El frío recorre los vagones que se bajaron cansados de las vías del Roca de puro-viejos, detrás de la cancha de Independiente y a 3 cuadras del Wall-Mart de Avellaneda, donde viven 30 familias y un Dios olvidado que observa crecer el hambre en los niños con miradas agrias de “miel empobrecida” en las horas marchitas del día.
De noche el miedo inicia su danza en los astutos dominios del Paco mientras se oye el cercano y furioso zumbido de los trenes de carga de Ferrosur y la luna de puntillas recorre siluetas difusas, ronroneo de muerte.
Decir Avellaneda era decir trabajo, el canto de la gente y sus tiernos almacenes. Valentín -que supo de muchos oficios- vive disputando despojos con otras manos no menos miserables. Todavía deja que su imaginación acaricie -mansa y lejanamente- aquel breve poema de su pasado: lento naufragio del deseo.
Mientras nuestro gobierno se auto-inscribe en el bronce, Daniel Muchnik escribe que tras cuatro años de crecimiento nuestro país tiene hoy la misma distribución de ingresos de mediados de los 90, cuando Cavallo, cuando Menem: “Desigual, ingrata e injusta”.
Sobre los vagones de kilómetro 4 llueve el amargo “cereal de la agonía” o agitaremos alguna maldita vez -definitivamente insurgentes de vida- el metal de las campanas que doblan por los condenados.
# Agencia Pelota de Trapo (Argentina)
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