En un país como Colombia donde la violencia es pan de cada día en las calles, en la televisión, en los periódicos, en el campo y hasta en el lenguaje; y cobra múltiples formas que son estudiadas y registradas de manera sistemática por los expertos desde varias disciplinas, se nos escapa a menudo una forma de violencia, no menos regular y dañina que las demás. Ésta está tan afianzada en los imaginarios colectivos que a muchos les cuesta identificarla, denunciarla o rechazarla: La violencia contra las mujeres.

El 25 de noviembre mujeres activistas de todo el mundo conmemoran, desde 1981, la muerte las tres hermanas Mirabal, ordenada en 1961 por el dictador dominicano Rafael Trujillo (1930 – 1960). En 1999 esta fecha fue declarada por la Asamblea General de la ONU como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (resolución 54/134). Cada año, Naciones Unidas promueve en esta fecha campañas masivas y acciones encaminadas a la defensa de los derechos humanos de las mujeres a través de sus distintos programas.

Pero tal vez el mayor logro en esta dirección ha sido, tal cómo lo señaló Kofi Annan en un comunicado emitido esta semana, la implementación de instrumentos jurídicos y normativos a nivel internacional y regional, para establecer las obligaciones de los Estados en cuanto a la prevención, erradicación y penalización de la violencia contra las mujeres.

La Convención Interamericana adoptada en Belém do Pará - Brazil el 9 de julio de 1994, “para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la Mujer”[1], que entró en vigor para Colombia el 15 de diciembre de 1996, define esta práctica como: “Cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño, sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”. Al adherirse a dicha Convención, Colombia se comprometió, entre otras cosas, a incorporar en su legislación normas contra la violencia de género; así como a modificar o abolir leyes preexistentes y prácticas jurídicas que permitan que ésta se siga tolerando.

Dadas las circunstancias complejas en materia de derechos humanos, derivadas en gran parte por la dinámica del conflicto armado interno, Colombia no es precisamente un terreno fácil para hacer cumplir al pie de la letra los dictámenes de la legislación internacional en esta materia.

Es sabido que desde la antigüedad, las mujeres han sido “botín de guerra” para los bandos confrontados. Sus cuerpos, como han denunciado feministas y defensoras de los DDHH de la mujer en múltiples escenarios de conflicto, han sido “territorio de guerra”. Y en Colombia, trágicamente, la situación no es distinta.

“A veces sucede que hombres armados secuestran a las mujeres, las retienen cierto tiempo en esclavitud sexual, las violan y las obligan a desempeñar tareas domésticas. En algunos casos, tras violarlas, se las ha mutilado sexualmente antes de matarlas. Se toma como blanco a las mujeres por ser parientes de "los otros". Las facciones armadas amenazan a las mujeres y abusan de ellas por ser solidarias de sus maridos o parejas o por la pareja que han elegido o por proteger a sus hijos o hijas del reclutamiento forzado.”[2], indica el Informe de Misión a Colombia de la Relatora Especial sobre Violencia contra la Mujer, Sra. Radhika Coomaraswamy, quien visitó el país en noviembre de 2001.

Hoy, cinco años después de la vista de la Relatora de Naciones Unidas, la Mesa de trabajo Mujer y Conflicto Armado, un espacio interorganizacional de coordinación y reflexión sobre violencia contra las mujeres en Colombia, ha elaborado un informe para dar cuenta de aquellas manifestaciones de violencia derivadas de la dinámica del conflicto que no eran tan visibles durante la visita de la Relatora en 2001, y para evaluar el cumplimiento de las recomendaciones de esa Misión.[3] El documento busca incidir en instancias internacionales para que se evalúe la situación actual a la luz del principio de debida diligencia y hacer un llamado a la actual Relatora Especial, la Sra. Yakin Ertürk, para que realice una visita oficial al país.

Cada día, entre enero de 2002 y junio de 2006, murió una mujer en Colombia por causa de la violencia sociopolítica, señala el informe de la Mesa. A la hora de señalar a los culpables de las violaciones a los derechos humanos y al derechos humanitario, éste atribuye el 63.48% de las muertes al Estado: 12.52% por participación directa de agentes estatales y 50.96% por “omisión, tolerancia, aquiescencia o apoyo a las violaciones cometidas por grupos paramilitares”. El 36.53% de los casos restantes se les atribuyen a las guerrillas.

