Por encima de banderías partidistas o cuitas de parroquias pequeñas hay un hecho inconstrastable que va asomando su oprobiosa certeza con el paso de los días. Sin guerra u ocupaciones, sin soldados físicos, sólo con la fuerza disuasiva de miles de millones de dólares empleados en la compra de armamento y en inversiones en múltiples redes de servicios en Perú, el país del sur, Chile, está consiguiendo, gracias a un gobierno de funcionarios acríticos, lo que no pudo en 1836 ó 1879: la neocolonización del Perú. En buena cuenta esto fue lo que sostuvieron, combativamente, los señores Juan Sheput, Alan Fairlie y Carlos Ferrero ayer al mediodía.

Ha escrito con vibrante lucidez, el embajador e historiador Félix C. Calderón en previsor artículo, Constantes históricas en el comportamiento vecinal de Chile, de mayo de 2005: “El teorema geopolítico que los peruanos deben tener siempre presente es que Chile ha visto al Perú, históricamente, como su enemigo natural. Y hacen muy mal los panegiristas del entendimiento y la cooperación vecinal en olvidar, soslayar o edulcorar este hecho irrebatible que es, además, inconmovible, por lo menos mientras siga vigente la concepción del Estado-nación. No es esto, obviamente, un reflejo de perdedor, como se ha atrevido a decir un peruano de última hora, a causa sin duda de una reflexión indigesta provocada por su conocimiento superficial de nuestra historia. No. Ese teorema fluye fácilmente del análisis del comportamiento histórico de Chile con respecto al Perú y nos da la pauta de cómo es menester actuar, porque nunca es tarde, para que por fin podamos encarrilar las relaciones vecinales sobre un terreno común de mutuo respeto y ventajas recíprocas.

Antes y después de su existencia como república, Chile ha visto al Perú como una amenaza y, por lo mismo, ha sabido encontrar su razón de ser a sus expensas. Pero no ha sido el único. Simón Bolívar fue el primero en trazar un designio geopolítico avieso contra el Perú, epicentro ancestral de la gran nación andina (principalmente Perú, Bolivia y Ecuador), usurpando Guayaquil y creando luego Bolivia. De esta forma, fragmentó el espinazo andino y contrapuso por casi dos siglos a sus pueblos. Años más tarde, el comerciante de Valparaíso, Diego Portales, hizo el resto con un designio concordante, pero por el sur, a fin de mantener la dependencia del comercio peruano de los puertos chilenos. En suma, el Perú desde su nacimiento como república tuvo que hacer frente al embate de dos pretensiones geopolíticas adversas, por el norte y por el sur, además de la penetración amazónica del imperio brasileño. Situación altamente desventajosa de la que Chile supo aprovecharse con el tiempo para satisfacer sus propias ambiciones.”

Antes que en Perú se supiera exactamente qué era el TLC con Chile, una delegación de parlamentarios sureños ya sabía del mismo y se solazaba, en el Congreso peruano, de su conocimiento y supuestas ventajas. Es más, como dijo Sheput, un alto dirigente agrario austral anunció que sólo esperaban la ratificación de ese convenio por su Parlamento, para seguir comprando tierras por aquí. Preguntarse qué ocurrirá cuando le pidan al Establo peruano la conformidad que dé validez internacional al mismo, no es sino arriesgarse a sostener que el gobierno incurrirá en el ridículo más estentóreo porque tendrá que reconocer que los legisladores sí tenían que participar en el asunto.

Cuando Chile nos lleva una ventaja en inversión de armamentos de varios miles de millones de dólares, un ministro de “Defensa”, dueño de casas y propiedades que no puede explicar gracias al anuente silencio mediático, nos habla de “seguridad cooperativa” y “homologación de gastos”. La gringada aquella no es más ridícula que la homologación con empanada y vino tinto. La casta descastada del traidor asoma por todos lados.

El señor Carlos Ferrero sostuvo que la administración Toledo no firmó el convenio con Chile porque llegaron, dice él, mediante el análisis, a que era poco conveniente. Por eso sostuvo que cuando Perú regala su gas de manera oculta y casi en secreto, el asunto sí que va por mal camino. Y no le falta razón.

Refiriéndose a las asimetrías evidentes con Chile, Alan Fairlie, reiteró sus observaciones en torno a las desventajas de haber dado enormes facilidades al vecino del sur y en cambio, no tener nada a favor, o muy poco y exiguo.

El canciller García Belaunde, salido de la modorra permanente en que viven, él y su nube de Torre Tagle, dijo que su administración prevía ir a la Corte de La Haya para ver la delimitación marítima con Chile. Ciertamente no olvidó decir, con entreguismo aborrecible, que éste no era un tema para la cacareada reunión del 2 + 2 que pregona Wagner Tizón, de vieja y recurrente estirpe chilenófila. Es decir: todos son del mismo corte felón.

Reducir las críticas a un inexistente antichilenismo, no es más que una vieja estratagema ¡precisamente! de quienes son regalones de lo que no es suyo, de esos peruanos bamba o impostados desde los dólares que compran conciencias y posiciones en la sociedad, de esos traidores perennes a quienes no importa la tradición ni la historia y mucho menos la sangre de los mártires o el designio de país central en Latinoamérica, de horizonte irrenunciable, que tiene Perú, hecho que bien saben nuestros vecinos y por eso vienen masivamente. En cambio, confirmar, el entreguismo actual, sin vergüenza ni ápice de estrategia de ninguna clase, es un cargo tristísimo pero real que habrá de juzgar la historia. Y ésta no tiene porqué ser demasiado lejana.

Han hecho bien Sheput, Fairlie y Ferrero en denunciar el delicado momento que padece el Perú por culpa de irresponsables y aventureros a quienes hay que señalar por calles y plazas como culpables de esta neocolonización. ¡Vergüenza!

Bien ha advertido desde la cumbre invicta de casi 83 años el maestro y patriota Alfonso Benavides Correa: un país desarmado no es garantía de paz, un país desarmado, es una presa apetecible. Y con más modestia digo yo: ninguna inversión o tanque o los quintacolumna bien pagados con oro foráneo, serán capaces de superar a la idea irrenunciable de hacer del Perú un país libre, justo y culto, madre y no madrastra de sus hijos. ¡Amén!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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