Foto arriba: Maria Corina Machado fundadora, ejecutiva y directora de la organización «Súmate» recibida en el buró oval del White House por el presidente estadounidenseGeorge Bush. Washington, 31 de mayo de 2005.
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La premisa irreductible de la ultraderecha aristocrática es que el poder le corresponde de modo «natural» y que cualquier otra posibilidad es espuria. Mientras el poder no sea ocupado por uno de los suyos, aun por el más idiota y pera del horno, es una usurpación, el Mal Absoluto que justifica todo mal relativo, como la devastación de un país durante el paro patronal de 2002 y 2003. Es natural que las elecciones las gane un candidato de la ultraderecha, pero si gana alguien ajeno a su nomenklatura, es fraude, y justifica cualquier operación de acoso y derribo.

Si examinamos los sucesos de abril de 2002, que culminaron con el derrocamiento durante 47 horas del presidente Chávez, podemos extraer algunas conclusiones.

Es necesaria una movilización, no necesariamente masiva, aunque es preferible que lo sea, como la que desviaron aviesamente hacia el palacio presidencial el 11 de abril de 2002. O también como la que acantonaron durante meses las 24 horas al día en la Plaza Francia, en el barrio lujoso de Altamira a partir del 22 de octubre de 2002. En ese contexto cualquier represión violenta, como la que ejercieron los francotiradores mercenarios de la CIA el 11 de abril de 2002 ó la fortuita del desquiciado taxista portugués en la Plaza Francia el 6 de diciembre de 2002, da combustible a cualquier acción insurreccional de la ultraderecha.

Esta vez el Plan V contempla movilizar a partir del 3 de diciembre de 2006 a una considerable multitud con el muy probable fin de agredirla violentamente, como el 11 de abril de 2002, mediante mercenarios paramilitares colombianos, cuya infiltración no es fácil evitar en una frontera tan extensa y porosa como la de Venezuela con Colombia.

Le ultraderecha no puede convocar una movilización orgánica. Solo habría acciones esporádicas, aisladas, incluso focos de violencia urbana (guarimbas), pues no tiene modo de convocar una masa estructurada. La ultraderecha no tiene organizaciones capaces de estructurar una concurrencia. La del 11 de abril de 2002 fue inorgánica y se dispersó rápidamente ante los primeros disparos, abandonada, como siempre, por sus dirigentes. Solo una tropa mercenaria puede contar con algún mínimo de orden, con las limitaciones de disciplina y lealtad que Maquiavelo describe en toda organización de fortuna.

Así, a partir del 3 de diciembre habrá una decreciente intervención de grupos desarticulados que solo podrán servir para el eco que les hagan los medios de comunicación. Sin difusión masiva estos grupos no tienen ningún efecto. Si es que salen, porque, no tratándose de militantes, la ultraderecha cuenta solo con su resbaladizo poder de convocatoria. Se trata, otrosí, de una masa que tiene un pavor pánico al pueblo bolivariano, terror que ha sido inducido por los propios medios de comunicación que ahora la instigan a armar bronca. Esto es fácilmente deducible a partir de la paralización depresiva de esa gente desde la noche del 11 de abril y días sucesivos, así como en los días posteriores al Referendo. Había no solo parálisis, sino luces apagadas y todo, es decir, depresión profunda mezclada con alarma por el anunciado asalto de las «hordas chavistas» a sus viviendas para saquearles los tostiarepas.

En este escenario está prevista una intervención flagrante y maciza de los medios de comunicación, columna vertebral de toda operación insurreccional de la oposición desde el 11 de diciembre de 2001. Ellos crean la realidad virtual que se necesita no solo para Venezuela, sino sobre todo para el exterior, con el fin de justificar la intervención ya no simbólica sino física de militares criollos o imperiales. Esto fue visto desde antes del 11 de abril de 2002, con el llamado «goteo» de militares activos que se pronunciaban contra su Comandante en Jefe, acusándolo de dictador, señalamiento temerario por cuanto en su misma emisión sin retaliación dictatorial se demostraba su falsedad. Pero a la oposición no le incomoda hacer el ridículo, como se observa en la inmensa mayoría de sus acciones. No sé por cierto con qué militares cuentan para esta temeridad.