Por su parte, Amnistía Internacional en su informe “Colombia: cuerpos marcados crímenes silenciados” de 2004, denuncia que “La violación y otros delitos sexuales, como la mutilación genital, son prácticas frecuentes de las fuerzas de seguridad y sus aliados paramilitares como parte del repertorio de tácticas de terror que emplean contra las comunidades situadas en zonas de conflicto a las que acusan de colaborar con la guerrilla.” La organización de DDHH señala que en Colombia, estas prácticas, asociadas al desplazamiento masivo, se efectúan con el fin de romper lazos –reales o no- con las guerrillas a través de terror. “En este marco, la impunidad de que gozan los autores de estos delitos no es accidental, sino que forma parte de la estrategia de contrainsurgencia. Al sembrar el terror y explotar a las mujeres para conseguir objetivos militares, han convertido sus cuerpos en campos de batalla.” [4]

Aquellas mujeres que en Colombia optan por la vía de la militancia en favor de sus derechos, o en contra de la violencia que recae sobre su género, se encuentran a menudo con que esto las pone en una situación de mayor vulnerabilidad. Si bien las amenazas y atropellos contra las organizaciones de DDHH en el país se presentan de manera generalizada por parte de todos los actores armados, tanto el informe de Amnistía como la Mesa Mujer y Conflicto, coinciden en afirmar que durante los últimos años se han incrementado el número de denuncias de agresiones contra organizaciones de mujeres. La estigmatización de las ONGs de DDHH, causado según algunos voceros de estas organizaciones, por el lenguaje empleado por el Gobierno a la hora de referirse a ellas, incrementa su vulnerabilidad y obstaculiza el trabajo de salvaguardia que adelantan.

Desde la casa

Pero la violencia contra las mujeres no tiene origen ni se circunscribe únicamente al contexto del conflicto armado. El entorno intrafamiliar ha sido históricamente escenario de maltrato físico, psicológico y de violencia sexual contra las mujeres. Esta práctica, que se presenta de manera generalizada en todas las sociedades, se queda muchas veces en el ámbito de lo privado y no se denuncia ni se rechaza. La normalización de la de estas violencias ha hecho que hoy eliminarla y prevenirla requiera de profundas transformaciones sociales y políticas, pero sobretodo culturales, ya que ésta se encuentra íntimamente relacionada con el predominio del poder masculino sobre el femenino que ha sido una constante a lo largo de la historia. En casa, desde pequeñas las mujeres interiorizan a través de las prácticas educativas familiares la necesidad de ser sumisas y obedientes; además, ahí aprenden que la violencia doméstica tiene objetivos correctivos. (Ver tipos de violencia)

De acuerdo con la información que maneja Acnur en el marco de su accionar por la no-violencia contra las mujeres en el departamento de Atlántico, la violencia doméstica reporta más de 70 mil casos anuales en Colombia; unos 200 casos al día, según indica un informe Medicina Legal. Sólo un 27% de las víctimas de este tipo de violencia han reportado sus casos ante las autoridades.

Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, ENDS, en Colombia al menos el 39% de las mujeres reportan haber sufrido agresiones físicas por parte del esposo o compañero.

Si bien las distintas formas de violencia en Colombia se agudizan en el contexto de conflicto armado –como ocurre en cualquier situación de conflicto-, abordarla de manera genérica significa seguir cayendo en el interminable pozo del desconocimiento. No entender que la violencia en Colombia afecta, y ha afectado desde sus orígenes (si es que éste se puede establecer con exactitud), a mujeres y a hombre de maneras muy distintas.

No reconocer esta diferencia implica por definición seguir ignorando que como portadoras de una memoria histórica ajena para muchos, sus testimonios, sus proclamas, su larga lista de duelos, las heridas invisibles que llevan en sus cuerpos, merecen ser atendidas y justamente reparadas.

Tipos de violencia

Información suministrada por Acnur en el marco de la campaña que viene adelantándose en Barranquilla desde 2004: “Del tipo que sea, No a la Violencia contra las mujeres”.

Violencia de género: Está encaminada a crear un modelo de mujer. Desde edades tempranas, las mujeres interiorizan por las prácticas educativas familiares la necesidad de ser sumisas y obedientes y de no manifestar sus malestares o preocupaciones. Desde pequeñas, las mujeres aprenden que la violencia doméstica tiene objetivos correctivos. Estas experiencias previas al matrimonio posibilitan relaciones de violencia doméstica y sobre todo una actitud pasiva frente a esta violencia, no solo de la mujer víctima, sino de la familia e inclusive de la comunidad.

