No lo había presenciado nunca. No sabía como era la triste experiencia de ver a seres humanos correr atemorizados de perder los cachivaches que permiten el sustento diario propio y de sus familias. Pero está semana fui testigo de ese lamentable espectáculo que produce una serie de sentimientos por allá dentro donde dicen que cuenta los minutos que se viven, ese reloj humano llamado corazón.

Me detuve a ver el horrible espectáculo. Hombres y mujeres empacando presurosos sus pocas pertenencias y saliendo en estampida a buscar donde esconder sus productos que venden en los andenes de un país que niega posibilidades de sustento por todos los puntos que señala la rosa de los vientos. Seres cada vez más marginales en una sociedad que margina, que orilla, que excluye que niega posibilidades, pero que reprime sin corazón.

Cómo enfrentar el hambre en un país donde los datos sobre la situación de pobreza producen escalofrío, pues nos dicen que uno de cada dos colombianos puede considerarse pobre con ingresos inferiores a 7.500 pesos diarios. Que cada uno de seis compatriotas es indigente con ingresos inferiores a 3 mil pesos día. Que el campo otrora productor de comida tiene hoy más de 7 millones de colombianos con hambre y la gran mayoría de habitantes del país no comen carne todos los días en una dieta obligada y triste. Que para muchos hoy en esta Colombia dedicada al Zarco de Galilea, pero que parece nos olvidó en sus milagros, ser rico es poder comer arroz, panela y un poco de frijoles.

¿Saben qué me gustó de ése desagradable espectáculo?: La voz de alerta que usan los informales para anunciar que viene la redada. ¡VIENE EL LOBO!

El ingenio junto al dolor en una asociación que al producir una sonrisa salva de la condena del odio. ¡Viene el lobo!, es en el fondo el grito que prevalece en toda la nación. Hoy es en una calle de Cali, mañana, lentamente, ese grito irá creciendo hasta que toda la patria lance uno que está atorado en la garganta de todos... ¡Llegó el lobo!, entonces quizá ya sea tarde…