En primer lugar, se impone dar la bienvenida a este suceso sin escatimar palabras de aliento: gracias al lanzamiento de France 24, el canal televisivo francés de información permanente, y a la adopción de su carta de tributarios, el dispositivo audiovisual francés para el exterior se ha puesto en marcha.

El dispositivo era tan antiguo y el desgaste del posicionamiento francés en su esfera estratégica de influencia, sobre todo en el mundo arabo-musulmán, resultaba tan evidente que la necesidad de este esperado cambio del perfil audiovisual está fuera de toda duda. Más allá de las divisiones partidistas, el cambio parece reflejar la decisión estatal de «enseñar la bandera» luego de un eclipse que duró cerca de un cuarto de siglo.

Testigos impotentes del naufragio del dispositivo francés, operadores y oyentes –francófonos o francófilos– debieran encontrar [en este cambio] una razón para experimentar, si no algo de orgullo, por lo menos alivio.

A partir de las guerras de Afganistán (2001) y de Irak (2003), Estados Unidos puso en marcha dos vectores de comunicación transregionales, «Radio Sawa» y el canal de televisión «Al-Hurra», que se superponen a los grandes vectores internacionales que son las cadenas CNN, ABC, NBC, CBS, Fox News, etc, mientras que el canal panárabe «Al-Jazeera», líder mediático absoluto en la esfera arabo-musulmana, emprendía, en noviembre de 2006, a diez años de su exitosa salida al aire, la segunda etapa de su desarrollo con la puesta en marcha de un canal anglófono. Por su parte, en 18 años, Francia no hizo más que producir seis informes que proponían la reforma de su dispositivo audiovisual hacia el exterior, o sea un informe cada tres años (Informe de Michel Péricard en 1987, Informe de Alain Decaux en 1989, Informe de Francis Balle en 1995, Informe de Jean-Paul Cluzel en 1996, Auditoría de Bloch-Lainé en 1996, Informe de Patrick Imhaus en 1997, Informe de Bernard Brochand en 2002).

El canal televisivo internacional francés se basa en una estructura paritaria de capitales privados (TF1) y capitales públicos (France Télévisions). Según la última versión del proyecto, el dispositivo implicaría la puesta en marcha de dos canales: un canal internacional (en francés e inglés) y otro en árabe con capitales mixtos franco-marroquíes y transmisiones desde Tánger mediante una conexión con la radio franco-magrebina Médi 1.

El anterior proyecto de canal internacional, principalmente en árabe, estipulaba la creación de un dispositivo con capitales mixtos franco-árabes provenientes sobre todo de los países petroleros del Golfo. Los cambios en el montaje financiero del proyecto parecen responder en gran parte no a consideraciones de alta estrategia correspondientes a intereses nacionales sino a razones de comodidad personal de los dirigentes franceses.

Conforme a la «teoría de los grupos de audiencia», una característica francesa, Francia dispone, en el sector de la televisión, de varios vectores de proyección internacional con estructura paritaria (TV5, el canal franco-alemán ARTE) y de otros tres en el sector radiofónico (RFI, RMC-MO, Médi 1, Africa N°1). Pero no disponía, hasta la creación de France 24, de ningún vector plenamente soberano de dimensión realmente planetaria. Al cabo de diez años de tribulaciones mediáticas, el polo audiovisual exterior francés presenta un historial lleno de tropezones, además de un dispositivo caótico basado, en el sector radiofónico y con una visión etnicista en lo tocante al reclutamiento de su personal.

A juzgar por el anterior cambio de perfil que tuvo lugar hace diez años en el sector radiofónico, en 1996, mediante el enlace de RMC-Moyen Orient [Radio Monte Carlo-Medio Oriente] con RFI [Radio France Internationale] y su integración inmobiliaria al edificio de «Maison de la Radio», en París, la regla debiera ser además, si no la precaución, por lo menos la prudencia.

El gran proyecto francés de principios de siglo XXI en el campo de la comunicación internacional, que pretendía ser la panacea que resolvería los males cronicos del sector audiovisual, lo que hizo sobre todo fue poner al desnudo los principales defectos de la gestión francesa y confirmar el estancamiento de los canales internos de decisión.