Violencia física: Es el uso de la fuerza para intimidar, controlar o forzar a la mujer a hacer algo en contra de su voluntad y constituye un atentado a la integridad física de las víctimas. Incluye, entre otros, golpes con las manos, pies u objetos, empujones, jalones de pelo, pellizcos, mordidas, quemaduras, estrangulamientos, secuestros, sacudidas, escupidas y heridas con arma de fuego.

Violencia sexual: Se refiere a cualquier actividad sexual que se da por coerción, chantaje, soborno, intimidación o amenaza. Incluye cualquier tipo de contacto sexual no deseado, aunque no se llegue a consumar y puede ir desde presionar continuamente para tener relaciones sexuales, obligar a la mujer a tener relaciones sexuales a la fuerza o a través de distintas formas de presión o amenaza, aunque sea de parte de su pareja, imponer relaciones sexuales brutales o con diferentes parejas, obligar a la mujer a observar películas pornográficas y/o a reproducir estos escenarios, forzar físicamente o lastimar sexualmente, imponer la prostitución etc. Es el tipo de violencia más difícil de expresar, ya que para hacerlo, la mujer debe enfrentar tanto el tabú de la violencia como el de la sexualidad.

Violencia psicológica: Está representada en cualquier acción, comportamiento u omisión intencionada que produce sufrimiento y pretende ser una medida de control que amenaza la integridad o el desarrollo de la mujer. Se basa principalmente en la degradación de la imagen que la mujer tiene de sí misma, a través de menosprecios, descalificaciones, juegos mentales, humillaciones, críticas, indiferencia, ridiculizaciones, hostigamiento, desprecios, gritos, insultos, maltratos, ordenes, manipulación o cualquier forma de desvalorización con palabras o gestos. Esta forma de violencia es difícil de identificar porque es insidiosa y no deja marcas aparentes; sin embargo, es muy destructiva y conduce a la muerte progresiva de los deseos y de la voluntad de la mujer. Esta violencia incluye la utilización de la imagen estereotipada de la mujer (objeto sexual, madre-hija sumisa, etc.) en los medios de comunicación.

Violencia económica o patrimonial: Se refiere al control y limitación de recursos económicos, condicionándolos y realizando acciones que impiden el acceso a bienes o servicios que ponen en peligro la sobrevivencia o el bienestar de la mujer y los hijos e hijas. Puede darse de las siguientes formas: destrucción de las pertenencias de la mujer; dejar de dar o negarse a cubrir los gastos del hogar; utilizar el poder económico para forzarla a comportarse como él quiere; utilizar en beneficio propio los bienes que ella ha adquirido o que han construido en pareja; negarse a que ella maneje su propio dinero o el del hogar; acumular deudas a nombre de la mujer; obligarla a entregar el dinero que ella gana con su trabajo, entre otros. En este tipo de violencia se incluye la discriminación laboral y salarial.

Es necesario destacar que todos los tipos de violencia mencionados ocurren en las distintas esferas en que se mueve la mujer: al interior de la familia, en el sitio de trabajo, en los medios de comunicación, etc.

La violencia contra la mujer genera un clima social de miedo y el miedo a su vez está ligado al silencio, lo que genera un profundo impacto psico-social y un indiscutible efecto negativo sobre los derechos de las víctimas. El tema, sin embargo, es muy poco visible.

[1] "Convención de Belém do Pará”, Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer: http://www.oas.org/juridico/spanish/tratados/a-61.html
[2] Informe de la Relatora Especial sobre la Violencia contra la Mujer, sus Causas y Consecuencias, Sra. Radica Coomaraswamy (Misión a Colombia 1° a 7 de noviembre de 2001): http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/documentos/html/informes/onu/resvm/E-CN-4-2002-83-Add3.html
[3] Informe de seguimiento a las recomendaciones de emitidas por la Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias, en su Misión a Colombia. Mesa de trabajo Mujer y Conflicto Armado, septiembre de 2006: http://www.mujeryconflictoarmado.org/lamesa.html
[4] Informe “Colombia: Cuerpos marcados, crímenes silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el marco del conflicto armado”, Amnistía Internacional, octubre de 2004: http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230402004