dice “que toda persona es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad”, a la Inquisición le bastaba sólo el rumor para mandar condenar a quien ellos determinasen.
Palma lo afirmaba así:
“A más de la prueba por escritura, por testigos y la confesión del reo, libre o forzada, en que apoyaba su confesión el fiscal, se usaba la compurgación. Esta consistía en obligar al reo a sincerarse de las sospechas que contra él había, con testimonios de sujetos de probidad, quienes bajo juramento afirmaban tenerle por católico y libre de la herejía que se le imputara . Bastaba un rumor contra un hombre para sujetarlo a la compurgación; y cuando el difamado no encontrara quien le abonase, acaso por lo arriesgado que era esto en los procedimientos del Santo Oficio, se le condenaba como hereje contumaz”
5 LA IGLESIA CATOLICA Y SU TRIBUNAL DE LA INQUISICION NO RESPETARON NI A LAS MUJERES.
Ricardo Palma deja constancia de ello:
“Las leyes humanas han exceptuado siempre a las mujeres del tormento, mirando su delicadeza física y por respeto al pudor, pero el Santo Oficio pisoteaba estas consideraciones. Además, si las mujeres presas no observaban el estricto silencio que debía reinar en las cárceles de la Inquisición se les desnudaba y azotaba”
Y, bueno , estimado lector, habiendo revisado todas estas características de la Iglesia Católica y de su Tribunal del Santo Oficio, de la “Extirpación de Idolatrías” y revisando todos estos antecedentes, ¿Podemos, y acaso debemos, otorgarle a dicha Religión “reconocimiento en la formación moral y espiritual“ de la nación?
¿No es más bien ese Artículo 50 de la Constitución de 1993, después de lo visto, una broma de mal gusto, cuando menos? Puede usted, lector, ver que la comparación con el asesino grupo Colina, resulta hasta trivial.
Es simplemente inaceptable que el Estado Peruano otorgue reconocimiento a dicha religión vía la Constitución Política del Perú. Y lo que procedería seria
Derogar o modificar ese infame Artículo 50 que pretende consideraciones y reconocimientos donde más bien debe aplicarse sanciones.
2) Nombrar una verdadera Comisión de la Verdad de carácter histórico, que pueda dar cuenta objetivamente de todos los crímenes efectuados por la organización católica desde sus inicios en 1535 y establezca las reparaciones tanto económicas como penales que hubiere lugar.
Volveremos con más.
Fuente : Ricardo Palma; “Anales de la Inquisición de Lima”, Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, Congreso del Perú, 1997.
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