Una de las victorias más importantes de los trabajadores, fue el derecho a los tres 8: trabajo, descanso, recreación. De laborar cada día jornadas de 12, 16 y hasta 18 horas, sin derecho a la recreación y a muy poco descanso, se pasó a jornadas de 8 horas, con igual tiempo para las otras necesidades y derechos. Fue un triunfo difícil. Para lograrlo se necesitaron décadas de lucha y un hondo proceso de aprendizaje en temas de organización.

Vencer al patrón, que incorporaba novedosas máquinas a la producción, y que contaba con el apoyo del Estado y todo su andamiaje ideológico y militar, no era fácil. Pero la naciente clase obrera no se amilanó. Eran trabajadores jóvenes, convencidos de la necesidad de cambiar la sociedad en que vivían. Su conciencia y su claridad crecían. De enfrentar a las máquinas, a quienes culpaban del creciente desempleo, avanzaron hasta comprender que su enemigo era el patrón. Nacieron los sindicatos, luego aglutinados en federaciones y organizaciones nacionales e internacionales. Así, de estar antes desunidos, ya confederados pudieron enfrentar a su enemigo de clase como un sujeto único, con un solo objetivo.

Los patrones cedieron. Los Estados reconocieron las nuevas condiciones de la sociedad: los obreros eran una realidad organizada y con poder de negociación. Nacieron los partidos obreros. Años después, llegó una forma de socialismo (Unión Soviética), y el enfrentamiento entre capital y trabajo ganó una nueva calidad en el mundo. Si a esto se suma el copamiento de los inmensos mercados nacionales por las respectivas burguesías, para lo cual fue necesario instituir los ingresos estables (salario mínimo), se comprenderá el crecimiento por doquier de la causa obrera.

Los retos del presente

Esta situación duró hasta la década de los 70 del siglo XX, cuando la crisis del capital mostró su intestina realidad: mercados copados; capacidad de consumo humano, que se creía ilimitada, llegando a su fin; crisis ambiental que reflejaba la fragilidad del planeta y los desafueros humanos. Estos signos crean una nueva situación para las multinacionales, las que empiezan una intensa lucha por ampliar sus mercados, tomando al planeta, a la multitud de países del mundo, como si fuera un solo territorio. Esta era una parte de su lucha para no ver reducidas sus ganancias, pero no se limitó a ese punto; quebraron costos por todos los conductos, y la parte más débil resultaron ser los trabajadores. Aquellos que alguna vez habían “conquistado el cielo” flaquearon ahora en su unidad, en su capacidad de innovar formas organizativas, de comunicarse con toda la sociedad. Así, la estabilidad laboral pasó al cuarto de la historia.

Surge la flexibilidad laboral. En ese reajuste ante la crisis del capital, los primeros afectados son los trabajadores, sobre todo quienes viven en países dependientes o periféricos. Caen sus salarios, pero también son reformadas las legislaciones laborales. Los sindicatos y las huelgas se convierten en rarezas del modelo de Estado de bienestar. El trabajador contratado por término indefinido se transforma en “espécimen en extinción”. Se impone el trabajador vinculado por contrato a término fijo, en la mayoría de los casos 6 ó máximo 10 meses por año. Son obreros que todo el día padecen la zozobra del despido y el desempleo, lo que los lleva a ser dúctiles, a no protestar, a no organizarse. Vuelven las jornadas de trabajo sin límite, bien por las exigencias de los patrones, bien por la necesidad de mayores ingresos para poder satisfacer las ofertas del mercado. Se pierde un 8.

Cae la masa de sindicalizados. Las empresas persiguen y despiden a los trabajadores más combativos. El nuevo obrero se vincula en muchas ocasiones mediante el pago por cuenta propia de su seguridad social. Se reducen las horas de trabajo extras; las nocturnas pierden su valor. El derecho a la jubilación queda reducido para una pequeña capa de la población. Las empresas privadas se apoderan de los ahorros de los trabajadores. La solidaridad obrera se rompe. El desempleo crece. Los patrones le hacen creer a la masa de la sociedad que los trabajadores son personas privilegiadas. Crece la brecha entre trabajador formal e informal, y entre trabajador formal y desempleado. El socialismo, el llamado socialismo “real”, llega a su fin. Los partidos del proletariado entran en profunda crisis. No sólo no hay huelgas sino que, además, las de solidaridad, políticas por excelencia, se extinguen.

Las empresas continúan buscando formas de quebrar costos. Las multinacionales se trasladan de sus casas matrices a cualquier rincón del planeta donde se reduzcan los costos fijos. Se abren y se multiplican las maquilas. Las legislaciones laborales son totalmente reformadas. El Código Civil es el nuevo marco para dirimir los conflictos. De los contratos a término fijo se pasa a los contratos de servicios, con los cuales los trabajadores pierden cada año dos, tres y hasta cuatro meses de trabajo ya realizado. “No importa”, dice el trabajador, “ese es el precio por tener alguna entrada en los otros meses”.

La pelea en el mercado mundial es a fondo. Las multinacionales más fuertes se apoderan de las que trastrabillan en una lucha frontal por los mercados. Pero además desdibujan los Estados nacionales. Los menos fuertes pierden su soberanía económica y jurídica ante el avance del inmenso poder de conglomerados que tienen presupuestos e ingresos más grandes que muchos de aquellos. Protegidos por las fuerzas militares de sus países de origen, doblegan resistencias e imponen lógicas de todo tipo.

Así va el mundo del trabajo: de lo local a lo global; de la resistencia a la pasividad; de la estabilidad a la flexibilidad; de la unión a la división; de la novedad en las formas organizativas a la rutina en las que se conservan; de la comprensión del momento que se vivía, a la incomprensión de los nuevos tiempos y los retos que depara.

