No hay soberanía nacional sin soberanía popular. Pueblo que no reivindica su historia aprendiendo de sus yerros ¡vuelve a cometerlos!

Escribe Jorge Basadre en Historia de la República: “El arreglo de la deuda exterior, el de la deuda interna, el de la manumisión y el de los gastos que el conflicto con España y otros problemas internacionales originaron, fueron hechos con las entradas del fertilizante (guano); así como, más tarde, el ensayo de vastas obras públicas y, sobre todo, la construcción de grandes ferrocarriles. La tremenda crisis proveniente del desnivel entre las deudas acumuladas con los consignatarios, las posibilidades reales de pagarlas y de atender, por otra parte, simultáneamente a los gastos ordinarios se diseñó ya hacia 1867, y vino un período agónico hasta la guerra con Chile.

El guano, por lo demás, fertilizó y fecundó la tierra en muchas zonas del mundo; y no, en gran escala, las del Perú. La mentalidad que dominó en los hombres públicos en esta República fue la del heredero que súbitamente se encuentra dueño de un tesoro y que, manirroto, lo despilfarra sin meditar en el futuro.”

¿Y qué se han encontrado pandillas de facinerosos en el Perú contemporáneo? Para variar, un país riquísimo, con inmensas y hasta hoy insondables vetas mineras de gran formato y abundancia energética que exportan para que retornen con valor agregado. Y en el caso del molibdeno, para que las Fuerzas Armadas de Chile, lo usen masivamente. ¡Ayer los consignatarios, hoy los mineros!

“No tenía entonces, por otra parte, la administración pública peruana equipos de hombres preparados técnicamente en el trabajo de llevar a cabo la movilización del abono para conducirlo con garantías a sus mercados extranjeros; ni se preocupó de formarlos. La venta efectuada en esos lugares por empleados oficiales (decía el ministro Manuel del Río en su citada memoria de 1847) colocaba fuera del alcance del gobierno el manejo de uno de los principales ingresos del Tesoro; porque cualquier cuestión que surgiera alrededor de esos emisarios mercantiles se tenía que sujetar, aun cuando se tratara de ciudadanos del Perú, al imperio de las leyes y de los tribunales vigentes en los lugares de su residencia. Para suministrar rápidamente fondos al Tesoro y atender las necesidades inmediatas que el guano fue cubriendo, se creyó, pues, necesario tratar con personas o entidades que pudiesen hacer con exactitud y regularidad las entregas de dinero, a veces cuantiosas y urgentes que el gobierno necesitaba.

Los consignatarios crearon el puente entre los depósitos de guano y sus mercados y acudieron con recursos al Estado cuando, y dentro de una excesiva frecuencia, fueron llamados a prestar esa ayuda. La sociedad diseñada en 1842 tuvo una lamentable desaparición; y se llegó a definir, antes bien, una clara división de intereses y de responsabilidades. El Estado era propietario del guano hasta el momento en que era vendido. Los consignatarios actuaban como sus agentes, fletando por cuenta y riesgo de él los buques necesarios para conducir el abono a los lugares donde se efectuaba el expendio; y cobraban las comisiones y los gastos respectivos. Fue como un alquiler de servicios.

Los consignatarios cargaron, embarcaron, movilizaron, guardaron y vendieron el guano por cuenta del Estado, y recibieron el pago correspondiente a esa labor. Víctima de una cruel pobreza, la Hacienda Pública recibió la inesperada abundancia del guano como una salvación para sus tremendas necesidades diarias. Manuel del Río expresó en su memoria como ministro en 1847 que, sin ella, habría tenido que ir a la rebaja en los haberes y pensiones y afrontar sus incalculables resultados. Como un organismo débil que recibe una droga vigorizante cuyo abuso lleva a una fatal enfermedad, el Estado buscó las consignaciones y más tarde, envuelto en ellas, resultó aprisionado y esquilmado”.

