Ejecutado Saddam Hussein y perpetuada la ocupación militar anglo-estadounidense en Irak, especialistas consideran urgente examinar el afán del foxismo -que el nuevo gobierno panista no ha descartado- por participar en las operaciones multilaterales de paz. Para el analista internacional Alejandro Anaya, esas acciones tienen un récord de claroscuros.

En 1949, México aportó personal militar al Grupo de Observadores Militares de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en la India y Pakistán. También contribuyó con operaciones de mantenimiento de la paz (OMPs), en capacitación electoral (Irak) y antes, al entrenar a policías en El Salvador (ONUSAL). Sin embargo, nada garantiza que esa participación no se convierta, en instrumento de manipulación de la potencia mundial, anota Anaya, director del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana.

“Eso es inevitable. Al final de cuentas es política internacional y la política o los intereses pueden ganarle a las motivaciones éticas o normativas de estos procesos”. Las premisas para que México intervenga en las OMPs deben ser: evaluar si hay necesidad de esa intervención internacional, si las partes internas en conflicto están de acuerdo y si también lo está la comunidad internacional, a través de Naciones Unidas, para tener legitimidad. Debe revisarse “caso por caso”, aprecia.

Esa visión contrasta con la actitud que, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, sostuvo el gobierno federal. Abundaron las versiones de que México enviaría tropas o voluntarios al país árabe sin desmentido oficial. Era el otoño de 2002 y el país jugaba ya en “las grandes ligas” de la diplomacia mundial.

Jorge Castañeda Gutman declaró que México estaba “dejando atrás toda impresión de fricciones con Estados Unidos” (New York Times, 5 de noviembre). El analista James Petras consideró tal expresión en su ensayo Antiglobalización, militarismo y lamebotismo (Rebelión, 28 de marzo), que “era de esperarse de quien fue el primer canciller latinoamericano en declarar apoyo incondicional a la intervención militar estadounidense en Afganistán”.

Mientras tanto, los inspectores de Naciones Unidas regresaban a Irak para verificar la existencia de armas de destrucción masiva. Como miembro no permanente del Consejo de Seguridad, México calificó esa medida como la “vía idónea” para desarmar a Irak, en la sesión del 5 de febrero de 2003 y sufrió la presión de la administración Bush para apoyar sus tesis de una acción armada contra el régimen de Sadam Hussein.

Terrorismo y diplomacia

La alianza de México con Estados Unidos para combatir al terrorismo “es principalmente a través de todos los mecanismos de intercambio de inteligencia que se promueven a nivel bilateral en los acuerdos y también a nivel multilateral en Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos (OEA)”, explica la embajadora Olga Pellicer.

–¿Qué ganó México al sumarse a la lucha contra el terrorismo?

–México no puede sustraerse del temor a que los terroristas actúen desde nuestro territorio o ataquen alguna instalación aquí. No tenemos motivos para estar demasiado preocupados, sin embargo, el terrorismo internacional es un hecho y México no puede ni debe permanecer fuera de los mecanismos que se están creando a nivel bilateral y multilateral para protegerse contra ese peligro.

Pellicer, quien presidió el grupo de trabajo para la II Conferencia para la entrada en vigor del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, afirma que “en el marco del combate al terrorismo hay una tendencia, muy negativa, a suponer que tenemos que ver con cuidado si alguien es iraquí o si podemos evitar su entrada. Seguir determinado comportamiento ante ciertas nacionalidades es una de las consecuencias negativas, pero inevitables, de la colaboración -que no conozco y no querría opinar- que seguramente está dentro de los acuerdos de intercambio de inteligencia que tenemos con Estados Unidos. Esto, sin duda, le ha dado una nueva dimensión a nuestra política migratoria con nacionalidades provenientes del mundo islámico”.

La experta dice que “tampoco se hace muy público el que ahora le estamos dando mayores problemas a los árabes o a otros; de hecho no es un tema de opinión pública”. Con respecto a la actuación de México en el Consejo de Seguridad, en el marco de la segunda escalada estadounidense contra Irak, Olga Pellicer considera que “estar en ese órgano multilateral de Naciones Unidas permite conocer los detalles, contribuye, a veces a aminorar o a prevenir un conflicto y proporciona una enorme oportunidad a la diplomacia mexicana”.

Para la académica-investigadora del ITAM, la diplomacia mexicana en los foros multilaterales fue independiente de Estados Unidos. “Si estamos en el Consejo de Seguridad, lo mejor es tener una política clara con Estados Unidos, en la que México -de acuerdo con los principios establecidos en su Constitución- mantenga un diálogo franco para que nos respeten. Para eso tenemos que ser congruentes y tener argumentos sólidos”.

Militares

La participación activa y voluntaria en operaciones de paz de los países del hemisferio se discutió ampliamente en la séptima Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas, que se realizó en Managua, Nicaragua, del 1 al 5 de octubre de 2006. El aún titular del Pentágono, Donald Rumsfeld, signó las conclusiones del encuentro que hacían énfasis en la importancia de participar activa y voluntariamente en las operaciones de paz bajo la proteccioón de Naciones Unidas y en el marco legal de los Estados.