La operación que supuestamente debía dinamizar el redespliegue mediático de Francia resultó ser, en el plano internacional, un contrasentido diplomático y mediático a causa de la estructura paritaria de su montaje financiero y de la estrecha tutela ejercida por el presidente de la República, quien dirigió la constitución del grupo de dirección.

En vez de una mutación estratégica, el sector radiofónico del polo audiovisual francés se vio sometido sólo a un «retoque de fachada». El posicionamiento previo de un vector del siglo XXI se sustituyó por un simple formateo de una estación de radio de los años 70. La combinación de los pesados mecanismos burocráticos de RFI y con el sectarismo al estilo de un clan reinante en RMC-MO no puede reemplazar la necesaria reforma, y menos aún proporcionar una dimensión mundial a la única radio francesa con vocación internacional.

Realizada sin tener en cuenta el contexto audiovisual y político regional, dentro de la más pura tradición burocrática y de improvisación, y sin la menor audacia innovadora, la reestructuración oficializó la tradicional compartimentación de la emisora y validó una situación que ya ha perjudicado por mucho tiempo la imagen de la radio. A menos que veamos en ello una demostración extrema de habilidad, la restauración de la hegemonía de un grupo que ya dirigió durante mucho tiempo una radio caracterizada por su criticada gestión y su mala reputación está lejos de ser una muestra de voluntad renovadora.

Por la dirección de la sección de transmisiones en árabe, reestructurada hace sólo diez años, han desfilado en tres años, dos directores generales, dos directores de información, dos administradores de publicidad (HMI y Taima), dos responsables de la Administración General y de Relaciones Humanas, mientras que el organigrama de la emisora mostraba la impresionante proporción de 16 dirigentes para 30 periodistas, o sea el 50% del personal: un record mundial absoluto.

Aprovechando el capital de simpatía obtenido en el mundo arabo-musulmán gracias a su defensa de la legalidad internacional en el caso de Irak, Francia ha decido dotarse de un canal televisivo de información permanente para contrarrestar así la hegemonía anglo-estadounidense y para que se oiga su voz disonante en el concierto internacional, especialmente unánime y atronador desde la intervención militar en Irak. Aunque tardío, el proyecto es encomiable. Lo inquietante es que la dualidad de la conducta francesa, tanto en el plano político como en el mediático, pueda imprimir al proceso esa misma duplicidad, en detrimento de los dividendos ya obtenidos de su postura legitimista y anulando su credibilidad en el plano diplomático.

Durante la prueba de fuerza planetaria que se produjo entre Francia y Estados Unidos en el momento de la guerra contra Irak, el sobresaliente discurso que el entonces ministro de Relaciones Exteriores Dominique de Villepin pronunciara en el Consejo de Seguridad de la ONU el 14 de febrero de 2003 no tuvo suficiente peso, a escala subliminal, ante una realidad cruelmente aplastante: la diplomacia de la primera potencia militar contemporánea estaba en manos de afro-estadounidenses, síntoma evidente de una mayor fluidez social.

Sin molestarse en entrar en consideraciones doctrinales y sin grandes declaraciones triunfalistas, Estados Unidos, a pesar de su reputación de violencia social, ha puesto regularmente en cargos sensibles del aparato estatal, y en momentos decisivos de la historia nacional, a personalidades de la minoría negra y/o provenientes de la inmigración, como Condoleezza Rice y Colin Powell; el afro-estadounidense Ralph Bunch, secretario general adjunto de la ONU en 1948; el general libano-estadounidense John Abizaid, jefe del comando central estadounidense con autoridad sobre toda la zona que se extiende desde Afganistán hasta el Golfo arábigo-pérsico; así como el afgano Zalmay Khalilzadeh, procónsul estadounidense en Afganistán (en el año 2002), y más tarde en Irak (en 2005).