¿No hay en el ambiente una sensación repugnante porque un grupo de empresas mineras gana miles de millones de dólares, desde hace muchos años, no paga las regalías correspondientes, hacen trampa tributaria vía sus malhadados contratos-ley y apenas si van a donar, como limosna al Estado peruano, algo así como US$ 800 millones para los próximos cinco años? La historia se repite con ofensa seria al proyecto colectivo de vida y progreso del pueblo peruano.

“No pudo esperar el pago del guano por sus compradores o consumidores normales; y solicitó adelantos en efectivo de quienes lo transportaban. Así absorbió, prematuramente, con abonos de intereses y amortizaciones, sus propios beneficios. Los anticipos fueron hechos adelantando los productos de la venta del fertilizante y deduciendo los intereses respectivos. A su vez, los consignatarios aprovecharon estas oportunidades para obtener prórrogas de los plazos y de las demás cláusulas pactadas. Al mismo tiempo, obtuvieron que el Estado recibiera a la par, como parte del dinero prestado, títulos de la deuda externa cuyo valor en el mercado era más o menos reducido.

Por todas estas razones, aclaradas a través de una lenta y dolorosa experiencia, el sistema de las consignaciones llegó a recibir, en forma creciente, fundadas y acerbas críticas. A los argumentos de orden legal y económico se agregó la evidencia de que los carguíos y embarques de guano no estuvieron sujetos a vigilancia; que faltaron cuidado y exactitud en las cuentas presentadas y en las oficinas de Hacienda; que los anticipos y empréstitos hechos sucesivamente por los consignatarios sirvieron para encadenar al Estado, al punto de que, a veces, ellos llegaron a demorar las entregas del dinero que habían recibido por los cargamentos ya vendidos, para obligar a nuevos contratos”.

¿Nota el lector cómo han pasado los años, se han muerto los antiguos agiotistas pero las costumbres de exacción, monra y robo al Estado han permanecido sin mayor variación y hoy continúan ocurriendo estos desórdenes bajo nombres y modalidades hasta más sofisticadas?

Más aún. Dice Basadre: “La paz pública hubiera ayudado a ordenar las cosas; pero, por el contrario, los bandos políticos, sucesivamente victoriosos, fueron dañinos para el Erario. Se sucedieron empréstitos voluntarios o forzosos, ventas de propiedades del Estado, expropiaciones, emisión de vales y billetes de crédito público y otras medidas análogas. Creció así la deuda pública; hubo dificultades para atender mensualmente a los empleados, el ejército, de número crecido, necesitó ser pagado de preferencia; las listas pasivas aumentaron en exceso; se pidió dinero prestado muchas veces en condiciones usurarias. No hubo tiempo ni calma ni el personal preparado para revisar, modernizar o dar eficacia y justicia al régimen tributario y a los sistemas de recaudación y contabilidad.”

En el Perú de nuestros días los que más tienen, son los que menos impuestos pagan porque para eso sirven las tropas de abogángsteres muy ocupados en disimular sus activos fijos y barnizar sus pasivos. Y los medios, con publicidad compra-conciencia, sólo dan cuenta de lo que dicen sus auspiciadores. Todo lo demás, lo callan ominosamente. La prosperidad falaz de que hablaba Basadre proyecta sus contornos siniestros otra vez.

Importante recordar que para Basadre “Desde el punto de vista de la historia social del Perú la significación del guano estuvo, principalmente: a) En la acentuación del carácter costeño de la vida republicana; b) En la gestación de la fatídica bancarrota fiscal, después de una rápida y falaz bonanza dentro de la cual surgió uno de los más extraordinarios casos de dilapidación y prodigalidad que hayan existido en país alguno; y, c) En el encumbramiento, después de 1860, de una nueva clase social basada en la Hacienda Pública y la especulación y que llegó a enlazarse con parte de la antigua nobleza genealógica”.

En buena cuenta: el guano fue madre de la plutocracia.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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