por David B. Salazar; waszxkoll@yahoo.es
1-12-2006

Hay una pasión que nos afecta en todos los ámbitos de nuestra vida, ya sea privada o pública, de la que casi "no se habla", ya que da cierta vergüenza mencionarla, porque está descalificada. Pero aun así necesitamos hablar de ella pues si no la tuviéramos en cuenta, resultarí¬a imposible describir comportamientos que de otro modo nos resultan indescifrables. Esta pasión, raramente confesada, es el "resentimiento" que consiste en un deseo diferido y soterrado, de ejercer venganza por sentirnos sujetos de una grave descalificación —, que se instala en el alma cuando un ser que se considera "débil" se siente superado por otro, pero como "es débil", no puede responderle… de momento.

La retribución contundente, que de otro modo se harí¬a efectiva, queda atrapada dentro de él (el débil), intoxicando su mente. El débil se cuenta a sí¬ mismo de ahí¬ en más una historia que refleja su perturbación interior pero que lo aleja al mismo tiempo, de la realidad circundante. Supongamos que un paí¬s militar y estratégicamente eficiente derrota a un paí¬s militarmente ineficiente. Como el país o el individuo vencido no puede devolver la ofensa, cambia la historia, diciéndose a sí mismo: "Me venció con trampa" o "Hubo fraude electoral". Pero el hecho es que no lo vencieron por esta razón.

Si el vencido estuviera libre de resentimiento "es decir que no se considerara "débil"—, analizarí¬a objetivamente las causas de su fracaso y estarí¬a en condiciones de aprender apasionadamente lo que fuese relevante, para mejorar sus tácticas, armas y estrategias, incluso para hacer una "guerra santa" y hacerle imposible al enemigo conquistar la paz. Pero, como quedó "resentido", deforma los datos de la realidad para que se ajusten a su inconfesada y vergonzante pasión (Ayyy! los españoles nos timaron con sus engañifas y trampas cristeras… buahhhh!). El resultado sería entonces una segunda derrota.

Tomemos como un caso libre de "resentimiento" el de Japón después de Hiroshima y Nagasaki. En vez de clamar al cielo y a sus residentes, la clase dirigente japonesa se dio cuenta, tras su derrota por los EU, de que desafiarlos militarmente en Pearl Harbor habí¬a sido un graví¬simo error. Habiendo aprendido esta lección, Japón salió después de la guerra a competir con su vencedor, ya no militarmente -que es costoso e insostenible en el largo plazo—, sino comercialmente, incluso en su propio terreno. En vista de su extraordinario desarrollo ulterior, es evidente que Japón no erró el diagnóstico.

La General Motors está rumbo a la quiebra y están camino a ello tanto la Ford Motors como la Chrysler. Es decir que "las tres reinas de Detroit" están siendo difuminadas hoy por hoy, por las "tres bombas nucleares" de Toyota, Honda y Nissan, sólo que sin tanta mortandad, como la sufrida por estos chinitos en Hiroshima y Nagasaky, pues resulta innecesaria tanta brutalidad. Alemania perdió a su vez la Primera Guerra Mundial a manos de los aliados porque el arrogante y prepotente káiser Guillermo, dilapidando la herencia de Bismarck, se condujo con impar torpeza y desprecio con los paí¬ses vecinos.
La humillada arrogancia de los vencidos alemanes les impidió el análisis objetivo de su derrota. Quedaron muy "resentidos". De esta pasión deformante surgió posteriormente Adolfo Hitler con su delirante acusación a los "débiles" judí¬os por la derrota sufrida. Los trágicos resultados fueron el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, en la que Alemania sufrió una derrota todaví¬a más aplastante que la anterior, de la que parecen haber aprendido ahora, pues esta vez hicieron caso omiso de los aprestos guerreros de los nuevos "prepotentes y arrogantes" neoconservadores, empantanados en Irak.

