En su muy sugestivo como sugerente libro de reciente fecha, Cuentos chinos, Andrés Oppenheimer, en el capítulo 10, América Latina en el siglo del conocimiento, anota las siguientes muy punzantes consideraciones. Leamos:

¿Las peores universidades del mundo?

“Un ranking de las mejores doscientas universidades del mundo realizado por el suplemento educativo del periódico británico The Times les dio una pésima nota a las universidades latinoamericanas: según el estudio, hay una sola universidad de la región que merece estar en esa lista. Y está casi al final: en el puesto 195. ¿Son tan malas las universidades latinoamericanas?, me pregunté cuando leí el estudio. ¿Nos están contando cuentos de hadas quienes dicen que nuestros académicos y científicos triunfan en los Estados Unidos y Europa? ¿O es que el ranking de The Times de Londres está sesgado a favor de las universidades de los países ricos?.......

¿Hay que subsidiar a los ricos?

Claro, se estarán diciendo muchos, Noruega y Suecia pueden destinar el 7 por ciento de su producto bruto a la educación porque no tienen gente que se muere de hambre. Sin embargo, muchos otros países que han elevado enormemente su calidad de vida en las últimas décadas no lo hicieron desviando fondos estatales de la lucha contra la pobreza, sino haciendo que los estudiantes de clase media y alta paguen por sus estudios, ya sea durante o después de los mismos. América latina (sic), en efecto, es una de las últimas regiones del mundo donde todavía hay países en los que se subsidia el estudio de quienes pueden pagar. Se trata de un sistema absurdo por el cual toda la sociedad –incluidos los pobres- subsidia a un número nada despreciable de estudiantes pudientes. Según el Banco Mundial, más del 30 por ciento de los estudiantes en las universidades estatales de México, Brasil, Colombia, Venezuela y la Argentina pertenecen al 20 por ciento más rico de la sociedad. “La educación universitaria en América latina sigue siendo altamente elitista, y la mayor parte de los estudiantes proviene de los segmentos más adinerados de la sociedad”, dice el informe. En Brasil, un 70 por ciento de los estudiantes pertenecen al 20 por ciento más rico de la sociedad, mientras que sólo el 3 por ciento del cuerpo estudiantil está compuesto por jóvenes que vienen de los sectores más pobres. En México, el 60 por ciento de la población estudiantil universitaria proviene del 20 por ciento más rico de la sociedad, y en la Argentina, el 32. Otro estudio, de la Unesco, calcula que el 80 por ciento de los estudiantes universitarios brasileños, el 70 de los mexicanos y el 60 de los argentinos vienen de los sectores más ricos de la sociedad. ¿Cómo se explica eso? Los autores del estudio dicen que la razón es muy sencilla: los estudiantes de origen humilde que fueron a escuelas públicas llegan tan mal preparados a la universidad que la mayoría abandona sus estudios al poco tiempo de empezar. Eso lleva a una situación paradójica, en la que los ricos están sobrerrepresentados en las universidades gratuitas, por lo que el sistema “constituye una receta para aumentar la desigualdad”, concluye el informe del Banco Mundial. En nombre de la igualdad social, se está excluyendo a los pobres, al no darles posibilidad de recibir becas.

En años recientes, casi todos los países europeos dejaron atrás la educación gratuita, para cobrarles a quines pueden pagar. Las universidades estatales de Gran Bretaña comenzaron a cobrar a sus estudiantes en 1997. En España, los estudiantes de todas las universidades públicas pagan unos 550 dólares por año, menos quienes vienen de hogares pobres, o familias con más de tres hijos. María Jesús San Segundo, la ministra de Educación del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, me señaló en una entrevista que el número de universitarios que no pagan aranceles en su país es “cerca de un 40 por ciento”. Y los pagos del restante 60 por ciento de los estudiantes de las clases medias y altas contribuyen a cubrir un nada despreciable 15 por ciento del presupuesto universitario. La tendencia europea es hacia el pago de los estudios. Según me dijo la ministra, casi todos los países europeos financian alrededor del 20 por ciento de su presupuesto universitario con aranceles que cobran a los estudiantes. En Alemania, luego de una larga batalla legal, la Corte Suprema autorizó a todas las universidades a cobrarles a sus alumnos, algo que ya venían haciendo algunas de ellas en varios estados.

En algunos países latinoamericanos ya se comenzó a corregir el subsidio a los ricos: Chile, Colombia, Ecuador, Jamaica y Costa Rica tienen sistemas por los cuales los estudiantes que pueden pagar deben hacerlo. Pero cuando la UNAM intentó introducir un sistema parecido en México en 1999, durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, tuvo lugar una huelga estudiantil que paralizó la universidad y obligó a las autoridades a dar marcha atrás. Cuando asumió Fox, ni el gobierno ni las autoridades universitarias se animaron a reflotar el tema”. (pp. 314-315,

La pregunta de por sí retadora es, aunque recurrente, ¿hay que subsidiar a los ricos?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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