El Tribunal Constitucional falló porque las dependencias del ministerio de Salud brinden previsión e información sobre el Anticonceptivo Oral de Emergencia conocido como píldora del día siguiente. ¿Se quedarán tranquilos esos que se creen con el derecho de opinar en torno al tema? Verbi gracia, ¿la Iglesia Católica no volverá a las andadas de su trasnoche eterna y profundamente entrometida?

En 1979, entre gallos y medianoche, el gobierno militar de entonces firmó con el Estado Vaticano el Concordato que libera de impuestos a la Iglesia Católica, provee de facilidades increíbles a esta confesión y, para colmo de males, consagró que este grupo religioso viva a expensas del pueblo peruano que sufraga con sus impuestos, los sueldos de ministros que su jerarquía gana! Las mentiras del capitoste mayor de la cofradía, Juan Luis Cipriani, quedaron en muy mal pie en días anteriores cuando dimos cuenta de la esforzada investigación acometida por Humberto Ramírez.

El ciudadano José Donayre Gamarra fue el primero que, años atrás, dirigiéndose al Congreso de hamponesca mayoría fujimorista, cuestionó, en esfuerzo pionero y príncipe, esta manifiesta ilegalidad. Entonces denunció los sueldos de muchos prelados. Justo es reconocer su valiente actitud.

El Estado debía mantener independencia absoluta, integral, definitiva y eterna con cualquier confesión o grey religiosa. Hay grupos evangélicos que buscan su propio Concordato, es decir, procuran, no la anulación de este tratado internacional que NO ha sido refrendado por ningún Congreso, sino que quieren tener las mismas sinecuras que, para mantener improductivos, paga el pueblo.

Si ningún Poder Legislativo ha dado su acuerdo, y mucho menos discutido, ese tratado internacional, ¿no tiene vicio insalvable el convenio de marras? ¿Por causa de qué la ciudadanía tiene que trabajar para vivir y un grupo de vagos, de múltiples vertientes y –según ellos- posición política, goza de una circunstancia profundamente discriminadora con el resto de los habitantes? La Iglesia Católica no paga impuestos sobre sus millonarias propiedades inmobiliarias, mineras, suntuarias o hereditarias. ¿No es hora de una gran auditoría para ajustar los pernos a los evasores?

Ha poco un grupo de ONGs, so pretexto de promover un Estado laico, se reunió en Lima, dizque con ese propósito. Pero, lo único que debió haber sido viga fundamental del cuestionamiento que separe al Estado de la Iglesia Católica, el Concordato, no fue tocado en ningún idioma u óptica radical que decantase las áreas de influencia de modo claro e inequívoco. Entonces la pregunta deviene frontal: ¿fue sincera o paliativa aquella reunión? Mi viva impresión es que todas las burocratizaciones para justificar dólares foráneos vía turbamultas o jamborees bobos –y profundamente hipócritas- no sirven para ¡absolutamente nada! Salvo para que algunos funcionarios tengan facturas y gastos que, acompañados de sus respectivos recibos de honorarios, demuestren que han “invertido” los copiosos fondos y en moneda norteamericana.

La conquista del Perú no fue una historia rosa. Fue un evento cruel, anti-cristiano, codicioso y envilecido por la bajísima moral de los que arribaron. Fueron expoliadores, algunos con espada y barba y otros con sotana y también barba y algunas biblias como aquella que el Inca Atahuallpa arrojó al suelo en demostración digna de asco por un adminículo que entonces no podía comprender y mucho menos al borde de lo que fue su posterior asesinato con el garrote. De modo que desde hace varios cientos de años hay quienes entraron por la ventana, a sangre, fuego y biblia, a la historia patria. ¡Y nunca han pagado impuestos!

¿Qué espera el Congreso para poner en su agenda con prioridad dramática y cívica, el tema de la anulación de este ilícito tratado internacional que compromete al Estado peruano y a sus sufragantes, 26 millones de hombres y mujeres? La fe es un tema que cada quien puede escoger y practicar, hasta la Iglesia Católica, la de los tribunales de la Inquisición y represora per se. Pero hay intromisiones pagadas con el dinero del contribuyente que no merecen ¡ni un minuto más! ser padecidas por razón alguna. ¿Qué opinan los legiferantes novísimos? ¿O tienen miedo a las excomulgaciones que como las bulas, vendían a granel, los malos funcionarios eclesiales? ¡Bah!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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