Por su parte, los habitantes de su General Pico, en La Pampa, la añoran desde el programa Entre todos, cuando la lucha popular derrumbaba a la dictadura de Lanusse, allá por el inicio de los 70, y ella era apenas una adolescente.

Hoy, enredados en los coloridos matices de su voz, esta mujer de pelo rojizo y ojos verdes resplandecientes, trae música y contenidos que la confirman, cada tarde, vigente y singular, en su programa La rosa brindada (Radio Ciudad, lunes a viernes de 14 a 16).

Allí, por ejemplo, tienen su sitio, según Daunes “las niñas que descubren el mundo y con él las lógicas terribles que ordenan guerras, invasiones, opresiones. Y al mismo tiempo ellas aprenden a reconocer colores y olores, ensayan la ternura y ejercen el deseo.

También las madres y abuelas que enseñan su lección de coraje y rebeldía. Las machis, que guardan el secreto del fuego. Las mujeres que sufren la opresión de género, la violencia cotidiana del patriarcado, y que empiezan a reconocer que hay otra manera de vivir y comienzan a vivir de otra manera”.

– ¿Cuáles fueron tus comienzos?

– Uno pudo haber sido la escuela primaria, cuando en los actos escolares había que hacer algo y yo siempre daba un paso al frente porque me gustaba. Así recité el Martín Fierro y muchas veces hice distintos personajes, tenía una cuestión histriónica que aprovechaba bastante.

– Cero timidez para ir, hablar y exponerse...

– En esos casos sí, pero tengo mis timideces, para algunas reuniones sociales por ejemplo. Pero, es cierto: cero timidez, porque en mi casa, también en las fiestas, desde chiquita siempre decía algún poema, alguna coplita. Y seguí con esa historia, cuando iba a la secundaria y se armó un canal de circuito cerrado en el pueblo, fui a la prueba de locución, no se le llamaba casting, y quedé junto con otro compañero. Y luego se montó una radio, una AM, LU37, y entonces ahí fui con conciencia de que quería laburar, quería un programa, y lo tuvimos. O sea que empecé a hacer radio desde muy chica. Tendría 14 o 15 años, y ahí ubico mi otro comienzo.

– ¿Qué hacías en ese programa?

– En Entre todos hacíamos cosas que tenían que ver esencialmente con la cultura, en esa época estaba Lanusse. Me acuerdo que, sin tener conciencia política, me negaba a leer los llamados a participar del Ejercito o de la Policía. También armaba la parte musical y ahí comencé a poner todo lo que conocía de poesía. Algunos poetas pampeanos, por ejemplo Ricardo Nervi o Casenave. Y después lo típico de la adolescencia: Neruda, García Lorca, Guillén, Vallejo, Storni, Ibarbourou. Pero debo aclarar que lo hacía sin mucha conciencia de género por entonces.

– ¿Por qué la aclaración?

 Bueno, porque ahora me preocupo mucho por que estén mujeres, varones y todos. Se fue construyendo en mí una conciencia muy fuerte de defensa del feminismo, de las travestis, de las lesbianas que cuidan el derecho a vivir con orgullo su opción sexual, de la mujeres sin tierra, de las zapatistas, de las Tanias tantas veces multiplicadas en cada rebelión latinoamericana.

– ¿Qué etapa recordás con especial afecto de las vividas en la radio?

– Son muchas, pero ahora me acuerdo con orgullo que en los 80 empezamos a ir adonde tocaban Los Jaivas o Los Quilapayún. Y el regreso de Viglietti y Benedetti a Buenos Aires fue un acto de los uruguayos en el exilio. Ellos habían dicho que no volvían hasta que no se terminara la dictadura en el Uruguay, no sé si Viglietti o Benedetti, tenían la posibilidad de volver, pero decidieron los dos que no, se anunció en la conferencia de prensa y yo presenté ese recital. Para mí fue una emoción grande porque los adoraba. Y a partir del laburo con Eduardo en Continental, donde íbamos los sábados y domingos de 7 a 9 de la mañana, fue cuando los organismos de derechos humanos comenzaron a conectarse con nosotros. Eso era todavía la etapa de la dictadura, nosotros éramos los pibes y nos decían sin decirlo “hagan ese horario, total no los va a escuchar nadie”. ¿Y qué sucedió? La gente se ponía el despertador para escucharnos.

– ¿Cómo era el vínculo con los oyentes?

– Fue un momento de una conexión muy directa con ellos. Te cuento una anécdota. Una oyente nos dice: “¿A que no se atreven a leer la Constitución?”. Y nosotros leímos dos artículos por día, entonces la mina dice: “Si llegan al 14 Bis, llevo una torta de chocolate”. La Negra Borgeau, se llamaba esa oyente, y cuando leímos el 14 Bis y ella se vino con su tortita de chocolate, todos felices. Ahí se nos acercó muchísima gente que pertenecía a grupos políticos, que iban con sus consignas, con sus periódicos clandestinos. Luego, en la etapa constitucional, fue como una explosión, había un cauce popular bastante interesante, por lo menos hasta que se tiraron un par de bombas en las antenas de Radio Belgrano.

– ¿De qué modo preparás hoy un programa de La rosa brindada?

– Me levanto tempranito, busco discos, intervenciones sonoras, me gusta trabajar con la computadora, con ediciones. Tiene una apertura, que trato que sea algo distinto siempre. Me interesa que sea alegre. Y yo disfruto cada programa con el alma. Por ahí estoy un poco nerviosa antes de entrar, y digo “ay no llego, no llego”, salgo corriendo, busco un autor, un poeta y entonces, me meto en Internet, en la biblioteca, y trato de leer poesía de ese autor, de esa autora y tirarle algunos datos a la gente. Todos los días hay una columna diferente, va Luciana Peker, que tomó la cuestión de sociedad y en especial algún tema de las mujeres. Una vez por semana alguien habla de teatro, como Alejandra Aristegui, y Claudia Korol hace algo que es mucho más que una columna, tomando algún tema nacional o latinoamericano. Hay una sección que se llama “Las suculentas”, ahí rescatamos la historia de vida de una mujer cualquiera, o a veces alguien reconocida. Y después hay otras secciones como “Echale salsita”, que es contar una receta, pero con las emociones. En esa han ido desde cómo se prepara un guiso en un piquete hasta como hace el gazpacho una amiga mía en España. Yo trato de que el primer tema sea bailable, bailable bien arriba, y jodo con que “bailemos aunque estemos en la cubierta del Titanic”. Esa complicidad a mí me pone bien, bailo y saco a bailar a mi compañero que nunca me acepta, siempre queda en deuda.

– ¿Y vos, qué deudas tenés pendientes?

 Mirá, a mí me parece que el optimismo es necesario y lo pongo con todo en mi trabajo de comunicación, pero también tengo mis escepticismos respecto de cómo vamos, cómo armamos esta sociedad. Y la deuda más grande es la juntada de energía que nos debemos, en serio, para cambiar las cosas. En lo personal trato de poner mi granito de arena para poder agitar un poco la modorra de la gente y provocar situaciones, pensamientos, emociones.

# Nota publicada por la revista Acción número 975, primera quincena de Abril de 2007