No hay argumento intelectual, por muy elaborado que sea, ni ninguna referencia histórica, por muy prestigiosa que fuere, que se mantenga en pie ante una verdad como la anterior, que tanto valor adquiere a los ojos del Tercer Mundo a pesar del belicismo de la administración de Bush Jr. y que ilustra, por oposición, la enfermedad que Francia padece. Tres miembros del último gobierno de la era de Chirac dirigido por Dominique de Villepin recibieron la tarea de aplicar las diferentes expresiones del principio de igualdad –la cohesión social, la representación equilibrada de hombres y mujeres y la promoción de la igualdad de oportunidades entre franceses de origen y franceses de adopción. Este principio de igualdad es, sin embargo, uno de los tres principios fundacionales de la República Francesa, proclamado bien común de la Nación desde hace más de dos siglos. Como si el laicismo, un concepto único a nivel mundial, existiera únicamente para esconder un chovinismo consuetudinario en la sociedad francesa. Las migajas lanzadas de vez en cuando, no a quienes más méritos tienen si no a los más dóciles, lejos de atenuar esa política discriminatoria, subrayan más bien el rigor de la misma y el hecho de que está en contradicción total con el mensaje universalista de Francia, exponiéndola a dolorosos imprevistos.

Oponerse a Estados Unidos en nombre del multilateralismo y del «diálogo intercultural», predicar la apertura hacia el Tercer Mundo mientras que se aplica en la práctica una política de puertas cerradas hacia la población de origen extranjero, proponer con mezquinamente sólo los peores papeles a los ciudadanos franceses provenientes de la inmigración, frente a protagonistas del calibre de Condoleezza Rice y Colin Powell, los dos primeros jefes de la diplomacia estadounidense provenientes de la minoría afro-estadounidense, es síntoma, cuando menos, de la cultura del desprecio y de la irresponsabilidad que tanto ha contribuido a desacreditar a Francia durante el mandato de Chirac.

Y es que el mayor riesgo que se cierne sobre Francia proviene no tanto de su marginalización –a causa una diplomacia que supuestamente debería establecer una nueva relación con la esfera arabo-musulmana al cabo de un siglo de aplicación de una política colonial desastrosa– sino de su exclusión como resultado de su errático comportamiento.

En el contexto de la nueva guerra contra Irak, el principal operador radiofónico francés –Radio France Internationale (RFI)– fue el principal difusor de emisiones religiosas anglosajonas destinadas al mundo arabo-musulmán, el principal repetidor de las tesis de la coalición anglosajona y su principal proveedor de servicios en la región. Un triple record muy difícil de igualar.

RFI obtuvo así un financiamiento estadounidense que alcanzó la cifra de 2,2 millones de euros anuales por los servicios prestados a vectores estadounidenses como Trans World Radio (961 971.33 euros) y la Broadcasting Board of Gouvernors (BBG, la entidad encargada de supervisar la actividad de los vectores estadounidenses) (un millón 249 961.04 euros), suma que representa más de la mitad de la subvención que la radio francesa recibe del ministerio francés de Relaciones Exteriores [1]. En comparación con la importancia de lo que está en juego, la compensación financiera estadounidense tiene un efecto alienante por tratarse de una radio soberana y, más allá de la radio, para Francia, país que luego de proclamarse campeón de un mundo multipolar se ve rebajado al papel de simple «camarero».

El acuerdo franco-estadounidense es un contrasentido diplomático. Va contra la esencia misma de la radio francesa al convertirla, yendo en contra de principios como el laicismo y la neutralidad del Estado, en el principal repetidor del proselitismo religioso anglosajón hacia el mundo arabo-musulmán en un momento crítico de las relaciones entre el mundo árabe y Occidente, en pleno apogeo de la ofensiva de los predicadores neoconservadores del gobierno republicano contra la comunidad arabo-musulmana. Una ofensiva que se materializó con las guerras contra Afganistán en 2001, contra Irak en 2003 y mediante la definición de un eje mal articulado alrededor de Irán y Siria, dos países musulmanes.

La licencia concedida a los predicadores anglosajones en las ondas francesas y la subcontratación técnica a la VOA (Voice of America) acreditan la idea de un vector francés que sirve de caballo de Troya a la política estadounidense en la región. A pesar de las perjudiciales consecuencias de esa política, la jerarquía del polo radiofónico dirigido al exterior (RFI, RMC-MO) expresó públicamente su regocijo por haber obtenido la exclusividad de una entrevista del primer ministro británico Tony Blair, demostrando así su trágica ignorancia de las realidades regionales: en este caso, que la decisión de Londres de utilizar un repetidor francés –en vez del prestigioso servicio de la BBC en árabe– para transmitir su mensaje político hacia Irak, antiguo coto británico del que se apoderaron los franceses luego de la caída de la monarquía, en 1958, así como la decisión de Estados Unidos de utilizar una emisora francesa para transmitir su prédica religiosa, parecen destinadas principalmente a marcar a sus socios-adversarios francesas con el sello de la complicidad y la duplicidad. Tanta ingenuidad, incluso tanta vanidad, ocasiona más perplejidad aún si se tiene en cuenta que una de las consecuencias inmediatas del éxito de la ofensiva anglo-estadounidense fue la expulsión de Francia de Irak, país que representa históricamente el mayor logro de la diplomacia de gaullista de la segunda mitad del siglo XX.

