Por Martín Sánchez (*).- Estas páginas me las pedía el alma. No encontré más razones para negármelas cuando Defensores cumplió 100 años de vida. Si no es ahora, cuándo sacar a pasear los fantasmas de viejos tiempos, cuándo dejarle en claro al barrio todo lo que lo quise, cuándo plasmar en letras que nadie borrará, que este club fue y es una de las mejores cosas que me pasó y me pasa.
Cómo no obligarme a un puñado de noches de desvelo para quedar a mano con la conciencia, para contar de los tres campitos que enfrente de Defe nos dejaban cazar mariposas, comer ramitas de pasto y revolcarnos de risa. Del bar de los primeros asombros del amor, enfrente de Defe, y ese otro amor por Juana Molina que nunca supo en la pileta de Defe.
Si hablo de historias del club, entremezclados entre partidos y jugadores, van a aparecer de cualquier manera mis amigos, mis viejos, mis hijas. Pero cuando el sentimiento es grande uno cree que nunca retribuye lo suficiente.
Y en este pequeño libro han quedado demasiadas horas de demasiadas vidas sin ser contadas. Tal vez el azar guió a las pocas que ahora lucen orgullosas entre dos tapas. Pero ha quedado tanto como siempre ahí, suspendido en el misterio del tiempo, a merced de los caprichos de la memoria... Una memoria que cuando pide permiso puede exagerar acontecimientos. Y hasta de regocijada puede condimentar con ficciones. Esto pudo haber ocurrido en algunos pasajes de "Corazón Pintado". Pero ahora mi alma parece más tranquila, la he sacado un poco afuera.
(*) Periodista, autor de "Corazón Pintado".
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