En el impresionante tráfago de opiniones que circulan en el mundo a raíz del desplome del proyecto socialista a fines de los años 80 llama la atención el esfuerzo que dos investigadores sociales de izquierda, Michael Hardt y Antonio Negri, han hecho últimamente para presentar las principales cuestiones del escenario laboral en las condiciones de la globalización. Sus postulados aparecen en el libro “Multitud” (2004) y pueden ser muy útiles para ilustrar el debate de ideas en las tres centrales sindicales del país, que han depuesto sus diferencias y tomado parte en la creación, a principios del presente mes, de la Confederación Sindical Internacional (CIS), la nueva asociación unitaria universal.

Las estimaciones de “Multitud” parten del criterio de que, a partir del último tercio del siglo XX —y sin que haya desaparecido la lucha de clases— se produjeron cambios profundos en el mundo de la producción, el trabajo y los trabajadores, y que por tanto han desaparecido las bases tradicionales en que se sustentaban la organización y la lucha de los trabajadores.

El trabajo productivo de hoy no se reduce al trabajo asalariado y es la actividad de muchos otros seres humanos. “Las identidades compactas de los obreros industriales de los países dominantes han sido socavadas por los contratos precarios y la movilidad forzosa de las nuevas formas de trabajo (…) la multiplicidad de las formas concretas y específicas del trabajo mantiene sus diferencias, pero al mismo tiempo tiende a acumular un número cada vez mayor de elementos comunes (…) No hay prioridad política entre las formas de trabajo: hoy todas las formas de trabajo son socialmente productivas, producen en común y comparten también el potencial común de oponer resistencia a la dominación del capital (…) no decimos que el trabajo fabril o la clase obrera no sean importantes, sino únicamente que no ostentan ningún privilegio político en relación con otras clases de trabajo (…) En los siglos XIX y XX el trabajo fabril fue hegemónico en la economía global, sin dejar de ser minoritario en términos cuantitativos con respecto a otras formas de producción, como la agrícola”.

Ahora el trabajo inmaterial —información, comunicación, conocimiento— toma ventaja sobre el trabajo material clásico. “Cuando postulamos que el trabajo inmaterial tiende a asumir la posición hegemónica no decimos que en el mundo actual la mayoría de los trabajadores se dediquen fundamentalmente a producir bienes inmateriales. Muy al contrario, el trabajo agrícola sigue siendo dominante desde el punto de vista cuantitativo, como viene ocurriendo desde hace siglos, y el trabajo industrial no ha declinando en términos numéricos a escala mundial. El trabajo inmaterial es una parte minoritaria del trabajo global y además se concentra en algunas de las regiones dominantes del planeta. Lo que sostenemos es que el trabajo inmaterial ha pasado a ser hegemónico en términos cualitativos, y marca la tendencia a las demás formas de trabajo y a la sociedad misma. En otras palabras, el trabajo inmaterial se encuentra ahora en la situación en que estaba el trabajo industrial hace ciento cincuenta años, cuando representaba una pequeña fracción de la producción global y se hallaba concentrado en una parte reducida del mundo, pese a lo cual ejerció su hegemonía sobre todas las demás formas de producción”.

Al respecto, en ponencia rendida a principios de este mes ante una asamblea de trabajadores de Bogotá convocada por la CUT para intercambiar opiniones sobre la creación de la CIS, Miguel Eduardo Cárdenas, investigador de Fescol, recuerda que, “De veinte millones de personas que en Colombia viven de su propia fuerza de trabajo (…) 60% se encuentra en la informalidad, 20% está inactivo (ya sea desempleado o retirado con o sin pensión), 10% son precarios y temporales y el restante 10% son trabajadores formales con contrato laboral, de los cuales siete son inestables o flexibilizados y los otros tres son estables, esto es, que gozan de la posibilidad de ejercer su derecho de asociación y negociar pliegos de peticiones”.