En un contexto de ofensiva anglo-estadounidense contra el mundo arabo-musulmán, en momentos en que los medios ingleses y estadounidenses terminaban su redespliegue geoestratégico en la región, Francia persiste así, en el plano de la comunicación, principalmente en el sector audiovisual, en una actitud propia del pasado y de connotación xenófoba. Desde la Cumbre de la Francofonía que se celebró el 19 de octubre de 2002 en Beirut, la jerarquía radiofónica procedió, en dos etapas (el 29 de octubre de 2002 y, posteriormente, en febrero y marzo de 2003), a la exclusión de unas veinte personas, casi todas colaboradores de confesión musulmana de la estación, acción que contradice el «diálogo de las civilizaciones» que el presidente francés Jacques Chirac promovía en el encuentro de Beirut.

La primera ola de exclusiones, que tuvo lugar el 29 de octubre de 2002, una semana después de la Cumbre de la Francofonía, privó al principal vector de Francia en lengua árabe de la colaboración de algunas de las voces más prestigiosas del mundo árabe perjudicando así la credibilidad de la estación. Entre los intelectuales árabes excluidos de las transmisiones en ese idioma estaban, por ejemplo, la señora Nawal Saadawi (de Egipto), escritora conocida debido a sus luchas por los derechos de la mujer, y el poeta palestino Samir Al-Qassem. A ambos se les pedirá, sin embargo, que participen en las transmisiones de RMC a favor de la liberación de Florence Aubenas, la periodista francesa secuestrada en Irak en enero de 2005.

La segunda ola de exclusiones se produjo en febrero de 2003, en pleno debate del Consejo de Seguridad sobre Irak. Esta segunda etapa completó la decapitación editorial de la estación con el despido del redactor jefe central Riad Muassass y de su segundo, ambos de nacionalidad siria, así como el del único colaborador iraquí de la emisora. El iraquí fue despedido con el falso pretexto de haber calificado a Jacques Chirac de «jefe del Frente de Rechazo a la guerra de Irak», y el redactor jefe so pretexto, afirmación tan falsa como la primera, de haber pedido permiso para participar en un debate televisivo.

Curiosamente, este caos vino acompañado de un refuerzo de la presencia maronita que acaparó cinco de los siete puestos de responsabilidad en el seno de la jerarquía de las transmisiones en árabe, entre ellos los puestos de director de las transmisiones y de director de programación, y un tercio de los demás puestos. Al dejarse llevar por la corriente maronita, la jerarquía acentúa la hegemonía de ese clan dentro de la radio y hunde a la emisora francesa en la trampa confesional libanesa, transformándola casi en una radio comunitaria. Con ello acredita la idea de que Francia sigue cultivando la estrategia de las minorías en el Medio Oriente y de que solamente aprueba a los maronitas.

Es justificable que una dirección se rodee de colaboradores que le sean, no digamos incondicionales, por lo menos leales pero resulta tan sensato como eso el considerar la capacidad entre los criterios de contratación del personal ya que para un vector internacional es tan importante disponer de un equipo merecedor de la confianza de los oyentes como de un equipo lleno de devoción hacia la propia jerarquía. La capacidad no está reñida con la lealtad, y las creencias religiosas no son una garantía de aptitud profesional o, todavía menos, de lealtad a Francia.

El regreso al poder del grupo que dio lugar a las derivas mercantiles de la emisora y a su mala reputación lleva a que uno se interrogue, sino sobre la complicidad, por lo menos sobre el buen juicio de la jerarquía. Esta purga antiislámica, que viene a agregarse a métodos coercitivos de administración dignos de otros tiempos, como la autorización de salida del personal (con presentación previa de una petición escrita de autorización) [2], acentúa las acusaciones de existencia de clanes, de sectarismo y de comunitarismo emitidas contra la estación con especial violencia, especialmente luego de la creación del polo radiofónico dirigido al exterior, en 1996.