A pesar de que el secretario foxista de la Defensa Nacional, general Gerardo Clemente Ricardo Vega García, había declarado en México como “inaceptable” que tropas mexicanas intervinieran en operativos castrenses bajo el mando de oficiales extranjeros, en esa ocasión convino en suscribir el documento final, coincidiendo así con la insistente vehemencia del entonces canciller Luis Ernesto Derbez.

“Habría que preguntarle a los militares qué opinan sobre estas misiones”, acota Alejandro Anaya, quien anticipa el disgusto castrense por involucrarse en las OMPs.

El engaño

La falacia de que Irak representaba una amenaza mundial por su arsenal de armas de destrucción masiva (ADM), condujo al químico mexicano Benjamín Ruiz Loyola a Bagdad, como inspector de UNMOVIC (Comisión de Supervisión, Verificación e Inspección de la ONU). Como experto en armas químicas, estaría en aquel país de tres a seis meses. Él, como millones de iraquíes ignoraban que un par de semanas después dejaría la ciudad, quizá la más antigua del mundo, porque sería ocupada por tropas multinacionales.

“Esto demuestra que la ciencia tiene una agenda y la política tiene otra, y la política siempre se impondrá a la ciencia porque maneja el dinero. Sin embargo, la ciencia avanza y como no tiene fronteras, no tiene un lado malo o bueno. La ciencia, ni tiene fronteras ni tiene moral, es única”, sostiene el académico, quien sale al paso de quienes critican que los científicos-inspectores fueron utilizados pues ya se había decidido la opción bélica. Ruiz Loyola asegura que no podía dejar pasar la oportunidad de participar en una misión con la cobertura de Naciones Unidas. “Tengo años manifestándome en contra de la guerra y de las ADM. Había que estar ahí”.

En noviembre de 2002, el catedrático de la Facultad de Química de la UNAM había recibido un curso en Viena con 58 aspirantes a inspectores de UNMOVIC de distintas nacionalidades. El 8 de marzo de 2003, ya como inspector de Naciones Unidas llegaba al aeropuerto de Bagdad. Estaba previsto que estaría de tres a seis meses. “Apenas estuve nueve días en Bagdad, aunque fue un tiempo muy intenso”, pues Estados Unidos comenzó las hostilidades semanas después.

“Donde yo estuve todo estaba normal, y en general, todo lo que se inspeccionó estaba adecuadamente. Es decir, no hubo grandes hallazgos que justificaran las condiciones en las que está ahorita Irak, mucha gente (gringos, británicos), siguen diciendo que el mundo está mejor sin Saddam Hussein. Yo no sé.”

Durante su viaje a la oficina de Naciones Unidas, en la capital iraquí, observó enormes zanjas en las calles. “No estábamos autorizados para hablar con nadie y no nos explicamos su sentido hasta después”. Recibió su equipo de seguridad: radio que debía estar encendido 24 horas, y manual de códigos “¡Hay que aprendérselo!, nos dijeron y recibimos cierta información confidencial para involucrarnos en la misión que leí en el hotel Al Hyatt en el que nos alojaron a todos los inspectores.

“El mecanismo era el siguiente: a las cinco y siete de la tarde se decidía qué lugares se iban a inspeccionar el día siguiente. Se formaban los equipos, estudiábamos toda la documentación, el lugar al que íbamos y qué se iba a inspeccionar. Era una misión en tres vertientes: inspección, verificación y monitoreo. Todos pensaron que sólo se iba a inspeccionar -a buscar si habían armas químicas- pero era más. Llegar y decir al tipo policiaco ’¿qué armas portas?’, ’¿qué traes, qué tienes?’. Parte del trabajo era verificar que el informe que cada seis meses entregaba el gobierno de Hussein a Naciones Unidas correspondía a la realidad. ’Aquí nos están informando que había ocho barriles de petróleo... vamos a ver. Constatamos que efectivamente ocho barriles de petróleo[... ] Que hay cascajo de bombas de 480 libras[... ] Efectivamente, aquí hay cascajo de eso’.

“Otra parte eran las inspecciones: abrimos todo, revisamos todo, a ver qué encontramos. Obviamente dependiendo de lo que se tratara. Si se inspeccionaban misiles, la búsqueda se orienta mucho más a encontrar giróscopos, motores, láminas de aleación, sistemas de radar, combustible, los químicos que lo forman porque así se determina el alcance y la capacidad de los misiles. Si íbamos a una planta de fermentación, fundamentalmente lo que se buscaba eran armas químicas o biológicas. Los equipos se definían con base en lo que iba uno a buscar: misiles, armas biológicas. Yo estaba en el de armas químicas y colaborábamos con el de misiles.

“La otra parte del trabajo era el monitoreo, que consistía en: ’Ok, ya verificamos que en esta fábrica de insecticidas efectivamente se hacen insecticidas; ya inspeccionamos y encontramos que no hay nada prohibido. Ahora, hay que implementar los sistemas de monitoreo para que no se vaya a desviar la producción, porque cambiando dos materias primas uno puede pasar de un insecticida para el campo a la producción de sarín o de Vx. Así se garantiza que en cuanto yo me salga no van a hacer lo que tanto acusaba Estados Unidos: cambiar todo, por lo que se implementaba el sistema de monitoreo con detectores químicos, cámaras de televisión, diferentes instrumentos científicos para ello y nunca se decía cuándo íbamos a regresar.