Pero toda aspiración tiene su tiempo. Vienen nuevas generaciones y con ellas una imaginación por despertar. El trabajador de ayer será retomado por el de hoy y el de mañana, cuyas manos y cerebros moldearán la nueva sociedad.


Estatuto del trabajo

Entre lo ideal y lo real

El pasado 26 de enero, Gloria Inés Ramírez Ríosm –senadora por el Polo Democrático Alternativo–, radicó en el Senado el Proyecto de Ley 196, Estatuto del Trabajo, con el cual se pretende desarrollar “los principios constitucionales relativos al mundo del trabajo y se cumple lo dispuesto en el artículo 53 de la Carta Superior, tras quince (15) años de inobservancia del mandato superior que ordena expresamente expedir un Estatuto del trabajo”.

“Este Estatuto pretende poner freno al embate neoliberal en el Derecho del trabajo, que se traduce en la creciente difusión de herramientas para la intermediación, la deslaboralización y en general la precarización de las condiciones del empleo en Colombia. En efecto, las políticas trazadas por los gobiernos de los últimos quince (15) años han terminado desdibujando los principios constitucionales relativos al trabajo”.

Para la confección del Proyecto no se parte de cero, con claridad lo manifiesta la senadora. En su elaboración se “recoge parcialmente, se actualiza y se complementa la iniciativa popular radicada en 1993 por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), desatendida en ese entonces por el legislativo colombiano”.

Aquí está, por tanto, el centro de la problemática a la cual se tendrá que enfrentar el trámite de este Proyecto si no quiere quedar rápidamente archivado o derrotado por la aplanadora uribista: su amplia difusión, la motivación de los trabajadores para que lo den a conocer en todos los rincones del país y su movilización como mecanismo de presión para que efectivamente sea aprobado.

Y al pensar este conjunto de acciones fundamentales para el buen curso del Proyecto (que resume la relación ideal entre congresistas/movimiento social/opinión pública), se encuentra uno de los aspectos débiles del Proyecto: no incorpora a los desempleados, factor determinante del mundo del trabajo en nuestro país.

Como destaca de su lectura, el Proyecto de Estatuto retoma todos los derechos incluidos en la Constitución, además de otros que aún no se han firmado por el Estado colombiano ante la OIT. Sobresale entre los primeros, como es obvio, el derecho “al trabajo en condiciones dignas y justas [precisando además que] el trabajo es igualmente una obligación social” (artículo 8). Pero por parte alguna se precisan las obligaciones que tienen el Estado y la sociedad en pleno cuando ese derecho es violado.

El desempleado, dejado a su suerte, es una de las evidencias más claras de la irracionalidad capitalista. Sin ingresos, sin seguridad social, sin tranquilidad mental, presionado por todo tipo de cargas tributarias y sociales, padece en solitario los efectos de un modelo social que desecha a quien ya no le sirve o simplemente no requiere, de manera coyuntural o permanente.

El Estatuto debiera precisar, sin recato, las obligaciones estatales para con la inmensidad de connacionales que sobrellevan esa angustia. Pero también las de la sociedad en pleno, es decir, rescatar como valor supremo de los sindicatos la solidaridad, claro, más allá de sus asociados. No es admisible que quien pierde su trabajo, por cualquier razón, también pierda su vinculación a la organización sindical.

Cada sindicato o la suma de estos, es decir, las federaciones, confederaciones, sindicatos de industria, debe contar con programas de recreación, capacitación, descanso, acompañamiento psicológico, deporte, formación académica y política, y a ellos se debiera poder asistir por derecho propio (trabajador de esas empresas), por derecho adquirido y en cese (despedido de alguna de esas empresas) o derecho solidario (trabajador del sector, aunque no se labore en ninguna de las empresas afiliadas a la organización gremial).

De esta manera, el sindicato deja de ser una organización de trabajadores en pleno y se abre a la sociedad, reto indispensable por encarar si de verdad se aspira a superar la crisis que le afecta en la actualidad.

Reto social

Propósito más necesario de asumir, toda vez que el Proyecto de Estatuto de Trabajo propone que “el contrato de trabajo se presume celebrado por término indefinido” (artículo 41). Para casi de inmediato enfatizar en que solamente de manera excepcional “podrán celebrarse contratos de trabajo a término fijo” (artículo 46).

Es decir, el Proyecto de Estatuto se sitúa en debate con manifestaciones centrales del neoliberalismo, como son los ya multiplicados contratos a término fijo, con los cuales hasta el Estado mismo roba de manera abierta trabajo realizado durante meses por sus empleados, afanados por ser reenganchados en la nómina, trabajo no cancelado, pues “no había orden de servicios”.

Pero también se propone la reducción de la jornada de trabajo a 40 horas semanales (Art. 132), situándose en la perspectiva histórica ya consolidada por la ciencia y tecnología, de liberar al ser humano de la carga laboral (garantizándole igual salario) y permtirle más y mejores condiciones para su formación profesional, la participación social, la creación y el descanso. Propósito que se enfrenta de igual manera, como se sabe, a la dinámica del capital, que con todo tipo de argucias, congela o reduce salarios y amplia la jornada de trabajo.

Este Primero de Mayo, al conmemorar las luchas de los trabajadores en todo el mundo, debe servir además para que todos aquellos que están organizados gremialmente asuman como propósito de su actividad durante los próximos meses la discusión, difusión, defensa y lucha por la aprobación del Estatuto del Trabajo. Una acción que debe superar al Congreso de la República en su formalidad y llegar a cada rincón del país para que la fuerza de los trabajadores se imponga a la maquinaría uribista.