Entre el 30 octubre y el 3 de noviembre una de las más voluminosas asambleas de trabajadores de que se tenga noticia acaba de aprobar la fusión de las dos mayores confederaciones sindicales del mundo en una sola:la Confederación Sindical Internacional (CIS). Desaparecen así la Ciosl (socialdemocrática) y la CMT (cristiana), ambas producto de la Guerra Fría de los años 40 y 50 del siglo pasado, y dan paso a un organismo de la mayor representación, que suscita el recuerdo de la FSM, la confederación única de trabajadores que surgió de la derrota del fascismo en 1945. La otrora poderosa FSM queda reducida a pequeñas parcelas laborales de Asia, Africa y América Latina, entre las cuales descuella, en nuestro medio, la oficialista CTC cubana y algunos sindicatos venezolanos que simpatizan con Chávez sin que él dé muestras de corresponderles.

Nunca ha estado más sola la FSM, que acolitó la tragedia política del socialismo real y fue abandonada en estampida por sus afiliados forzosos. Sigue pregonando sus justas denuncias sobre las desigualdades del sistema capitalista y la esencia guerrerista de sus gobiernos, pero setenta años de silencio sobre las injusticias del régimen socialista arrasaron su prestigio. Aceptar la propuesta unitaria de las otras dos formaciones mundiales no estuvo ni está en su agenda, porque no tiene fuerzas suficientes para influir en la marcha de los acontecimientos y se regalaría a sus odiados enemigos sin obtener beneficio alguno. No fue invitada a participar en los debates que culminaron con la creación de la CIS y ahora seguirá girando de alguna manera en la órbita de la “no colaboración” con el sistema capitalista.

Pero tampoco la CIS las tiene todas consigo. Solo es consciente de que si no se mantiene en el escenario, con nuevas formulaciones políticas y sociales, el campo hasta ahora “trabajado” por la Ciosl y la CMT va a desaparecer destrozado en el trapiche del capital global. No es por el gusto de la unidad, ni por el amor a los trabajadores, que las dos poderosas asociaciones convinieron en unir sus ejércitos, por cierto bastante maltrechos en todas partes, comenzando por sus baluartes de Europa. Ahora tienen la gran tarea de convencer a sus seguidores del mundo entero para que acepten y lleven adelante la idea de la confederación única. El proceso hacia la fusión de las dos entidades, que se llevó más de cinco años, fue tan democrático como el que había ofrecido la creación de la FSM en 1945, en el calor del triunfo popular sobre las fuerzas fascistas y la guerra. Es decir, las directivas proponen, agitan la propuesta, mueven sus palancas en las regiones, y los sindicatos regionales y nacionales arman el debate y asumen finalmente sus decisiones, que en su gran mayoría coinciden con la pretensión de las elevadas instancias mundiales.

Pero eso no para ahí. En la mayoría de los países existen varias confederaciones sindicales, que por decenios han pertenecido a la Ciosl o la CMT o han permanecido independientes (como ocurre con nuestra CUT desde su fundación o con la respetable CGT francesa después de que abandonó la FSM en los años 70). Y esas organizaciones nacionales arrastran sus respectivas caudas políticas y sindicales, poseen bienes raíces, intereses y empresas financieras, se benefician personal y colectivamente de puestos pagados en juntas directivas de entidades oficiales (como el Icbf o las Cajas de Compensación Familiar) y, sobre todo, por decenas de años, han recibido aportes financieros provenientes de las organizaciones sindicales mundiales que ahora tomaron el camino de fusionarse en una sola, de las centrales sindicales europeas y estadounidenses, de no pocos de los gobiernos de esos mismos países, de los organismos de la Iglesia Católica y de numerosas ONG, al mismo tiempo que de entidades como la OIT y el Pnud. Es toda una red de solidaridad social y financiera la que históricamente ha mantenidos vivos a los sindicatos de los países dependientes y atrasados. Sin esa ayuda no habrían sido posibles congresos sindicales nacionales, asistencia de dirigentes a eventos internacionales, seminarios y escuelas de educación sindical y política de toda escala y —para qué callarlo— sueldos de algunos directivos del sindicalismo nacional. En el caso colombiano, la resistencia de los sindicatos contra los planes de exterminio de dirigentes, activistas y sindicatos enteros, puestos en marcha desde principios de los años 80, sería impensable sin la solidaridad internacional. Este servidor puede aseverarlo: habría sido imposible siquiera proteger algunas sedes sindicales y dotar de vehículos adecuados a un pequeño grupo de líderes.