A partir de este escenario básico, es posible colegir algunos desarrollos probables. Según la escalada es posible la incorporación de otros sectores, como vimos en los paros patronales de abril y diciembre de 2002. Algunos sectores no directamente vinculados con la insurrección, se fueron agregando: militares, empresarios, gremios, gobiernos extranjeros (España, los Estados Unidos, Colombia, El Salvador), etc. En este caso podríamos ver la participación del sector eléctrico, telefónico, Internet. Pero como estas empresas arriesgan la hacienda, será necesario que la primera fase del proceso se desarrolle lo suficiente y sin ninguna respuesta por parte del gobierno y sus partidarios.

La participación del sector eléctrico tiene el inconveniente de que desconecta al pueblo opositor de su cordón umbilical mediático: básicamente la televisión. Solo para marcar un caos «terminal» podría sumarse el sector eléctrico que, por cierto, ha ejecutado recientemente algunos ensayos generales. Algunos ensayos particulares han cumplido los proveedores de conexión a Internet. ¿Casualidad? Mientras no se demuestre terminantemente el carácter casual de ciertos hechos, hay que tomarlos como acciones deliberadas. Entre los servicios de Internet paralizados figura el frame relay, utilizado por fuerzas militares.

¿Casualidad? Conviene mucho asegurar la conexión a Internet y a teléfonos celulares, que fue fundamental en la contrainformación durante el golpe de abril de 2002. Internet está diseñada precisamente para evadir toda interrupción o censura, tratándolas como fallas del sistema. Sin embargo, es posible paralizarla temporalmente y sabemos que en estas operaciones insurreccionales el tiempo y la sorpresa son armas esenciales (ver Nuevos medios contra viejos golpes).

Una de las opciones de la oposición insurreccional (¿hay otra?) es la creación de un clima de caos terminal a fin de justificar la intervención militar nacional o imperial, o ambas.

«La ucraniana» tiene varios inconvenientes, como señala Chris Carlson en su texto «Coup d’État in Venezuela: Made in the USA». Carlson pone en duda la aplicación de «la ucraniana» en Venezuela, pues Chávez no es Slobodan Slobodan Milosevic, ni la situación es la misma. Tampoco es la de Georgia, Kirguizia, etc. En todos esos casos, como en Italia y otros escenarios, actuó la encuestadora de la CIA Penn, Schoen & Berland, con cifras amañadas para dar ganador o en posición ventajosa al candidato bienquisto del imperio. En Venezuela esta maniobra no ha prosperado, pues casi todas las encuestas tanto nacionales como internacionales dan ganador a Hugo Chávez por amplio margen.

Una invasión de los Estados Unidos no parece viable. En primer lugar casi siempre estas intervenciones vienen precedidas de una prolongada y ruidosa campaña que presenta a la víctima como un grave peligro para los Estados Unidos, como en Afganistán, Granada, Irak y Panamá. Solo puede citarse un caso de invasión improvisada, oportunista, en el caso de República Dominicana en 1965. Además, está el descalabro en Afganistán y sobre todo en Irak, aparte del desastre electoral del 7 de noviembre de 2006 en los propios Estados Unidos, en donde el mandato popular antiguerrerista fue explícito y contundente, independientemente de la voluntad del Partido Demócrata de obedecerlo. Por otra parte una suspensión del suministro petrolero venezolano sería catastrófica para la economía mundial. Nada de esto impide en absoluto una intervención, pero la dificulta enormemente.

«A la oposición solo le queda Bush», ha dicho José Vicente Rangel. En efecto, pero no es poca cosa. De todos modos por ahora la acción imperial se ha limitado al financiamiento de grupos opositores a través del National Endowment for Democracy (NED) , como en otros países de la antigua Unión Soviética, como Kirguizia, Georgia, Serbia, Ucrania. Se han aplicado allí las mismas recetas enterizas y sin matices: agresión mediática enardecida y financiamiento, instrucción y movilización de la llamada «sociedad civil», es decir, de cogollos insurreccionales legales e ilegales.

En Venezuela no solo han aplicado «la ucraniana», sino también «la nicaragüense», «la chilena», «la haitiana». Ninguna ha funcionado ni funcionará mientras se mantenga la unidad del pueblo, invisible a los ojos imperiales y de sus servidores locales y si estos lo perciben saben que al Emperador hay que decirle que su traje es esplendoroso, mientras pague.

Da, pues, la impresión de que no van a poder.

Fuente: Análitica y Rebelión, 01-12-2006.