“Se dejaron analizadores de gases de chimenea que llevaban registro por tiempo de qué sustancia iba saliendo, eso nos permitía saber cómo había estado la producción, si se había cortado en algún momento, si se había cambiado -porque cambian los gases- se dejaban los circuitos de televisión, y entonces llegábamos y se retiraban los discos para después leerlos. No le puedo decir en qué lugar estuve y qué producían, porque es parte de la confidencialidad que nos exigió Naciones Unidas.

–Cuando entraban en esos complejos industriales ¿cómo los recibían?, ¿quiénes los recibían?, ¿cómo los despedían?

–Cuando definíamos adónde íbamos a ir cada equipo, se definía el número de vehículos en función del número de inspectores que íbamos a ir. Íbamos entre dos y tres inspectores por vehículo y cada uno acompañado de una ambulancia. Cada uno era responsable de su agua, su alimento y del equipo de seguridad, además de una parte del equipo técnico. Uno era encargado de tomar las fotografías del día, otro de tomar las grabaciones del día, otro encargado de llevar el analizador de aleaciones y otro podía ser el encargado de la toma de muestras. No se dejaba nada al azar, sino que cada quien llevaba su tarea muy específica.

“En la mañana, una media hora antes de partir, se daba aviso al ministerio equivalente a Ciencia y Tecnología, también el del Interior. Se informaba cuántos equipos iban a salir, no se les decía en dónde, sólo: van a salir dos o tres, y aquellos decían: ’perfecto, ¿cuántas personas?’, –’un equipo va con cuatro vehículos y otro va con tres’–. Resulta que ellos mandaban un número por lo menos el doble de vehículos. Normalmente era el doble, dos de ellos por uno de Naciones Unidas.

“Uno podía perder la visión de lo que hacía entre tanta gente. A veces el problema era que sus traductores y los nuestros no se ponían de acuerdo en cómo traducir lo que pedíamos o lo que se firmaba. Otra cuestión muy común, era que cuando preguntábamos algo al responsable de un programa o un proceso de laboratorio, cuatro o cinco de los enviados por el gobierno intentaban contestar. Se atropellaban la palabra, empezaban a contestar ellos. Entonces les pedíamos que se callaran para hablar con el que sabía: ’Estoy tratando de ayudar y así nos va a ayudar más. También entendíamos que su trabajo era hacer el mayor ruido posible y al final, cuando salíamos a tomar agua, terminábamos platicando muy a gusto con ellos, fuera del plan oficial”.

Cuatro días después de su llegada, Ruiz Loyola observó que los inspectores de la comunidad británica comenzaron a salir. “Lo notamos mucho porque decreció rápidamente el grupo de armas biológicas: ingleses, canadienses, australianos, escoceses, todos salieron. Un neozelandés de nuestro equipo de armas químicas, a quien cariñosamente le llamábamos el Kiwi nos dijo: ’¡me vale gorro lo que haya dicho mi gobierno, yo estoy aquí por ustedes y para ustedes y me quedo con ustedes y a lo que tope!’”.

El presentimiento se convirtió en certeza una semana después, cuando escuchó al presidente Bush por televisión dando a Hussein el ultimátum de 48 horas para que saliera de Irak con sus hijos. A regañadientes, el equipo de inspectores con el que participó, tuvo que evacuar Bagdad.

“Salimos muy molestos, entre las lágrimas de los iraquíes que vieron partir el convoy de Naciones Unidas. Sabían que venía la guerra y que éramos sus escudos. En el trayecto al aeropuerto, finalmente entendí para qué eran las zanjas que estaban en toda la ciudad: eran zanjas para llenarlas de diesel con aceite y prenderlas con el intento de hacer cortinas de humo que impidieran la visibilidad sobre Bagdad, y que entorpecieran el avance de cierto tipo de vehículos, era parte de las medidas de defensa.

“Un momento difícil fue cuando yo ya estaba en clase y me avisaron -por teléfono- que un camión explotó en lo que fueron nuestras oficinas. Meterme a internet, ver fotografías, ver derrumbada lo que fue mi oficina en algún momento, y ver herida a gente con la que trabajé, eso duele mucho.

“Trabajábamos con brasileños, franceses, gente de Jordania, de Líbano, de Argelia, marroquíes, egipcios, toda era gente muy calificada. Después, al regresar a México, pensé que no bastaba con la calificación científica o técnica, sino que también había que tener el valor de decir ’me vale lo que pueda pasar’. Fue una experiencia muy importante como científico y que la ciencia de México no está de ninguna manera alejada, apartada ni separada de la ciencia a nivel mundial, y lo que se hace particularmente en la UNAM está a la par del mejor país del mundo, con la única diferencia de que no tenemos las grandes cantidades de dinero”.

Fuente: Revista Contralínea
Publicado: Febrero 2a quincena de 2007