Vengo sosteniendo, con porfía de simple y modesto observador, que en Perú hay un notorio animal político en Palacio. Es cierto, y no podemos negarlo, que también hay políticos animales. ¿Tendrá alguna importancia cuanto diga, sólo una sílaba, un “líder” de la difusamente llamada “oposición”? El jefe de Estado dirá que sí. ¿Qué otra cosa podría decir? En realidad, cuanto expresen aquellos, que no tienen responsabilidad objetiva, comprobable y enjuiciable, vale tanto como el dicho: maire, maire, cabellicos que se lleva el aire.

El gato mayor de Palacio engatusó a los mininos que no aciertan el camino o compás de qué servirse para oponer al torbellino imaginativo, mejores rutas, más fuerza popular o superiores ideas en un contexto de oposición genuina y no edulcorada y plena en cortesananías feminoides. La política nacional pasa por uno de esos momentos, tan comunes en nuestra historia, de estupidización al más alto nivel burocrático e ideológico.

Engatusados los que quieren llamarse de oposición, sólo tienen que maullar y hacerlo de tal manera que su visita recientísima no constituya superlativo ridículo de saludo a una bandera gubernativa que no es la suya porque el pueblo no los eligió. Es decir, ahora tendrán que cargar, también, el pesado lastre de no poder eludir el gesto político de haber estado en zapatos de otro, más cazurro y más cínico. Gatos flacos de pobrísima perspectiva y más anémica producción doctrinaria cuanto que ideológica.

¿Alguien podría culpar al mandatario Alan García de no haber hecho el “esfuerzo” de llamar a los “opositores”? ¡De ninguna manera! ¡Si hasta fueron a poner sus rollizas o muelles posaderas en Palacio! El presidente los convocó y cual gatos famélicos hambrientos de marquesina mediática, llegaron para ser comparsa, bulto notorio y complacientes amigotes del juego democrático que ejerce a sus anchas el señor García Pérez. Mérito de él. Cretinismo de otros.

De seguro que los gnomos escribidores, pagados con el dinero del pueblo, ya estarán confeccionando sus cuartillas bien estructuradas y burocráticamente impecables con calidad de panegíricos asquerosos. Para cierto turronero, estos 180 primeros días son el dechado ecuménico de un gobierno popular que aprovecha todas las vertientes. Desde la derecha momia, conservadora y abusiva, hasta los cuadros políticos apristas más capaces. ¡Cómo si no se supiera que éste es un gobierno representante de los poderes transnacionales más eficaces, mandones y antipopulares! ¡Mírese para mayor abundamiento la cantidad de vendepatrias en el gabinete! ¡Cómo si fuera raro saber que a muchos militantes apristas con décadas de credo y fe política, los están echando malamente de sus puestos! ¿Qué es sino el caso del prestigioso neurocirujano Julio Espinoza Jiménez ex director del Hospital María Auxiliadora? Lo botaron porque se opuso, con energía de hombre integérrimo, a que ese nosocomio se convirtiera en supermercado, con juegos mecánicos y cabinas bancarias.

En el Establo, pálido antro de perpetua e increíble mediocridad, no hay mayor respuesta ni creación heroica. El Acuerdo Nacional es una entelequia burocrática que le cuesta al pueblo demasiado dinero. Vamos constatando que las instituciones persisten en su ineficacia y taras sempiternas. Se barruntan iniciativas formidables en las regiones, en buena cuenta, es hora que el Perú profundo, no limeño y no idiotizado por una capital enferma de cáncer terminal, soliviante espíritus, marque el paso y cante las mejores melodías que los pueblos libres saben entonar en la búsqueda de un Perú libre, justo y culto.

¡Qué país! ¡Un animal político engatusó a políticos animales! ¿A eso llaman democracia? ¡Bah! ¡No sería raro que el cretinismo sea también declarado por el Acuerdo Nacional como otra política de Estado!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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