“La característica clave del trabajo inmaterial —afirman Hardt y Negri— es producir comunicación, relaciones sociales y cooperación”. Desapareció el Sur pobre como proveedor principal de fuerza de trabajo barata para el polo desarrollado de altos salarios. Ahora hay ejércitos de reserva industriales en el mundo atrasado (China, India) que se emplean así mismo contra otra parte del mundo en desarrollo (México, Argentina, Brasil). Pero además tampoco hay ya el ejército de reserva industrial del pasado, porque los trabajadores de la industria ya no forman un cuerpo compacto y coherente sino que operan como componente de las extensas redes de la producción inmaterial. “Los pobres, los desempleados y los infraempleados de nuestra sociedad en realidad son trabajadores activos de la producción social, aunque no tengan un puesto de trabajo asalariado (…) De hecho, nunca ha sido cierto que los pobres y los desempleados no hiciesen nada (…) la actividad de todos los integrantes de la sociedad, sin exceptuar a los pobres, se hace cada vez más directamente productiva”.

“Así como la producción social se realiza hoy dentro y fuera de los muros de la fábrica, también se realiza dentro y fuera de la relación salarial. Ninguna línea social divide a los trabajadores productivos de los improductivos”. Esta es una de las razones por las cuales las organizaciones sindicales de diversa índole han planteado la idea de luchar por el ingreso vital o ingreso garantizado de cada ciudadano, independientemente de su situación respecto del empleo. Además, se necesitan “organizaciones laborales capaces de representar a toda la red de singularidades que producen en común la riqueza social”. Para Negri, “los antiguos sindicatos no pueden representar a los desempleados, a los pobres, ni siquiera a los trabajadores posfordistas, móviles, flexibles y provistos de contratos temporales, pese a que todos ellos participan activamente en la producción social y aumentan la riqueza social”.

Tal pudo observarse, agrega, en las huelgas de 2003 en Francia y las de 2005 en Argentina (de piqueteros, casi todos desempleados). Para estos investigadores la sola creación de un sindicalismo de rama de actividad (como acaba de aprobar el último congreso de la CUT colombiana) no resuelve el problema político de fondo. Tanto en los pequeños como en los grandes sindicatos se adelanta casi exclusivamente una lucha económica, y el sindicalismo de rama no garantiza la orientación política democrática (en Estados Unidos y México, por ejemplo, los sindicatos son de rama y en su inmensa mayoría están manejados por los empresarios y los partidos políticos de la burguesía). Las ideas de patriotismo y solidaridad de clase ya no despiertan los ánimos de nadie, y lo mismo ocurre con las prácticas del estalinismo y el antisemitismo, que fueron enseñas de los núcleos izquierdistas europeos y aun latinoamericanos. Incluso las formas tradicionales de vida social que creaba el medio industrial (como el artesanal en tiempos ya idos) han sido destrozadas y serán vanos los intentos restauradores que hace la izquierda laboral para revivirlas.

Miguel Eduardo trae a cuento la experiencia de los trabajadores bananeros de la región de Urabá. Plantea la diferencia de manejo del problema laboral contemporáneo en esa región entre las dos guerrillas izquierdistas, el EPL y las Farc, que “se hizo evidente cuando los trabajadores de las fincas bananeras, que se iban urbanizando, cambiaron las demandas de tierras rurales por las de servicios públicos y prestaciones sociales urbanas”. Mientras las Farc siguieron insistiendo en “argumentaciones de principios” —inspiradas, agregamos nosotros, en el convencimiento de que la revolución no se compromete en la mejora de la situación social de las comunidades porque eso es hacerle el trabajo al enemigo—, “el EPL reorientó sus esfuerzos y cambió su actitud ante la situación de violencia, la cual era una parte del problema. Decidió entonces ser parte de la solución. Por medio de un acercamiento conciliatorio hacia el empresariado y el gobierno, el nuevo EPL logró que se les fueran reconociendo (a los bananeros) cada vez más prerrogativas laborales. Urabá es la región bananera de Latinoamérica con el mayor grado de reconocimiento sindical y de derechos laborales, lo cual, a primera vista, parece una paradoja. En estas conquistas (…) incidieron las acciones bélicas de las guerrillas, pero el hecho de que hayan sido mantenidas es atribuible a la conversión del movimiento sindical en una fuerza política con voluntad de concertación”.