La bunkerización del polo radiofónico en lengua árabe alrededor de un fuerte núcleo maronita (la minoría cristiana de más peso en el Líbano) podría explicar los fracasos de la emisora en su intento de establecerse en Beirut, a pesar de la gran amistad que sentía el ex primer ministro libanés Rafic Hariri por el presidente Jacques Chirac. La bunkerización hipotecó la credibilidad de la postura gaullista de la diplomacia francesa y provocó un derrumbe de la audiencia de la emisora. Un sondeo de 2003 ubica en efecto a la radio francesa en el pelotón de retaguardia de las grandes estaciones internacionales con una audiencia irrisoria en los principales puntos de articulación de la presencia francesa en el Medio Oriente, incluyendo el Líbano donde ocupa el puesto número 16 con un índice de audiencia de 5,5% [3].

La jerarquía registró así el mayor índice de rotación de un equipo editorial en la historia del audiovisual dirigido al exterior, con no menos de trece cuadros de dirección únicamente dentro del equipo de árabe (tres redactores jefe, siete redactores jefe adjuntos y tres responsables de programa) despedidos bajo el mandato del primer presidente del polo radiofónico para el exterior. Un comunicado de la coordinación intersindical del personal de RMC-MO, fechado el 6 de diciembre de 2004, acusa a la jerarquía de haber aplicado «una política irresponsable, arbitraria y de clientelismo » al realizar «despidos orientados».

Que Francia se presente como protectora de las minorías oprimidas resulta en sí digno de elogio y honorable. Pero que pretenda ser el padrino exclusivo de los maronitas constituye un elemento revelador de la manera cómo se han ido reduciendo sus ambiciones en el mundo árabe. A no ser que se considere esa tolerancia como una garantía encubierta concedida a la comunidad [maronita] como compensación por el excesivo apoyo que el presidente Chirac prestó a su amigo Rafic Hariri, el ex primer ministro musulmán sunnita libanés asesinado en Beirut el 14 de febrero de 2005.

En vez de reflexionar seriamente sobre las razones de sus fracasos, de asumir la responsabilidad de sus propias decisiones y sus consecuencias desastrosas, tanto para la emisora como para la imagen de Francia en el mundo árabe, la jerarquía de RFI atribuye a una hipotética «quinta columna » la responsabilidad de su propio fracaso en obtener una frecuencia radiofónica en Beirut [4]. Después de los «empleos ficticios», los jerarcas innovaron con la noción de «responsabilidad ficticia».

Arquetipo de los «Juppé’s boys» que poblaron la Alta Administración durante el breve paso del ex alcalde de Burdeos por el gobierno (1995-1997), Jean-Paul Cluzel, nombrado en enero de 1996 a la cabeza del holding, rompió un record de longevidad gracias a la cohabitacion socialo-gaullista. Pero al acercarse la elección presidencial de 2002 y en momentos en que el resultado de la consulta electoral parecía incierto, se presentó como candidato a numerosos puestos ligados a la actividad audiovisual (AFP, CSA, TV5), en un evidente intento de asegurarse una posición.

Considerada como fuera de lugar en el aspecto de la deontología, aquella bulimia candidatural perjudicó la imagen de la alta función pública, acreditando la idea de que el vector a cuyo servicio se suponía que debía estar el funcionario no era más que una solución de repuesto, un trampolín para alcanzar posiciones más beneficiosas. Sicológica y socialmente fuera de lugar, los frecuentes nombramientos de dirigentes provenientes de la Escuela Nacional de Administración [ENA], que no tienen a veces nada que ver con el mundo de la información, a la cabeza del dispositivo internacional audiovisual parecían durante el último decenio un baile de de pudientes, con la fractura social como telón de fondo, justificando a posteriori el descontento popular contra el choque de elites francesas provenientes de la ENA y su ceguera política, lo que explica por un lado la bofetada electoral que sufrió el poder de Chirac. También fuera de lugar en el plano estratégico, esta fiebre arribista se produjo en momentos en que los grandes competidores anglosajones y árabes se entregaban a su propio reposicionamiento después de los atentados antiestadounidenses de septiembre de 2001 reclutando a alto precio periodistas de experiencia sin que el criterio étnico-profesional fuera el factor determinante.

