Metlatónoc, Guerrero. Atónitos, los padres de Fidel Cortés escuchan decir al médico Jacinto Cisneros que no puede hacer mucho por su hijo y que es necesario que lo trasladen al hospital más cercano.

Los indígenas nu’saavi sólo intercambian miradas en las que se adivina ira y frustración. A través de un intérprete, el único médico de este municipio con 120 comunidades sigue ofreciendo sus recomendaciones; sin embargo, ya no lo escuchan. Para la familia, haber llegado a la cabecera municipal trastumbando cerros fue toda una odisea. Pero pensar en Tlapa de Comonfort, “la ciudad más cercana”, es un sueño inalcanzable.

Saben que existe Tlapa con un hospital, como creen que existe un cielo y un infierno, allá con los “catrines”, donde según hay caminos lisos para que corran los coches y luz eléctrica en las calles. Otro mundo.

Mientras, Fidel, de dos años, llora y se aferra a las ropas rasgadas de su padre. Su pequeño y famélico organismo se agita entre los brazos de sus progenitores, quienes han trocado la indignación por la desesperanza y la profunda tristeza. El niño, a decir del médico, padece desnutrición grave que ya no puede remediarse en esta cabecera. Su moreno cuerpo apenas pesa 7.5 kilogramos, los mismos que debe alcanzar un bebé de seis meses y muy lejos de los 12 que un niño sano de su edad debe pesar.

Acostumbrado a hacer reverencia a los mestizos, Daniel sale del “consultorio” tímidamente con la gorra entre las manos y la cabeza inclinada. Es seguido por su mujer, quien ya se ha montado a Fidel a sus espaldas, amarrado y tranquilo. Le prometieron al médico que irían al Hospital del Niño y la Mujer, pero lo hicieron sin convicción; más con el ánimo de decirle al doctor lo que quiere escuchar para que los deje en paz. Se llevan algunos sobres para preparar papilla y suero oral.

–Eso lo comerá toda la familia, no sólo el menor… pero no los culpo, todos están desnutridos –dice Jacinto Cisneros antes de iniciar su segunda consulta. Al final del día habrá auscultado a 45 pacientes en dos remolques que, colocados a la entrada del poblado, fungen como “consultorio”.

Porque desde que los visitó el entonces presidente Vicente Fox en julio de 2005, tienen como “clínica” dos carros blancos o “módulos” que ostentan el logotipo de la organización “Vamos México” y la leyenda: “El gobierno del cambio cumple”. Aquella vez les prometieron a los nu’saavi y me’phaa que habitan este municipio que los remolques sólo serían “provisionales” mientras se construía una clínica. Casi dos años han pasado y ya saben que no se construirá nada.

“Antes estábamos mejor, porque por lo menos teníamos el centro de salud donde los niños podían sentarse en la sala de espera. Ahora nuestra sala de espera es la calle”, dice la joven madre Alba Viterbo.

Vicente Fox y Marta Sahagún prometieron sustituir la casa de salud con una clínica, construir una carretera e incorporar a todas las familias a los programas asistenciales Oportunidades y Procampo. La “pareja presidencial” y su séquito de funcionarios, así como los grandes medios de comunicación, se retiraron de esta cabecera a una hora de haber llegado. Los helicópteros se esfumaron y los 400 elementos del Ejército mexicano iniciaron el descenso de la Montaña. El presidente de la República había dejado una limosna a la familia con la que se tomó la foto.

Ni una sola promesa se cumplió. Sólo se pavimentaron irregularmente 35 kilómetros de los 75 que separan a esta cabecera municipal de la pequeña ciudad de Tlapa. El resto se debe transitar, como siempre, en camino terregoso. Los programas asistenciales sólo llegaron intermitentemente a algunas familias de la cabecera, mientras que a la gran mayoría que habita en las comunidades ni siquiera se le censó.

Las mujeres parturientas, los accidentados y quienes padecen enfermedades curables siguen muriendo en las agrestes brechas en busca de atención médica. La mayoría de los niños no recibe educación oficial porque no hay maestros ni escuelas suficientes.

Tan sólo en los últimos seis meses, Jacinto Cisneros registró tres muertes de mujeres parturientas y cinco de bebés que no alcanzaron a llegar a Tlapa. “El mes pasado bajaron de una comunidad a un niño que venía con sufrimiento fetal. Decidimos trasladarlo inmediatamente, pero cuando llevábamos una hora de camino ya no se le escuchaba su corazoncito. La distancia está en contra nuestra”.

La mayoría de quienes mueren por parto y enfermedades curables ni siquiera tienen acceso a la auscultación del médico de la cabecera. Los indígenas se quedan a morir en las cañadas y laderas escarpadas de la zona de la Montaña.

El médico general egresado de la Universidad Autónoma de Guerrero, y originario del también municipio montañés de Copanatoyac, demanda la creación de un hospital. “Por las características de la zona, se necesita una atención ya de segundo nivel aquí en la cabecera y de primer nivel en todas las comunidades”.

