Por tenebrosa y recurrente vez corre peligro ante un reglaje de hampones y delincuentes, la vida de Marco Antonio Arana de Grufides en Cajamarca. A nadie escapa que el enunciado ciudadano cumple labores de conciencia y devoción al cuidado del medio ambiente y ¡lo que es más importante! de la preservación de la vida humana, fin supremo de cualquier sociedad. Con él, un equipo que institucionalmente también ha sido objeto de hostilización soterrada, amenazas telefónicas, insultos vía email y gestos y actitudes matonescas. Los pistoleros en esa ciudad nor-andina están sueltos hace mucho tiempo y se esconden bajo mil denominaciones clandestinas. Con licencia y documentos en orden la firma Forza, está al servicio de una minera muy conocida: Yanacocha. Sin embargo, hasta hoy no aclaran qué hacían en posesión de armamento militar y por el uso de prácticas violentas y violentistas contra los trabajadores y comuneros de diferentes partes del departamento.

Para nadie es un secreto que en Cajamarca hay pandillas mercenarias de sociólogos mediocres y claudicantes; de pseudo-periodistas, mermeleros y al mejor postor, de relacionistas públicos y timadores profesionales, contratados para impulsar los psico-sociales, sobornar autoridades en los municipios, clubes deportivos, asociaciones comunales, directivas de toda índole, con el único y exclusivísimo objeto de convertirlos a la grey pro domo sua, rentada y alabadora de Minera Yanacocha. Los dólares abundan, los sicarios, también. Otra empresa minera, Gold Fields, asentada en Hualgayoc, siempre anuncia en sus diálogos con la ciudadanía: “nosotros no somos Yanacocha”. ¡Tal el grado de aversión y asco para Yanacocha!

No sólo es Arana. A través del corrupto sistema judicial que reproduce en Cajamarca y en pequeño, los clásicos moldes pestilentes de Lima, la todopoderosa mafia amenaza a quienes se le oponen, es el caso del ciudadano peruano-alemán Reinhard Seifert que ha denunciado las acciones contaminadoras de Minera Yanacocha desde muchos años atrás. Un juicio por el cual ya tiene punición monetaria, le acorrala y persigue porque de lo contrario se va a la cárcel. Todo aquel que ose cruzarse en el camino demoledor de Yanacocha, padece la excomunión que dictan sus sociólogos esquiroles y sus periodistas comprados al peso. Y el odio de sus jueces boyantes en propiedades, autos, viajes y con cuentas corrientes obesas.

El silencio en Lima, la horrible capital embrutecida por su centralismo y vomitiva al 90%, es impresionante. En Cajamarca matan a los campesinos, ha poco, en Yanacanchilla, Edmundo Becerra, fue, literalmente, cosido a balazos (17) y cuando no son las balas, el mercurio y la imprudencia criminal se encargan también de dar su cuota como fue en Choropampa, lugar donde las secuelas del derrame de ese metal aún prosiguen su acción letal. Pero no hay quién, salvo excepciones honrosas pero minoritarias, desde el auto-denominado periodismo “nacional”, denuncie con puntos y comas las atrocidades que allá se cometen.

Los dólares de Minera Yanacocha no sólo financian las actividades propias de la minería. También alcanzan para un rubro ultra-importante: la publicidad. De ese modo, vía reportajes pagados y crónicas grotescamente maquillados, convierten mamarrachos contra el medio ambiente y amenazas contra la vida humana, en acciones benéficas y positivas. Para eso, los corsarios y filibusteros del periodismo, sí tienen tarifas que se elevan a miles de dólares. ¿Hasta cuándo el silencio?

Perú está advertido: ¡si un rayo, una tormenta, una piedra o una balita del calibre que fuere, se cruza en el camino de Marco Arana, de todos sus colaboradores, de Reinhard Seifert y los valientes luchadores de la zona, y de previsibles consecuencias fatales, ya sabemos a quién responsabilizar y a quiénes aplicar la respuesta de una sociedad que está esperando bobamente a que ocurran hechos que debían prevenirse de modo enérgico!

¿Por causa de qué el gobierno del señor Alan García Pérez no agarra al rábano por las hojas? ¿O está aguardando el desmadre previsible si hechos como los relatados acontecen en Cajamarca contra hombres visibles y ¡lo que es peor! contra hijos del pueblo que carecen de prensa, o imagen pública y que por tanto engrosan el grueso diccionario anónimo de la ciudadanía nacional? ¡Vergüenza!

¿Y qué están haciendo las organizaciones de derechos humanos? ¿O, no es rentable acudir en ayuda, presta, diligente e indeclinable, de los valetudinarios, de todos los grupos y partidos, luchadores, que hay en Cajamarca y otras partes del Perú?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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