En los últimos cincuenta años, no ha transcurrido uno sólo en que el tema del río Bogotá no haya sido agitado como uno de los más graves problemas ambientales del país. Efectivamente, en el decenio de los cincuenta del siglo pasado, ante la cada vez más crítica contaminación del río, se contrató una firma extranjera para que presentara soluciones al problema. Este fue simplemente el comienzo de una cadena de estudios, generalmente realizados cada diez años, que muestran un río siempre mucho más contaminado –es una verdadera alcantarilla- sin que acciones concretas para la descontaminación se hayan realizado de manera efectiva, aún tomando en cuenta la tristemente célebre Planta del Salitre (PTAR) que solamente trata una fracción del caudal en ese sector y lo hace de manera deficiente e incompleta.

La Planta del Salitre es prueba fehaciente de un grave error que el Distrito Capital cometió hace más de diez años, consistente en acoger tecnologías importadas, difícilmente adaptables a nuestro medio por razones físicas y biológicas, para el tratamiento de los residuos líquidos domésticos de la ciudad.

No hay ninguna ciudad en el mundo, de tamaño similar al de Bogotá y ubicada a una elevación sobre el nivel del mar igual o mayor a la que ostenta nuestra ciudad, que utilice esos sistemas de tratamiento, que han sido diseñados primordialmente para ciudades ubicadas a nivel del mar o a altitudes que no superan los2.000 metros sobre este nivel. ¿En dónde radica el problema? Los procesos mecánicos, como los escogidos por Bogotá, requieren mucha mayor potencia al ser operados a la altura de nuestra ciudad, lo cual los hace inmensamente más costosos. Además, los sistemas biológicos, como los seleccionados, son deficientes al funcionar a la baja temperatura que caracteriza a las aguas en la Sabana, un problema también generado por la altitud.

Lo anterior hace que plantas de tratamiento de aguas residuales, de las citadas tecnologías, no sean económicamente viables a elevaciones como la de Bogotá. Un ejemplo para superar este obstáculo lo ha dado Ciudad de Méjico, cuya altura es similar a la de nuestra capital, aunque 400 metros más baja, que optó por recoger sus aguas residuales mediante drenaje profundo para sacarlas a un embalse ubicado a menor altitud, donde las aguas sufren una estabilización previa a su tratamiento, que se realiza en una zona aún más baja.

Bogotá no quiso quedarse atrás en tecnología y optó por sistemas de tratamiento similares a los utilizados en Nueva York, París, Roma o Moscú, pero sin tomar en cuenta que la altitud hace muy difícil adaptar esos sistemas a nuestras condiciones, a menos que las aguas residuales sean conducidas, como en el caso ya expuesto de Ciudad de Méjico, a una zona mucho más baja para su tratamiento.

Esto fue precisamente lo recomendado por uno de los numerosos estudios que se han realizado para el tratamiento de los residuos líquidos de la ciudad. Efectivamente, el Consorcio Internacional CDM-CEI-PLANHIDRO, en estudios realizados de 1972 a 1974, al examinar todas las posibles alternativas encontró que el tratamiento de tan grandes caudales a la altura de la Sabana de Bogotá no era económicamente viable y por ello recomendó que las aguas residuales fueran transportadas mediante interceptores y seguidamente por las tuberías del sistema hidroeléctrico hasta una zona cercana al río Magdalena, ideal en cuanto a altitud y temperatura, para allí someterlas a tratamiento por el método de lagunas aereadas. La economía era enorme, pues se estimaba en ese entonces el costo del sistema en aproximadamente un diez por ciento de lo requerido si el tratamiento se realizaba a la altura de la ciudad, como años después se determinó.

No es tal vez hora de llorar sobre la leche derramada, pues a pesar de las fallas del sistema seleccionado, como se ha demostrado en la Planta del Salitre, Bogotá ha avanzado mucho en el planeamiento e implantación de este sistema. Se tiene previsto duplicar la capacidad de la Planta del Salitre para que el tratamiento primario que realiza al menos cubra el total del caudal en ese sector, y luego se tiene contemplado construir la segunda etapa, para pasar de tratamiento primario, que solamente remueve un 30% de la DBO, a tratamiento secundario, con el cual se obtiene, si su operación es óptima, hasta un 80% de remoción de la materia orgánica biodegradable.

Y así, al unísono con las ampliaciones de la Planta del Salitre, que solamente atenderá un tercio de las aguas negras de Bogotá, se tiene proyectado construir la Planta de Canoas, en inmediaciones de Soacha, para tratar eventualmente las otras dos terceras partes. El costo, incluyendo todas las etapas, se acerca a los tres mil millones de dólares, que difícilmente la ciudad, incluso con el apoyo de la Nación, podrá aportar.

Pero aún con este inmenso costo, el ciudadano podría quedar satisfecho si el esfuerzo redundara en la recuperación total del río Bogotá y la protección adecuada del río Magdalena, pero esto no va a ser así. El tratamiento primario, seguido del secundario, como se tiene previsto, máximo remueve 80% de la materia orgánica biodegradable, como ya se dijo, lo cual es equivalente a dejar al 20% de la ciudad sin tratamiento, es decir, a una población de aproximadamente millón y medio de habitantes, que produce residuos líquidos suficientes para mantener altamente contaminado el río, totalmente desoxigenado en sus sectores más críticos, como se encuentra actualmente, y con el potencial de transmitir graves enfermedades de origen hídrico, especialmente nocivas para la población infantil.

¿Cuál sería la solución? Quizás vale la pena revaluar lo hecho hasta ahora, pero dado que la Planta del Salitre está parcialmente construida, lo más aconsejable es terminar a satisfacción todas sus etapas hasta que se logre el más alto grado de tratamiento posible, sin recurrir a tratamiento terciario, que es económicamente prohibitivo. En cuanto a la Planta de Canoas, ésta podría ser reemplazada por el sistema propuesto hace más de treinta años por CDM-CEI-PLANHIDRO, conduciendo las aguas residuales hasta un sector a baja altitud en cercanías del río Magdalena, en donde su tratamiento sería mucho más económico.

Tal vez la anterior recomendación jamás se siga, aunque provenga de un consorcio internacional tan calificado como el ya citado. La ciudad está embarcada en unas obras faraónicas que desafortunadamente traerán resultados muy modestos y seguramente continuará ese curso. Aún con el destino del 15% del Impuesto Predial a la recuperación del río Bogotá, como se ha anunciado últimamente, los problemas técnicos y financieros del sistema seleccionado prevalecen.

Proponemos que al menos se informe adecuadamente al ciudadano. Que éste sepa que las inversiones gigantescas que se están haciendo no van a recuperar el río Bogotá, y que el Río Magdalena continuará en grave peligro. A la gente hay que decirle la verdad. El río Bogotá tendrá menos contaminación, pero su estado seguirá siendo muy crítico aún después de terminado el plan de descontaminación que se encuentra en desarrollo. No es bueno hacerse ilusiones, es preferible que la gente esté informada para que al final no venga el desencanto.