Y es que los padres de Fidel tendrían no sólo que pagar el traslado a Tlapa (70 pesos por persona en camionetas de redilas), sino también buscar a una persona que hable español y nu’saavi, conseguir dinero para la alimentación de todos los que viajen y comprar las medicinas. El doctor calcula que el costo del medicamento que requiere Fidel oscila entre los 400 y 600 pesos.

Santa Catarina

Las chozas de la comunidad están rodeadas de bosques de encino. Los murmullos que provienen de la escuela se vuelven franca algarabía cuando los niños advierten la llegada de forasteros.

Cincuenta y ocho niños hacinados en un salón saludan, Taniku’m, y se agolpan a la entrada del aula. Andrajosos y de rostros ásperos y jiotosos a causa de las deficiencias en la alimentación, no ocultan su embeleso con una cámara fotográfica o una grabadora de pilas.

La única profesora del lugar, Celia Cortés González, muestra las goteras y grietas del salón. También es originaria de la Montaña y estudió la secundaria en Tlapa. Fue nombrada maestra de esta escuela hace ocho años

“Cuando llegué, éramos tres y poco a poco los otros maestros se fueron y me dejaron sola. Atiendo en este salón a todos los grados, de primero a quinto. Ahorita no hay nadie que curse sexto. Además no los puedo tener aparte porque los otros dos salones están peor.”

Dice que es muy “difícil” tratar de educar a los niños en la Montaña. “Aquí llegan con hambre y sed. Cada ratito quieren salir y ver qué pueden comer. Además aquí hace mucho frío y no tienen ropa, calzado. Llegan temblando en la mañana. Ya hemos solicitado cuadernos, hojas, lápices”.

¿Les llegan los desayunos escolares?

–Casi no los mandan. Solamente cuando sobran allá en la cabecera aquí nos traen poquitos. La semana pasada nos trajeron 20 y no nos traían desde septiembre.

La maestra, a quien frecuentemente no le llega el pago quincenal, solicita también “aunque sea una grabadora chiquita para hacer unas actividades con los niños”.

Los niños salen de la escuela y se enfilan a sus casas. Corren, juegan a lanzar piedras y “platican” con sus perros que les salen al encuentro. Sostienen su morral escolar con la frente y lo dejan caer a sus espaldas, tal y como lo hacen con el mecapal cuando cargan leña, zacate o maíz.

Al final, Celia Cortés sale del aula serenamente. Luce como sus alumnos: con los cabellos desordenados, polvorienta y vestida con andrajos. Erguida y con la frente en alto, se pierde detrás de la puerta de una choza desvencijada que se conoce como la “casa de maestro”.

Días después, el 9 de marzo pasado y en una de sus “conferencias magistrales” que iniciaron al dejar la Presidencia, Vicente Fox y Marta Sahagún dirían en Vancouver, Canadá, que “trabajando juntos” pudieron “alcanzar grandes cosas para México”, como sistema de salud para todos y educación gratuita, “en un país en el que todas las escuelas” están conectadas a Internet.

Llano de la rana

Decenas de postes bordean las calles de la comunidad. Los cables que soportan se tienden como el telar de cintura con que las mujeres de este pueblo fabrican sus ropas. Ahí se posa el sa’o kuab’o, un diminuto pájaro rojo que, como pequeña bola de fuego, cruza los pliegues de la Montaña.

Los faroles lucen impecables, nuevos. Y lo están. Nunca se han usado. La comunidad, ubicada en una de las zonas más altas de la Montaña, jamás ha tenido electricidad; pero desde hace dos años cuenta con postes de luz.

Los pobladores, entusiastas, participaron en la colocación del tendido de cables y la colocación de los postes y faroles. Un desengaño más. Lejos de la cabecera municipal, el conjunto de mástiles no cuenta con un generador o alimentador eléctrico.

“En la noche nomás nos alumbra la luna, como siempre”, dice Maurilio Aguilar, quien, junto con su hermano Paulino, son los dos únicos habitantes de este poblado que entienden el español.

Su escuela está en ruinas y acaban de recibir a una profesora. Llegó hace 15 días y Juana Prado Moreno, horrorizada, confiesa que no quiere quedarse en la comunidad.

“De los más de 70 niños que hay en la comunidad sólo 34 tienen acta de nacimiento y boletas. No sé ni cómo voy a trabajar. Ni el pago me llega.”

¿Hay biblioteca?

–¡No! ¡Pero si no hay ni cuadernos, ni lápices! –contesta la estudiante de bachillerato.

Para los nu’saavi que lo habitan, el topónimo de esta comunidad es Yososava, con igual significado que el español Llano de la rana. Atropelladamente hablan para que Paulino y Maurilio traduzcan: “no hay clínica tampoco. Nomás a veces vienen enfermeros, pero nunca les alcanzan las medicinas”.

