Tampoco tiene asiento la tesis (con un halo gavirista o en el peor de los casos pastranista) de que esté buscando una banca en el congreso de la lengua de este marzo, y que por ello anda tan preocupado por el uso de las preposiciones y de las citas que hacen los periodistas de los discursos gubernamentales.

Esos son los oficios menores de un alto consejero presidencial, aparte de apagar los incendios que provocan sus papers y de aprender a ponerse en puntas (como en el ballet) para hacerle honor al cargo, al tiempo que disimula su metro con sesenta centímetros que sólo equiparan Fabio Echeverry,Fabio Valencia, Luis Alberto Moreno y su mismísimo jefe. Todos ellos Bajos Distintos.

Ese entrenamiento, una vez frustrada su intención de ser la cabeza del partido de la U, le ha abierto en todo caso, el abanico de oportunidades laborales (así sean informales) cuando siga los pasos de renuncia de los ministros de Comercio, Impuestos o Hacienda, Relaciones exteriores (y los que vienen como en cascada, de Protección Social, Comunicaciones y de Interior y justicia) y dé la media vuelta cuando muera la tarde. Se lo pelearán las editoriales como corrector de pruebas y los cuerpos de bomberos voluntarios.

Lo que nadie sabe es que por estos días está ’aplicando’ para una beca de Altos (lo persigue la

dialéctica) estudios en Fukuyama, quiero decir, en Estados Unidos y sobre Fukuyama (¿o es acerca de?... ese es el problema de las preposiciones).

Francis Fukuyama es el intelectual japonés y norteamericano, a quien don José Obdulio lee y venera cuando no está ocupado disertando sobre Trotsky y su revolución permanente. Fukuyama es el mismo que en su libro más reciente ’Construcción del Estado: Gobernación y orden Mundial en el Siglo XXI’, declara la muerte del modelo neoliberal y con él de la privatización, al tiempo que reclama una suficiente supervisión estatal, sin llegar al estatismo.

Sí, un discurso coincidencialmente parecido al que ha pregonado el presidente Uribe, en los diferentes tonos de su escala anímica, en Costa Rica, Río de Janeiro, Montería, Pereira y frente a (o ante) cuanto micrófono, cámara o grabadora se le ponga por delante.

No parece preocuparle a Gaviria, experto en esas lides, el reversazo de Fukuyama que se hizo famoso hace dos décadas, pregonando precisamente lo contrario, es decir, el imperio del mercado con su libro "Fin de la historia y el último hombre".

Para justificar la política de Seguridad Democrática, José Obdulio repite, citando con alguna inexactitud a Fukuyama, que si los graves problemas del Siglo XX se atribuyeron a estados poderosos, muchos de los problemas actuales son causados por estados débiles o fracasados. Es decir, de la pobreza y del subdesarrollo como fuente de la violencia. De las contradicciones nacen los debates parece decirse el asesor presidencial.

No es más que una coincidencia que el ahora tutor de don José Obdulio, haya sido empleado en la oficina de Planeación del Departamento de Estado norteamericano, una suerte de Alta consejería, que dirigía James Baker, pilar del Nuevo Orden Mundial que terminó adaptando el gobierno Bush. Y que como ellos tres, piense que para el crecimiento económico es mejor un Estado fuerte que preserve la ley y proteja la propiedad.

A eso es a lo que Gaviria llama doctrina. No importa que por el afán de los discursos y la presión de los debates se olvide de mencionar las fuentes bibliográficas. Para eso ya tendrá tiempo, si los incendios y el mal castellano que hablamos los colombianos se lo permiten, y pueda escribir su tratado titulado ’Hay que volver al Estado’, como escribió Fukuyama, en The Observer, en julio de 2004.

Que sea una coincidencia más.