Es esa red mundial de solidaridad y financiamiento de la actividad sindical de los países pobres la que ahora tiene la palabra. Las antiguas sedes políticas y financieras (Ciosl, CMT, y con ellas sus organizaciones regionales en todo el mundo) no están ahora en condiciones de favorecer a grupos de sus seguidores del pasado y además contribuir a un fondo común cuyo destino ya no podrá obedecer a designios diferentes de los que imparta la CIS. Esas antiguas fuentes de dirección política y control financiero, unidas en un solo caudal, no están ya en condiciones de favorecer exclusivamente a sus antiguos socios. Eso contradiría su plan central de crear un movimiento sindical mundial unificado bajo un solo comando. Así que las organizaciones nacionales van a verse fuertemente presionadas a deponer sus diferencias y empezar el nuevo proceso unitario.

O sea, para el caso colombiano, por un tiempo —¿un año, dos años?— las cosas no van a cambiar mayormente. Seguirán viviendo la CTC, la CUT y la CGT, cuyos respectivos congresos aprobaron ya afiliarse a la CIS, pero no es creíble que resistan con éxito la presión internacional a favor de una central colombiana única. En la CTC no hay oposición alguna. En la CGT, a la cual directivos de la CTC y la CUT de todas las ideologías consideran un aparato no democrático, donde no existe un cuerpo directivo sino un secretario general, Julio Roberto Gómez, que maneja un equipo de empleados, no hay mayor afinidad con las otras dos formaciones, pero Gómez, presidente de la entidad regional latinoamericana de la antigua CMT y elevado por ésta al más importante cargo ocupado jamás por un sindicalista colombiano en la OIT, está amarrado al plan originario de la CIS y tendrá que obedecer o apartarse del camino. El sector “clasista” de la CUT, por su parte, ya ha reconocido que dio la batalla contra esa afiliación y la perdió, y que aceptará la decisión mayoritaria, aunque ese grupo —violando los estatutos de la central de la misma manera que lo hiciera la facción “democrática” años atrás al amparo de la Ciosl— se apresuró a afiliarse formalmente a la FSM como forma de sabotear las determinaciones mayoritarias. La democracia de las mayorías, que todos pregonamos a gritos, es buena y sabia siempre y cuando favorezca nuestros deseos, es lo que rezuma esa triste historia de sectarismo.

Sin embargo, nuestra preocupación central, como observadores del mundo del trabajo, no es precisamente la de las diferencias e intrigas que bullen en el seno de los sindicatos. Es más bien la de la dirección política del nuevo esquema que acaba de ponerse en marcha para impedir la desaparición del movimiento sindical mundial como fuerza social. La historia del sindicalismo es la misma historia de la dependencia sindical de los patronos y del Estado y eso no va a cambiar con la CIS e incluso —pensamos— puede agravarse. Los sindicatos no pueden vivir sin coquetear con el capital que les da empleo y con los gobiernos que les ofrecen prebendas. Si no ganan una dirección política independiente están condenados a servir a esos señores. En USA y en los antiguos países socialistas buscan el amparo del gobierno de turno y de las grandes empresas multinacionales. En Cuba están totalmente al servicio del gobierno y en Venezuela hacen toda clase de pinitos para llamar la atención del presidente Chávez.

De manera que se necesita una dirección política independiente, democrática, incrustada en la lucha popular colombiana, de la cual los asalariados son parte decisiva. Supuestamente esa fuerza es el PDA. Pero allí, de lucha popular y laboral poco se ve. Incluso, en el más alto nivel del Polo, hay representantes directos de la CUT y la CGT a quienes nadie conoce ni siente. Los más activos dirigentes del Polo siguen entusiasmados por la campaña electoral que se iniciará en 2007 y la presidencial de 2010. En el Polo solo hay dos partidos políticos organizados, el PC y el Moir. Todo lo demás son grupos y grupitos, sectores de opinión y personalidades. Y ni el PC ni el Moir le van a marchar al proyecto CIS, que consideran reaccionario. El secretario general del PC, en informe al partido, se congratula de que el último congreso de la CUT (agosto de 2006) no condenó expresamente la lucha armada insurgente. ¿Qué fuerza política va a tomar en sus manos la tarea de acompañar a los trabajadores en la batalla por salvar sus organizaciones de la extinción, ahora, cuando ya está en marcha un nuevo incremento del conflicto armado interno? Cójame ese trompo en l’uña y hablamos.