Justo lo que quieren los terroristas, responsables de una consigna cada vez más fiel a la política informativa de algunas cadenas: "Vosotros amáis la vida; nosotros amamos la muerte. Por eso venceremos".

"La respuesta es mayoritariamente afirmativa. Hay temor en el ambiente", dice Sussana Griso. Un 92% teme un nuevo atentado, un 8% no. Tras escupir la estadística pasa, como si nada, a otro atemorizante tema: la desaparición del pequeño Yeremi. Otra semilla del miedo, por si la del terrorismo no ha germinado en la aletargada conciencia de los telespectadores.

Muchos son los programas atemorizantes, pero el de Ana Rosa, reina del cinismo y la miseria matinal, es especialmente pavoroso. La pasada semana recogió hábilmente el temeroso testigo que le tendió la competencia e invitó a llorar en directo, en su infecto programa, a la hermana de una mujer asesinada.

Y por si no caían suficientes lágrimas, le comunicó en vivo, mediante una efectista y nauseabunda conexión en directo, que la asesina había confesado. ¡Qué gran periodista! ¡Qué enorme atemorizadora!

Ayer, horas después de entrevistar a la hermana de una muerta, se escandalizó ante la noticia de una página web en la que se venden objetos que pertenecieron a asesinos.

"Es repugnante", dice Ana Rosa forzando el botox. "Se está comerciando con la muerte, es un puro negocio", continúa espantada, para sentenciar: "Se pueden perder la moral, la ética... cosas que hay que recuperar".

No se dejen atemorizar por esas miserables televisiones que, incapaces de conseguir la atención del televidente con el bien, utilizan el mal como reclamo.

Son la versión televisiva de los "hombres del terror", esos extremistas psicópatas de los que habla Hans Magnus Enzensberger en ’El perdedor radical’, un pequeño, desasosegador e imprescindible ensayo editado por Anagrama: individuos sin escrúpulos capaces de cualquier cosa por alcanzar sus fines. Unos, que reine el miedo. Otros, alcanzar la máxima audiencia.

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