I.— El conflicto postelectoral transita ya en el filo de lo planteado y permitido por el Artículo 39 constitucional si el órgano colegiado de la cúpula del Poder Judicial de la Federación -la Suprema Corte de Justicia de la Nación- no ejerce la facultad democrática y republicana que les otorga a los once ministros el Artículo 97 de la misma Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en el apartado tercero. Y que establece que de oficio pueden y deben averiguar “algún hecho o hechos que constituyan la violación del voto público”.

II.— Está más que en duda y sospecha el resultado de la elección presidencial, por lo que hace a su legalidad respecto a su procedimiento. Las cifras favorables al candidato conservador y de derechas, del partido oficial, con los datos mínimos del recuento parcial a las urnas, arrojan que todo el proceso está viciado de graves irregularidades. Y ante la resistencia del partido de Acción Nacional, con su pírrica dizque victoria y del foxismo, empezando por Fox y sus socios-cómplices empresariales, banqueros y financieros nativos e internacionales, para revisar, como bien exige la oposición, voto por voto y casilla por casilla, la última salida legal es que la Corte ejerza esa facultad.

III.— La suprema Corte ha tenido presidentes impuestos, casi siempre, por el presidente de la República. No pocos de ellos hasta ignorantes del derecho positivo vigente y representado por el Estado mexicano como una estructura jurídica que hace posible sus contenidos como fines de toda naturaleza (políticos, laborales, separación de poderes, elecciones libres, etcétera). Apenas si ostentaban el título que los acreditaba como licenciados de la carrera de derecho. Casi todos ellos serviles al poder presidencial.

IV.— Mariano Azuela Güitrón no es la excepción. Fue ministro impuesto por Zedillo, después de que éste había propinado un arbitrario golpismo de corte neofascista, para deshacerse de la Corte de Salinas y sus entonces 21 integrantes. Ya entrado en gastos el foxismo, fue impulsado Azuela a la presidencia de la institución, por Fox y compañía clerical, ya que el tal Mariano, por su fundamentalismo religioso y su ideología conservadora-derechista, coincidía con los intereses creados del trío: Fox-Mart(h)a-Maciel.

V.— Y como vivimos una época fanáticamente religiosa de todas las tendencias en las iglesias, sectas y demás agrupaciones incluso políticas, donde todos encomiendan sus almas a sus dioses y en nombre de éstos o de un solo Dios, corrompen, matan, roban, destruyen... como Bush, Fox y otros dirigentes del resto del mundo; Azuela fue un “caído del cielo” para el foxismo, el PAN y los sectores que buscan justificar sus actos y omisiones al servicio de los abusos del poder, con la protección del “más allá”. Y Azuela con sus casi siempre cinco o seis ministros, que hacen mayoría, no dudan en postrarse ante el “becerro de oro” de sus fabulosos sueldos y prestaciones y siempre atentos a “legalizar” los atropellos de Fox y su mafia política.

Mariano Azuela

VI.— Azuela se ha prestado a usar a la Corte como Tribunal Constitucional para recibir las controversias constitucionales, resolviendo favorablemente al grupo en el poder. Tal complicidad pisotea -interrumpiendo su observancia-, los principios fundamentales sancionados constitucionalmente (Art. 136). Y el pueblo sabe que al menos esos dos poderes: el Ejecutivo y Judicial, del Estado Federal, están en franca rebelión contra la Constitución que, no obstante, no ha perdido ni su fuerza ni su vigencia. Y que el último recurso para restablecerla es que, como siempre en los movimientos históricos, la mayoría nacional debe ir al rescate en el entendido de que “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo el poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.

VII.— En momentos dramáticos, Benito Juárez (cuyo retrato-pintura de cuerpo entero preside las sesiones de la Suprema Corte, aunque Azuela, en su cartera lleva la imagen de su santo preferido, y se persigna y reza antes de participar en el sínodo nocturno de las sesiones), ocupó el cargo de presidente de la Corte. Eran tiempos seculares, laicos, patrióticos y de incansables luchas pacíficas y violentas para ir consolidando el imperio de la ley, a través de la Constitución de 1857. Azuela está deshonrando ese cargo (aunque en realidad es él mismo quien se degrada), no sólo como su presidente, sino desde que en 1983 fue impuesto como simple ministro por ese otro fundamentalista Miguel de la Madrid.

VIII.— Si Fox ya se ganó a pulso el calificativo de “traidor a la democracia”, el señor Azuela (la antítesis, incluso, del Azuela que escribió, entre otros, Los de abajo) es ya un traidor a la Constitución. Se niega a que la Corte ejerza la facultad que tiene para investigar las violaciones al sufragio efectivo. Una y otra vez ha descartado cumplir con esa obligación republicana y democrática, además de constitucional. Si el Tribunal Electoral se niega a revisar voto por voto de los 300 distritos (cuya última redistribución fue para favorecer a las concentraciones donde viven panistas), entonces no queda más que el último recurso: que la Corte investigue.

IX.— De no hacerlo y que equivale a dejar abierta la Caja de Pandora para que escape esa esperanza, la nación, con sus mayorías representadas por los 14 millones de ciudadanos que vienen de los estratos sociales empobrecidos (equivalentes a los 70 millones de mexicanos sin empleo, sin escuelas y víctimas de todos los males del capitalismo salvaje disfrazado con los harapos del neoliberalismo económico), el conflicto electoral entre pobres y ricos puede transformarse en una crisis sin posibilidades de transacción, para dar paso a lo postulado en el Art. 39 constitucional. Es sabido que el ministro salinista-foxista develó la estatua del porfirista Emilio Rabasa, ministro plenipotenciario de Victoriano Huerta, el matón de Madero y Pino Suárez (entre otros del genocidio golpista). Esos son los ídolos de Azuela y puntual servidor-servil de Fox.

X.— Deshonra, pues, Azuela el cargo que le obsequió Fox con la complacencia de quienes votaron por él en el seno de la Corte. No solamente se niega a cumplir con su obligación constitucional, no obstante lo obvio de los hechos que (mientras no se revisen voto por voto ni se averigüe si hubo violaciones en el procedimiento para la elección presidencial), son gravísimas irregularidades que, al menos, como vicios de origen, deben conducir a su anulación. Pero Azuela, de la camarilla en el poder que no quiere soltarlo a ningún precio, ha decidido, antirrepublicana y antidemocráticamente, es decir: antijuaristamente, cancelar la última salida pacífica al conflicto poselectoral.