Tanto la BBC como los medios estadounidenses de difusión, así como los prestigiosos canales trasnfronterizos árabes (Al-Jazeera y Al-Arabya) recurren frecuentemente a colaboradores musulmanes, o a cristianos no necesariamente maronitas, sin que el hecho de pertenecer a una u otra religión reduzca la competitividad, la credibilidad o la lealtad de esas personas hacia la empresa o hacia su país de adopción. Esto nos obliga a reconocer que el reclutamiento fundado en el factor étnico-comunitario parece ser una característica francesa, indicio de que se mantiene una mentalidad colonial.

Debido a una voluntad de cierre político en el plano interno, más que a un despliegue mediático en el plano internacional, Cluzel no fue castigado por su actuación sino que fue ascendido a la presidencia de Radio France después de haber presentado su quinta candidatura, de paso obtuvo un record difícil de igualar con tres huelgas en 8 años en RFI, o sea una media de una huelga cada 30 meses [5] y 19 días de huelga de todas las categorías del personal en Radio France sólo durante el primer año de su nuevo mandato (2004-2005). La primera fue en marzo de 1997, el día de la caída de Kinshasa (Zaire) en manos de Laurent-Désiré Kabila; la segunda, de febrero a marzo de 2003, en pleno debate diplomático franco-estadounidense sobre la guerra contra Irak; la tercera cuando se votó en Francia la ley sobre los símbolos religiosos y en pleno debate internacional sobre las armas iraquíes de destrucción masiva, lo cual privó a Francia de su voz internacional en momentos cruciales de la actualidad.

Su salida de RFI tuvo como saludo una condena contra sus prácticas discriminatorias y una huelga general de tres semanas en RMC-MO que desembocó en la renuncia de las personas que él protegía. Su sucesor, Antoine Schwartz, se las arregló para mejorar el record, con dos huelgas en un año, lo que llevó la presidencia de la República y el ministerio de Relaciones Exteriores a disculparse afirmando que Schwartz era un «error de casting» [6].

Lejos de ser considerados puntos neurálgicos de una guerra diplomática de dimensión cultural, los diferentes puestos del aparato audiovisual dirigido al exterior sirven a veces simplemente para favorecer a los amigos. En Francia, los «buenos contactos» basados en intereses comunes de orden intelectual, regional o sentimental están entre las más poderosas “palancas” socioprofesionales, por lo menos mucho más importantes que la capacidad o la experiencia, aseguran, pruebas en mano, las periodistas Sophie Coignard y Marie-Thérèse Guichard en una severa crítica de las costumbres francesas en ese sentido [7]. O sea: para nombrar a un alto funcionario basta con un decreto, pero se necesita más que eso para obtener un alto representante del Estado.

Que, por causa de una increíble degeneración de su papel, un vector destinado a reflejar el esplendor cultural de Francia hacia el mundo árabe sea desviado de su objetivo por un clan familiar; que este tipo de aparato mercantil y dominado por un clan se mantenga durante tres décadas transformándose a veces en tribuna política de ciertos protagonistas del conflicto libanés o de negociaciones comerciales [8]; que tamaño tumor haya podido escapar a la vigilancia de la autoridad superior, son hechos que explican la regresión del sector mediático francés.

Siendo un país que a principios de los años 1970 se encontraba en primera línea del sector mediático entre los países de Europa y del Mediterráneo, y a pesar de la indiscutible ventaja que representa el legado de De Gaulle, Francia está, 30 años más tarde, en el pelotón de cola de los grandes países occidentales, suplantada incluso por las nuevas potencias regionales como Arabia Saudita y hasta el pequeño Qatar con su canal televisivo internacional «Al-Jazeera». Mientras que sus competidores internacionales se aprestaban durante los años 1980-1990 mediante la puesta en órbita de grandes vectores transcontinentales de difusión vía satélite, el sistema audiovisual francés dirigido al exterior se hunde –al igual que el sector político-administrativo– en dos décadas de alarde y de enriquecimiento, de dilapidación, de amiguismo, de clientelismo y de nepotismo. Francia no se recuperó nunca de ese período demente cuyo costo fueron sonoros escándalos judiciales y el colapso de su dispositivo audiovisual dirigido al exterior.

