El ex presidente de Iraq, Sadam Husein, ha sido ejecutado.

La realización de la pena de muerte dictada a un ex Jefe de Estado es un acontecimiento extraordinario, y no puede menos que provocar diversas reacciones.

Por una parte, el propio hecho de enjuiciamiento de Sadam constituye un mensaje muy importante para todos los dirigentes máximos: de que tarde o temprano ellos tendrán que responder por su proceder. Nadie puede tener inmunidad contra la persecución a causa de los crímenes análogos a los incriminados a Sadam Husein. Pero la ejecución realizada en unos momentos en que en el país reina caos puede utilizarse por los extremistas para provocar una escalada de la violencia tanto en Iraq como en todo Oriente Próximo.

Máxime que la legitimidad del fallo dictado al ex presidente iraquí puede ponerse en tela de juicio.

Husein era culpable de los crímenes cometidos contra su propio pueblo, sin duda alguna. Por algo centenares de iraquíes atacaron oficinas del Gobierno de Iraq, pidiendo que les permitiesen ejecutar la sentencia ellos mismos, es decir vengarse en persona por la muerte violenta de sus familiares durante el gobierno de Sadam Husein. O sea que los kurdos y los chiítas de Iraq, así como los contrincantes políticos de Husein, no importan su nacionalidad y religión y lo de ser ciudadanos de Irán o de Kuwait, pueden celebrar el triunfo de la justicia.

Pero es una justicia que tiene un dejo amargo. En relación con lo sucedido, viene a la mente la muerte reciente de otro dictador, Augusto Pinochet. Pese a las acusaciones de haber cometido crímenes contra su pueblo, Pinochet no fue enjuiciado. El proceso fue suspendido a causa de la provecta edad del ex dictador. Verdad que después del fallecimiento de Pinochet, centenares de sus adversarios decían lamentar que el dictador no haya sido condenado. Les importaba no tanto que el dictador muriese cuanto la condena jurídica.

Algo parecido le pasó a Husein: aunque a diferencia de Pinochet lo condenaron, pero no lo hicieron cabalmente.

El fallo, según el cual Husein fue ejecutado, se dictó partiendo sólo de un episodio de la acusación, de más de una decena de los probados. El tribunal dictaminó "¡Culpable!", refiriéndose sólo a la muerte de 148 habitantes de la aldea chiíta de El Dujeil en 1982. Al propio tiempo, prosigue el proceso de "Al Anfal", según el cual Sadam y sus ayudantes son culpables de la liquidación de 182 mil kurdos, entre ello con empleo del arma química en una operación militar llevada a cabo en 1988, sin hablar ya de otros episodios.

Desde luego, los procesos en cuestión pueden desarrollarse ya después de la muerte de Husein. Pero en ausencia de él difícilmente se podrá decir que el tribunal haya logrado obtener el cuadro completo de lo que sucedía en aquellos días. Sin lugar a dudas, la muerte de millares de iraquíes y las guerras desatadas contra Irán y Kuwait pesan en mucho grado sobre la conciencia de Husein, pues se realizaron o por sus órdenes o con su tácito consentimiento. Pero en ciertos casos su proceder sólo formaba parte de un gran juego regional. Por ejemplo, a finales de diciembre en el proceso de "Al Anfal" se dieron a conocer las órdenes que dio el jefe del Estado Mayor General de Iraq, Nazzar Abdel Karim Feisal, a los comandantes del primero y el quinto cuerpos del Ejército de Iraq, orientándolos a "cooperar con la parte turca, a tenor con el protocolo de interoperabilidad". Los detalles del protocolo no se hacen del dominio público. Hasta hoy día no se ha obtenido confirmación oficial de que Ankara y Bagdad hayan cooperado en el genocidio de los kurdos. Pero si tales hechos se llegan a conocer, será difícil predecir las consecuencias de ello.

¿Qué otras sorpresas habría podido dar el proceso contra Husein?

Por ejemplo, la prensa saca a relucir de tiempo en tiempo el hecho de que EE UU asintió tácitamente el ataque de Iraq contra Kuwait en 1990. Hay quienes afirman que Husein había realizado previas consultas con la entonces embajadora de EE UU en Iraq, April Glaspie, y que ésta dijo que a EE UU no le interesaban los litigios fronterizos entre Iraq y Kuwait, o los asuntos árabes internos, según otra versión.

Verdad que el litigio fronterizo redundó en una agresión de amplia escala. Para Sadam aquello significó el comienzo del fin. Él llegó a ser enemigo número uno para Washington, aunque podía parecer que en vísperas de la campaña de Kuwait las relaciones entre Iraq y EE UU estaban un auge. Unos meses antes del ataque de Iraq contra Kuwait, una delegación de senadores estadounidenses visitó Bagdad para expresar a las autoridades iraquíes la benevolencia de Washington. Conviene señalar que aquello sucedió ya después de la matanza de los chiítas en El Dujeil y el empleo del arma química contra los kurdos. ¿Acaso en EE UU no lo sabían?

Verdad que este hecho no tiene nada de extraño. Pues constituye sólo un ejemplo entre muchos de que guiándose por los intereses de la gran política la comunidad mundial a veces cierra los ojos ante lo que acontece en uno u otro país. Tan sólo en la Historia de Iraq hay decenas de tales ejemplos. En este sentido, la suerte era especialmente adversa con los kurdos iraquíes. Tan sólo EE UU los traicionó en más de una ocasión.

O sea que Sadam, igual que el líder de cualquier otro país, habría podido compartir su responsabilidad por los crímenes cometidos con muchos tanto dentro de Iraq como fuera. Pero ahora, tras su ejecución, ello ha perdido su actualidad. Además, él se habrá llevado muchos secretos a la tumba. Y es que del proceso judicial contra Husein podían extraerse muchas enseñanzas históricas.

En Washington aseguran que tras la ejecución de Sadam comienza una nueva era para Iraq y que los iraquíes desde ahora podrán sustituir las reglas fijadas por el tirano con las normas de la Ley. Pero hay dudas de que así sea.

Muchas organizaciones de defensa de los derechos humanos y juristas de renombre mundial dudan de lo legítimo de la sentencia dictada para Husein. Difícilmente puede reconocerse como independiente un proceso judicial que se realiza en los momentos en que en Iraq siguen permaneciendo tropas extranjeras.

La administración de la justicia redundó en realidad en un ajuste de cuentas. Sobre tal base no se puede construir una sociedad democrática. Además, quienes se planteen el objetivo de revisar la Historia (siempre hay deseosos de hacerlo), fácilmente podrán convertir a Sadam del tirano a un héroe.

El propio Husein, al esperar la ejecución de la sentencia, ya se definía a sí mismo como un mártir inmolado. No se puede descartar que en medio del caos que reina actualmente en Iraq algunos de sus ciudadanos empiecen a recordar con nostalgia al dictador ejecutado. La práctica mundial conoce tales precedentes.

Fuente: Ria Novosti, 30/ 12/ 2006.