El gobierno parece estar timbeando con los TLC, aunque sus consecuencias afectan el futuro del país y no el de sus gobernantes de turno. Primero fue el TLC con EEUU. Luego de prometer en la campaña una discusión línea por línea y la defensa de la agricultura y los pobres del Perú, pasadas las elecciones se prestó a la maniobra de aprobar entre gallos y medianoche un tratado cuestionado con una población que manifestaba un voto contestatario importante, en un Congreso deslegitimado de salida. Apostó porque se aprobaba en el Congreso norteamericano, y que una señal política de disposición contribuía. Bastaría la publicidad de un TLC hacia dentro, un TLC que por arte de magia se transformaría en un TLC para los pobres.

Se pudo plantear, desde un primer momento, la ampliación del ATPDEA con el resto de andinos y no boicotear las gestiones conjuntas. Se pudo debatir en el país las mejores opciones y con la fuerza legítima de un gobierno recién electo, mejorar lo conseguido. Pero se buscó el aplauso de Washington y los corifeos locales, no sólo con el TLC sino con el continuismo de la política económica de Fujimori y Toledo

Con el triunfo demócrata en EEUU se presenta una nueva oportunidad. Pero, se dobla la apuesta. En vez de renegociar, se anuncia, como en el pasado, la disposición a conceder demandas adicionales a cambio de nada. Los viajes a Washington de funcionarios del régimen se multiplican y, como el presidente colombiano, irán a pedir por favor que lo aprueben. Están ilusionados con que el Congreso gringo de salida apruebe el TLC sin considerar la nueva correlación de fuerzas y el mensaje del pueblo norteamericano. Eso es más difícil en un país donde las instituciones funcionan mejor.

“Pero si no hay alternativa”, dirán a coro. Un país pequeño como Uruguay nos da el ejemplo. Quiere un acuerdo con EEUU pero cuando éste le planteó un paquete como el andino lo rechazó. Este no fue el fin del mundo sino que están discutiendo un acuerdo más restringido del que sólo hay una experiencia de EEUU en el Asia (TIFA).

La otra timba fue con Chile. Contra lo prometido en la campaña (ganaremos la competencia a Chile), suscribió en secreto un TLC, del que sólo se informó después al país. Por concepción de algún genial estratega, la consolidación de las asimetrías a favor de Chile y la entrega de nuestros recursos naturales y energéticos en proyecto inmediato, no constituye una subordinación histórica, sino complementariedad que nos permitirá tener la hegemonía en el Pacífico Sur. Sin una discusión pública y con un Congreso hasta ahora genuflexo, se pretende consumar tamaño suicidio, con maniobras sigilosas de las comisiones respectivas. Esta apuesta es la más peligrosa, pero así como calcularon mal la aprobación del TLC con EEUU, están subestimando la reacción del pueblo peruano cuando termine de enterarse lo que se pretende dar a Chile.

La timba tiene dimensión hemisférica. Agradar a Washington con la articulación de un bloque Pacífico que mire al Asia. Juntarse con Colombia, Chile, Ecuador (si gana Noboa), México y Centroamérica para buscar una zona de libre comercio. El mismo bloque que se alineó con EEUU en su fracasado último intento de relanzar el ALCA en Mar del Plata.

Ese alineamiento con el neoliberalismo y los TLC fractura la integración andina y regional, pero parece que se toman como daños colaterales. Aborta la única opción correcta tomada, el fortalecimiento de la relación con Brasil. En vez de enfatizar el vínculo estratégico fundamental que representa esta alianza bilateral para la integración sudamericana y la proyección al Asia Pacífico, se “vendió” al Perú como socio más seguro y confiable que Venezuela y Bolivia.

Lula en su primera visita como presidente reelecto, viajó a Venezuela para apoyar a Chávez en su campaña. Aún en una opción correcta, el gobierno apuesta mal. Es desde la afirmación de la integración regional, a partir de la alianza estratégica con el Brasil y la formación de coaliciones multilaterales, que se cautela mejor el interés nacional. No con el alineamiento con el norte y la subordinación con el sur. O los partidos asumen estos desafíos después de las elecciones, o se tendrán que crear opciones y acciones que impidan que la timba continúe.