Sin embargo, para las principales autoridades de la Secretaría de Salud Pública del municipio, la nena de tres años fue víctima de problemas bronquiales y descartaron cualquier síntoma de mala alimentación.

Incluso los funcionarios de Salud Pública de San Vicente abundaron ante los periodistas y les contaron que Natalia y los suyos iban los sábados y domingos a un comedor barrial, sin reparar en lo que sucedía durante los demás días de la semana.

Es curiosa la discusión sobre el “caso Natalia” de San Vicente. Porque es un triste debate casi sin sentido en torno a la muerte de la casi beba de tres años.

En ningún momento, ya sea los policías o los médicos, pusieron en duda la manera de vivir que tenía Natalia y su familia.

Como si la muerte fuera algo extraño a la forma de existir. Como si el final no tuviera nada que ver con el desarrollo y el origen de una vida.

Y es en esa pelea sobre las causas de la muerte donde aparece el encubrimiento, la careta con la que se disfrazan y ocultan las verdaderas razones del drama.

Natalia murió como consecuencia de la pobreza en la que vivía.

Y fue esa pobreza feroz la que le produjo desnutrición, problemas bronquiales, respiratorios y tantos otros trastornos que su cuerpito no pudo más.

La vida secuestrada por la pobreza impuesta la mató a Natalia.

Entonces la discusión debería pasar por las condiciones de vida de cientos o miles de pibes como Natalia, no solamente en San Vicente, sino en el país entero.

Debatir en torno a la muerte de una nena de tres años también produce impunidad sobre todos aquellos funcionarios que debieron modificar las condiciones de vida de las familias como la de Natalia.

Esa desidia acumulada que explota al final en una estúpida contrapartida de opiniones sobre la muerte de una piba de tres años demuestra la insensibilidad cotidiana, aquella indiferencia que profundiza la agonía sembrada por la pobreza impuesta.

Natalia no murió como consecuencia de sus últimas horas, sino como resultado de la condena de ser pobre desde el nacimiento.

Hay que explicar la vida y no la muerte, hay que cambiar lo cotidiano y no actuar dolores cuando casi nada tiene sentido.

Natalia tenía tres años y no aguantó más la tortura de la pobreza impuesta.

De eso se trata, de hacerse cargo de la vida, de la historia cotidiana. Ese es el tamaño de la deuda interna argentina.

# Agencia Pelota de Trapo (Argentina)