¿Fue una “epopeya” la guerra de conquista que Chile protagonizó contra Perú y en segundo término, Bolivia, entre 1879-1883? Según el diccionario, el término significa: “Poema narrativo extenso, de acción bélica, acciones nobles y personajes heroicos”. El conjunto de tres capítulos así llamados bajo ese nombre impropio y hecho por la Televisión Nacional de Chile, debió haber salido sin contratiempos ni censuras, hoy revestidas de prudencias y conveniencias, allá y acá. ¿No hay mucho de ese narcicismo colectivo sureño que vive de lo que arrebató, a sangre y fuego, a la casta política corrupta –y oprobiosa- que mal gobernaba Perú en esos años?

¿Pretende el documento televisivo oficial chileno presentar como grandioso o enaltecedor la masacre criminal de un pueblo abatido, quebrado por obra y gracia de su propia casta traidora de pésimos gobernantes? Que el canciller Foxley haya logrado la postergación de la miniserie, no significa, en modo alguno, el propósito de enmienda de los usurpadores que enajenaron al Perú Tarapacá y Arica y a Bolivia su litoral entero y luego en 1904 consiguieran un tratado con el país altiplánico de cerrazón absoluta a cualquier reclamo territorial.

¿Entenderá el mensaje el señor Allan Wagner Tizón, el firmante de 1985, con el entonces canciller chileno Jaime del Valle Alliende, que no hay historias neutras ni maquilladas para dar cuenta que no existió la pezuña bestial y abusiva del invasor porque eso conviene a las actuales castas habitantes precarias de los diversos podios gubernamentales? ¿Comprenderá éste cómo su entreguismo claudicante y proditor de hace más de veinte años, le abofetea con fiereza, al demostrar cómo desarmó con su traición, cívicamente al Perú?

Bien recordó siempre el patriota Alfonso Benavides Correa, evocando a Riva Agüero: “la historia, ministerio grave y civil, examen de conciencia de las épocas y los pueblos, es escuela de seriedad y buen juicio pero también, y esencialmente, estímulo del deber y el heroísmo, ennoblecedora del alma, fuente y raíz del amor patrio”, atendiendo a que el patriotismo se alimenta y vive de la Historia, a que la palabra patria viene de padres y, por ello mismo, que “sobre el altar de la patria y bajo su gallarda llama hecha de ruegos e inmolaciones, de valor y de plegarias, deben existir siempre, como en la ritualidad litúrgica católica, los huesos de los predecesores y las reliquias de los mártires” (La historia en el Perú, Lima 1910).

¿A qué se debió que el embajador Hugo Otero se moviese activamente para impedir que la serie viese la luz? Hay que presumir, inequívocamente, que el material no presenta sino la visión del vencedor bajo el pomposo título de “Epopeya”. El eternamente muerto canciller José García Belaunde, celebró la no exhibición dando la convincente imagen que sabía que era un asunto lesivo a la dignidad del Perú. ¿O no fue eso lo que se vio en los reportajes?

Sostengo que el documental chileno debe ser exhibido sin cortapisas y tal como lo cree el oficialismo del país austral. Ello dará la pauta de cómo nos ven, qué creen que fue la guerra contra Perú, que ni siquiera tenía frontera con Chile en 1879, y de qué entienden como testimonio de “reconstrucción” de la guerra. Como el asunto sólo ha sido postergado aquello nos da idea de cómo las coyunturas hermanan a los grupos que efímeramente disponen de los gobiernos y cómo es que la impostura, antes que la verdad genuina, raigal, indeformable, constituye hito vergonzoso de la manipulación política de nuestros pueblos. Allá y acá hay quienes tienen que dar cuenta ante la historia, ante ese ministerio grave, examen de conciencia.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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