La conclusión de estos dos ejemplos es contundente: mientras que el vencido racional aprende, mejora e incluso supera a su antiguo rival quien lo humilló previamente, el resentido, nublando su lucidez, se daña a sí¬ mismo. Pensemos, por ejemplo, en Latinoamérica. Cuando EU ya la superaba ampliamente, surgió la "teorí¬a de la dependencia", que culpó a EU de nuestros tumbos y fracasos en lugar de examinar las causas de su éxito. De haber explorado con lucidez estas causas, habrí¬amos trazado en base de ellas una hoja de ruta que también nos hubiera generado progreso y bienestar. Pero echarle la culpa al vencedor por nuestros males resultó más cómodo ya que evitó el rigor de la autocrí¬tica y la firme determinación de remontar los obstáculos que se oponí¬an a nuestro progreso.

Tampoco los EU están exentos de graves culpas y de prepotencia abusiva en Latinoamérica. Ahí¬ está, por ejemplo, la invasión de México a mediados del siglo XIX, que dejó al paí¬s sin un millón de Km2 (felizmente en ví¬as de rescate, jiji). Pero ésta y otras culpas usanas, fueron posibles porque no habíamos desarrollado, como ellos, cohesión como nación, tampoco habíamos desarrollado nuestras potencialidades humanas (educación, actitud firme, tecnologí¬a). Tampoco supimos sacar provecho de nuestra riqueza material. Es decir que no nos hicimos responsables de los destinos de nuestra propia Patria Grande.

Presuponer que una nación "desarrollada" tení¬a el deber de perder frente a una región subdesarrollada —manejada por caudillos bananeros atrabiliarios— fue, en todo caso ingenuidad lindante entre la estupidez o el vasallaje, puesto que las grandes potencias no se han caracterizado nunca por el ejercicio de la caridad, muy por el contrario, están siempre ávidas de poder polí¬tico y económico, que les permita mantener su condición de tales. Frente a ellas, lo que corresponde a los "pequeños" no es culparlas para eximirse a sí¬ mismos de responsabilidad, sino aprender de ellas para emularlas y después superarlas en el desarrollo humanista de sus pueblos. Así¬ lo están haciendo decenas de naciones asiáticas y hasta una tí¬mida vanguardia de naciones de Latinoamérica.

La teorí¬a de la dependencia tuvo una vigencia cuasi universal en Latinoamérica durante las décadas de la segunda posguerra, con el efecto hoy visible de enervar nuestra capacidad de aprendizaje y superación, alargando aún más la distancia que nos separa de los usanos. A partir de esta dura experiencia, caben dos destinos para nuestra América. Uno es, como el Japón de la 2da posguerra; aprender con tesón a detectar y superar las causas de nuestro fracaso, viviendo incluso con el enemigo (¿donde está mi chilenita?). El otro es, como la Alemania de la 1a posguerra, excitando nuestro resentimiento y adentrándonos aún más por el camino del atraso, la derrota y la humillación.

Lo bueno es que algunas naciones de Latinoamérica ya están aprendiendo. México sextuplicó sus exportaciones desde que firmó el NAFTA, en lugar de seguir lamentándose por su pérdida del siglo XIX. Junto a Chile y Costa Rica, prometen ser los primeros países de Latinoamérica que alcanzarán un desarrollo sustentable. En el otro extremo, Chávez, García y Morales, levantan la bandera de la teorí¬a de la dependencia. Y es que las ideologías son anteojeras que escamotean la realidad. Sumadas al resentimiento, resultan explosivas.
Luego de medio siglo de inútil vigencia, la teorí¬a de la dependencia es un anacronismo repudiado por sus propios creadores, los economistas de la CEPAL, como Fernando Enrique Cardoso. Mirar a Chávez, García, Morales es como seguir mirando la ideología de los años setenta, es mirar atrás. Diosico no nos puso los ojos en la nuca, sino en la frente (esto para los creacionistas), pero cuidémonos de no estar mirando el futuro de Latinoamérica por el espejo retrovisor… ¡necesitamos que la imaginación acceda al poder, para reemplazar dogmas perimidos y a los sociópatas que los esgrimen!
¡Latinoamérica o Muerte! ¡Venceremos!

Amaybamba, 2006