Dicen que lo único que comen es tortilla con sal y quelites. Pero “nuestra mayor urgencia es el agua”. Cada que comienza la temporada de estiaje, los pozos de la comunidad se secan y deben ir a bañarse y dar de beber a sus animales a un río lodoso que se encuentra a tres kilómetros de la comunidad. Pero el agua que necesitan para beber deben conseguirla cuatro kilómetros más allá, donde nace el río.

Luego de mostrar los pozos desecados, los viejos sin dientes hablan nuevamente para que Paulino, con voz quebradiza, interprete.

“Aquí hicieron llegar la red, postes de luz; pero no ha funcionado. De donde ustedes vienen sí ha de haber electricidad, agua, escuela, doctores, todo. ¿Qué nosotros no somos mexicanos? ¿Nos hacen esto porque no podemos defendernos, porque ni siquiera antes conocíamos un poste de luz?”

La fiesta

El inicio de la cuaresma es una de las principales fiestas de Metlatónoc. El nombre oficial de esta cabecera, el que le puso el conquistador náhuatl, no es aceptado por los nu’saavi. Para ellos sigue siendo, como hace siglos, Itiatanu’u, río quebrado.

En noviembre de 2002 Contralínea visitó el municipio (ver Contralínea 23). Entonces los policías ni siquiera consideraban necesario portar armas. Ahora, los gendarmes que custodian al presidente municipal Rutilio Viterbo Aguilar, ostentan AK 47 con doble cargador y estratégicamente se apostan, con las armas en ristre, en los lugares a los que se traslada el funcionario oriundo de este poblado. Bajo las siglas del Partido de la Revolución Democrática contendió y ganó las elecciones pasadas. Está a cargo del ayuntamiento desde el 1 de diciembre de 2005.

Antes de abordar su camioneta color verde oscuro, modelo Lobo 2006, marca Ford, duda en identificarse como presidente municipal. Señala que el presupuesto anual para el municipio asciende a 27 millones de pesos. Agradece a los gobiernos federal y estatal los recursos entregados, pero reconoce que no son suficientes.

Y es que si se repartieran entre cada una de las comunidades, que no cuentan con energía eléctrica, agua potable, drenaje, escuelas, centros de salud ni caminos, apenas recibirían 225 mil pesos cada una.

Pero los de Metlatónoc no sólo fueron visitados por Vicente Fox. A la cabecera también llegó el gobernador Zeferino Torreblanca a finales del año pasado. Con esa visita, los indígenas ganaron un par de láminas de asbesto que se colocaron afuera del consultorio para que las mujeres y sus hijos se cubrieran del sol.

“Nosotros venimos siempre a ver al que viene; pero seguimos igual. Hasta Obrador una vez vino”, recuerda Francisco Martínez. En efecto, los indígenas nu’saavi también sirvieron de escenografía durante el inicio de la campaña por la Presidencia de Andrés Manuel López Obrador, cuando habló de “respetar los indicadores macroeconómicos” sin traductores en un lugar donde más del 95 por ciento de las personas no entienden el español.

Viterbo Aguilar preside las peleas de gallos que se realizan frente al palacio municipal. En los desafíos, los campesinos que bajaron a la cabecera apuestan de 20 a 200 pesos. Sobre la explanada donde los animales derramaron sangre, al caer la noche danzan santiagueros, romanos, moros y diablos.

Con fervor, los indígenas desarrapados danzan a un dios que no puede ser el del cardenal Rivera Carrera o los obispos Onésimo Cepeda y Sandoval Iñiguez. Como ellos, el de los nu’saavi es un dios de abajo y le llaman el Señor de los Trabajos o San Marquitos. En las danzas pelean sultanes, Pilatos, romanos, musulmanes, cristianos y un “mahoma”. Piden la llegada de las lluvias y que no haya enfermedades.

En la madrugada, completamente ebrios, se despiden, da’akitayu. Se les ve caminar, tambaleándose, cuesta arriba rumbo a sus comunidades. Sus mujeres los siguen, silenciosas y aún menos abrigadas que ellos, varios metros atrás. La temperatura supera apenas los cero grados centígrados.

Publicado: Abril 1a quincena de 2007

Los números de Metlatónoc

De acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano para los Pueblos Indígenas, publicado en 2006 y elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Comisión Nacional para el Desarrollo de os Pueblos Indios, Metlatlatónoc era el municipio más pobre del país.

Sin embargo, el estudio no contemplaba aún la división del municipio de la Montaña. La comunidad de Cochoapa El Grande se convirtió en cabecera municipal de 115 comunidades.

Según se desprende del informe Índices de Marginación 2006 del Consejo Nacional de Población, dependiente de la secretaría de Gobernación, el nuevo municipio quedó conformado con las comunidades más pobres y Metlatónoc pasó al sexto lugar de marginación.

Está habitado por 17 mil 398 un’saavi o mixtecos y me’phaa o tlapanecos. Más del 60 por ciento de la población mayor de 15 años es analfabeta y el 76 por ciento del mismo grupo poblacional no concluyó la primaria.

Según los datos del Conapo, el 76 por ciento de las viviendas no tienen servicio sanitario y el 86.21 tienen piso de tierra.