Íñigo López Sánchez, quien adoptaría el nombre de Ignacio, nació en 1491 en el castillo de Loyola junto a la aldea vasca llamada Azpeitia. Es el fundador de una de las congregaciones religiosas más activas y complejas, la Compañía de Jesús, más conocidos como los “Jesuitas”, que desde 1540 han servido a Jesús y a la Iglesia Católica y han dejado una huella profunda en 127 países, donde por supuesto se encuentra Colombia.

Llegaron nuestro país en 1567 (a Cartagena de Indias) y desde ese año se han consagrado con mística y perseverancia a predicar las enseñanzas de Jesús y a desarrollar su apostolado desde obras sociales concretas, donde sobresale su labor educativa. Establecieron su primera institución educativa en la ciudad de Cartagena, continuaron por Bogotá, creando una de las instituciones de educación más representativas: el Colegio Mayor de San Bartolomé en 1605 y en 1623, la Universidad Javeriana, instituciones que hoy en día son reconocidas y respetadas en la comunidad académica y en la sociedad Colombiana en general.

Como parte de esta larga historia, de vocación social y comunitaria, es de destacar la decisión que tomo la Compañía de Jesús hace veinte años -en 1987-, de venderle al Banco de la Republica una de las joyas Coloniales más reconocidas y con ese dinero fundar el Programa por la Paz. Esta joya era la Custodia de la Iglesia de San Ignacio, popularmente conocida como la Lechuga, por el verde intenso que le otorgan las esmeraldas de Muzo.

El museo de arte religioso adscrito a la Biblioteca Luis Ángel Arango, nos refiere así la historia de las custodias y su contexto en las practicas religiosas desarrolladas durante el periodo Colonial:

“Desde mediados del siglo XVI se expidieron cédulas reales para que la exposición del Santísimo Sacramento se hiciese con dignidad y los templos fuesen dotados con los elementos requeridos para el esplendor del culto divino. En las provincias del Nuevo Reino de Granada las fábricas religiosas se levantaron con austera sencillez, sin la monumentalidad que alcanzaron las iglesias y conventos en Nueva España, en Nueva Castilla y en el Ecuador. En cambio, se observó aquí una manifiesta suntuosidad en la riqueza de su decoración interior, profusa en el oro de los retablos y tabernáculos destinados a la exposición de la sagrada forma en ricas custodias y relicarios. En éstos, hábiles orfebres lograron obras que hoy todavía nos sorprenden por la belleza de su forma, las avanzadas técnicas metalúrgicas empleadas en su confección y la fastuosa pedrería de esmeraldas, diamantes, amatistas, rubíes, topacios, perlas y otras gemas preciosas que se muestran en sus engastes. José de Galaz, Nicolás de Burgos y Aguilera, José de la Iglesia, Antonio Rodríguez, N. Alvarez son algunos de los nombres que recoge la historia entre quienes con singular destreza confeccionaron hermosas y ricas joyas religiosas para Santafé, Tunja y Popayán, las cuales constituyen significativas piezas del patrimonio histórico y artístico de la nación colombiana”.

La custodia de la Iglesia de San Ignacio fue hecha por el orfebre de origen español José de Galaz, quien en su confección gastó cerca de 7 años ( 1700 a 1707). Pesa 4.902,60 gramos; tiene 1.485 esmeraldas, 1 zafiro, 13 rubíes, 28 diamantes, 62 perlas barrocas y 168 amatistas. Ésta fue la joya que la Compañía de Jesús, luego de una concienzuda deliberación entre todos sus integrantes, y en la que jugaron un papel promotor los padres Jesuitas Horacio Arango y Francisco De Roux, decidieron vender al Banco de la Republica para su museo de arte religioso y que desde el año de 1987 es exhibida en este sitio en el histórico barrio de la Candelaria en el Centro de Bogotá.

Con los importantes recursos obtenidos por la venta de “La lechuga”, la Compañía de Jesús conformo el Programa por la Paz, obra que fue pensada como una institución que debía consagrarse a apoyar iniciativas en búsqueda de la paz. Y en estos veinte años de existencia de manera discreta, lo ha hecho.

Son cientos las iniciativas que han contado con el apoyo del Programa por la Paz. Su primera acción fue promover en todas las obras sociales de la Compañía (que van desde los Colegios, la Universidad Javeriana y muchas más) la “semana por la paz”, que desde entonces se desarrolla en buena parte del país la segunda semana de octubre, y es liderada desde entonces por REDEPAZ y la Conferencia Episcopal Colombiana. No hay pueblo pequeño o urbe en Colombia que no viva la “fiesta por la paz”, en un rito que es la muestra fehaciente de que la sociedad Colombiana ha buscado la superación de la guerra y la construcción de una sociedad en paz, desde hace mucho tiempo.

Son muchas los procesos en los que el Programa por la paz, ha dejado su huella, pero para ejemplificar solo dos más; cuando muchachos de bandas han querido dejar la acción violenta han encontrado un apoyo o cuando un sector del Ejercito de Liberación Nacional, la Corriente de Renovación Socialista en el año de 1991 optaron por encontrar un camino de negociación política, los jesuitas del Programa por la Paz, estuvieron dispuestos a prestar sus servicios de buenos componedores.

La historia de la Compañía de Jesús, es larga y en ella se ha dado un testimonio de amor y compromiso por Colombia. No han estado exentos de sufrir los rigores de la violencia. En 1989, mientras descansaba en su hamaca en la casa parroquial de Tierralta, en Córdoba, fue asesinado el sacerdote Jesuita Sergio Restrepo. Y hace diez años en un crimen aleve en su apartamento en Chapinero fueron asesinados Mario Calderón, quien había sido Jesuita, junto a su esposa Elsa Alvarado y a su padre; estos crímenes fueron cometidos por los paramilitares.

El programa por la Paz, nacido de una fuerte convicción de que Colombia requiere la paz, con el apoyo de una “Lechuga” y muchas amigas y amigos en Colombia y en el mundo, es una más de las cientos y miles de iniciativas que desde lo pequeño o más grande busca un orden de dignidad y respeto por la condición humana para toda Colombia.

* Este documento, previamente publicado en Semana.com, se publica aquí con autorización del autor.

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