Los llamados a la paz y la condena a la violencia se vuelven recurrentes; cínico discurso de la derecha que hace poco declaró la guerra al gobierno, por boca del diputado socialcristiano Luis Fernando Torres. Hasta ahora la derecha se ha atrincherado en el Congreso y en el TSE para ejercer la oposición, pero no descarta lanzar a las calles a sectores de masas, aprovechando para ello el justo reclamo por obras incumplidas y necesidades insatisfechas, en provincias y ciudades en las que controlan las administraciones locales.

Pero ahora se asustan por la presencia popular en las calles y la condenan. Hace pocos días, Pablo Ortiz García concluía, en un artículo titulado Dictadura callejera –publicado en diario El Comercio-, que estamos frente a una circunstancia peligrosísima, "puesto que ahora resulta que se gobierna en las calles…" y se lo hace "para la degeneración de un país". La derecha, acostumbrada a la política del amarre y la componenda, de los pactos ocultos y las negociaciones de trastienda, se topa con un movimiento popular que no está dispuesto a permitir que esto continúe y exige que se de curso al proyecto político por el que votó, que ahora tiene como bandera principal la convocatoria a una consulta popular, para viabilizar la Asamblea Constituyente.

No más democracia de brazos cruzados. No más una caricatura de democracia, en la que el pueblo es sometido a la voluntad de quienes ostentan el poder y el pueblo debe permanecer callado, inmóvil. No más ese símil entre democracia y gobernabilidad, entendida ésta como el clima y escenario adecuados para ejercer el control y la explotación de la burguesía a las clases trabajadoras. Esa democracia que pone límite al protagonismo de las masas debe ser superada, para instaurar una en la que los pueblos ejerzan acción directa en todos los aspectos de la vida del país. Mientras esa no se institucionalice, el pueblo debe crearla e instaurarla en los hechos.

Los más trascendentes cambios producidos en el país han surgido de la mano de la acción de los pueblos en los campos y calles. No solo hay que referirse a los movimientos en los que todos coincidimos que así ocurrió, como el emblemático10 de agosto de 1809, la denominada revolución de los estancos, o la revolución alfarista de 1895. Hay muchos acontecimientos en la historia ocultados, deformados o minimizados para desvalorar la participación directa de los pueblos en ellos. Mayo de 1944, que puso fin a un dictadorzuelo que se apoyaba en el orden impuesto por los carabineros, es un ejemplo; pero los movimientos populares que se encuentran más frescos en la memoria son aquellos que tumbaron a Bucaram, Mahuad y Gutiérrez.

Por supuesto que no todos ellos produjeron quiebres en procesos políticos, pero sí resintieron la estructura existente; así como hay –y muchos- aquellos en los que se rindieron cuenta entre una u otra facción oligárquica o burguesa. Pero sin la acción directa de las masas, no sería posible hablar de hitos en la historia del Ecuador. La movilización social que va tomando cuerpo cada día en el país, bien puede ser un punto que marque el inicio de un período cualitativamente distinto en la participación política del pueblo ecuatoriano.