Desde las sagas nórdicas a las griegas, pasando por los relatos de las comunidades africanas y americanas, esos congresos de seres tutelares son decorados de orgías, bacanales y otras tantas alegrías desmesuradas y que, por otra parte, no están al alcance del común, de los habitantes de esos mares ululantes llamados pueblos.

Pero hay algo en común en esas leyendas: los dioses necesitan de sus esclavos y adoradores. Sin ellos, no existiría su privilegio.

Si los muchos no creyeran en semejantes categorías existenciales, ellos, los dioses, no tendrían razón de ser.

Por eso, sostienen aquellas crónicas, de vez en cuando los poderosos permiten abrir las puertas de sus lugares de reunión para congraciarse con los que deben sufrir todos los días.

De allí que haya semidioses, héroes y demás casos extraordinarios que no hacen más que confirmar la regla: el universo tiene un orden inmutable, los que son pocos son felices y poderosos y los que son más, simplemente, soportan la condena.

Una imagen para explicarse el mundo. Eso, dicen los estudiosos, es el objetivo de las leyendas e historias orales.

Pura mitología...

Hace algunas semanas, en Suiza, capital del sistema financiero internacional, dos mil cuatrocientos “líderes” de todo el mundo se encontraron para celebrar una nueva versión del llamado “foro económico mundial”.

Dijeron, ellos, los “líderes” del planeta, los modernos dioses del tercer milenio, que sus preocupaciones son “la seguridad en Medio Oriente, el cambio climático inducido por la producción industrial y la generación de energía en un mundo que consume -y se consume- cada día más. Además, los representantes de los países con mayor peso económico prevén destrabar la parálisis en que se encuentra la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio debido a la negativa de las potencias a reducir los subsidios agrícolas así como el acceso a sus mercados para las naciones menos desarrolladas”, señalaron las distintas publicaciones periodísticas.

Para la canciller alemana, Angela Merkel, la ocasión le vino como anillo al dedo para reciclar aquellos sentimientos de leyenda: “Junto con el éxito económico aumenta la responsabilidad... Hay que permitir a otras regiones que compartan la paz y la prosperidad, y mantengan nuestro planeta vivible durante las próximas generaciones”.

Una humanista, la canciller.

Como si ninguno de los dos mil cuatrocientos concurrentes de Davos fuera responsable de los males que el sistema genera entre las mayorías de las poblaciones del planeta.

Pura hipocresía, pura mitología (ANC-UTPBA).

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