Nada presuponía sin embargo semejante destino para este dispositivo. Sólo la falsa preocupación francesa por ser una excepción, la famosa especificidad que rápidamente acabará siendo nada más que fachada. Sólo, y por encima de todo, una propensión al «manejo del pánico », según la expresión utilizada por el sociólogo Michel Crozier [9]. Un comportamiento propenso a la espera en que las soluciones circunstanciales generalmente prevalecen ante las disposiciones de fondo, un comportamiento temeroso en el que la audacia de una acción anticipada es refrenada por la placidez que genera la agravación de una situación, donde la serenidad y la racionalidad ceden el paso al frenesí y a la improvisación provenientes de un ambiente catastrofista.

Con un cuarto de siglo de retraso en comparación con su antecesor estadounidense, Francia lanza su propio canal de información permanente siguiendo el modelo de la CNN –que cubre todo el planeta– en momentos que grandes vectores internacionales anglosajones o árabes cubren la zona Europa-Mediterráneo. Veinte años después de la puesta en marcha de ese proyecto, la reforma del dispositivo audiovisual francés dirigido al exterior se estanca, zarandeado una y otra vez por las restricciones presupuestarias, la inseguridad de los políticos y la indecisión de los consejeros de estos últimos, aunque todos buscan supuestamente los medios de crear un mítico «canal vitrina» que devuelva a Francia su antiguo esplendor. Peor aún. El cambio de perfil del dispositivo dirigido al exterior, que pretendía ser una de las grandes realizaciones de la presidencia de Chirac, tiene como fruto un dispositivo anacrónico que está en contradicción con el «diálogo de las culturas» que Francia tenía la intención de crear cuando la Cumbre de la Francofonía celebrada en Beirut: un módulo en lengua árabe con una estructura étnico-comunitarista desprestigiada por su sumisión a un clan y –en su calidad de punto de apoyo de la radio metodista estadounidense Trans World Radio– desprestigiada por causa de su proselitismo religioso proestadounidense. Contra toda expectativa, el polo radiofónico dirigido al exterior se presenta incluso como un participante de la lucha de los fundamentalistas estadounidenses por promover una espiritualización del mundo según el esquema occidental, contribuyendo así a imponer los valores estadounidenses a través de la globalización en detrimento de los intereses mismos de Francia y de su especificidad cultural.

El colapso de RMC-MO, presagio regional del fiasco mundial de Vivendi Universal y trágica ilustración de una «gestión al estilo francés», debiera servir de advertencia a los promotores del nuevo canal internacional francés. En momentos en que el Medio Oriente es marco de un nuevo viraje de su historia, es importante que Francia logre eliminar ese absceso para que los celosos promotores de tales prácticas no se conviertan después en enterradores de la causa francesa. A menos que Francia decida dejarse relegar por mucho tiempo, el avance anglosajón debe llevarla a revisar seriamente su propia política audiovisual ya que lo que está en juego en esta competencia es ni más ni menos que la nueva jerarquía de poderes dentro de los futuros equilibrios regionales que resulten de la recomposición del paisaje regional en el sector de la información y partiendo del orden cultural.

Jacques Chirac entra en la última recta de su carrera con un dudoso balance: resulta evidente su responsabilidad en el naufragio del polo audiovisual dirigido al exterior, que él manejó de lejos y con consecuencias catastróficas. Debido a los numerosos baches en que ha caído, su principal proyecto –la creación de un canal de información permanente- está siendo ridiculizado mediante una apelación burlona «CII=Complemento inútil e irrealizable».

El decano de los jefes de Estado occidentales, el cacique de la vida política francesa, sale de escena dejando un paisaje devastado plagado de ruinas políticas y diplomáticas, dejando como recuerdo la trayectoria de un hombre ambicioso y, como legado, un caso –digno de estudio– de aplicación de una política de aparente magnificencia además de –como ejemplo educativo para las generaciones venideras– la amarga anécdota de la cremación de un aspirante al premio Nóbel, síntoma de la tragedia cultural de la Francia contemporánea y demostración irrefutable de la inutilidad real de ciertas actitudes declamatorias a la francesa.

# Voltaire.net (Francia)