“Desterrado de allí el argumento de autoridad, quedaba esta impresión en todos: que el problema, su solución y la decisión al respecto eran responsabilidad de cada uno. Y esa impresión liberaba la personalidad. Creaba al hombre responsable”.

Eso escribió el padre de Felipe Calderón, Luis Calderón Vega, en su libro Cuba 88 (Morelia, 1963, p. 38) refiriéndose al ambiente que, según el, prevalecía en uno de los congresos de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, UNEC, de la que fue uno de los fundadores a principios de los años 30.

Más allá de esas circunstancias históricas, es paradójico que esas palabras, escritas por un dirigente derechista, expresan exactamente el espíritu que ha hecho posible la despenalización del aborto en una ciudad de arraigados valores liberales y por encima de la autoridad de la jerarquía católica, que pretende dictar normas y creencias a hombres y mujeres.

Desde luego, las justificaciones para la necesaria medida incluyen ante todo la atención a la salud pública, a la vida y a la integridad de muchas mujeres amenazadas por la ilegalidad en que se había mantenido la práctica del aborto.

Mientras los asambleístas discutían en la Asamblea Legislativa, a unas calles de allí grupos pequeños de militantes antiabortistas y preelección lanzaban consignas, contenidos por una valla de granaderos, para tratar de influir en un debate cuyas propuestas concretas han sido: encarcelar a mujeres y médicos que recurran al aborto, o bien dejar que cada quien decida según su conciencia.

Fuera de ese reducido espacio en el centro de la ciudad y de algunas otras expresiones, en pro y en contra, fuera de la Catedral, la gente seguía inmersa en sus preocupaciones y diversiones cotidianas, sin darse por enterada de las amenazas de excomunión de la Iglesia contra los mal llamados “abortistas”, evidenciando así la falta de autoridad moral que en la capital mexicana tiene la otrora popular institución, que llegó a provocar alzamientos armados contra las leyes revolucionarias en los años 20 y 30 del siglo pasado.

La excomunión tiene poco efecto en una sociedad donde no abundan los católicos practicantes, y si muchos templos cierran sus puertas habitualmente no es, como en la época cristera, como un recurso infalible de protesta, sino porque nadie las visita, y muchos bautizados se dan cuenta de que la realidad ultraterrena no ha de ser tan probable, porque jerarcas y religiosos, no todos, se desviven no por sus tareas pastorales, sino por estar en la escena política y beneficiarse con ello.

Esa indiferencia, que en la práctica es fuerte rechazo a las convocatorias incendiarias del clero conservador, no sólo se puede constatar en las calles, sino mediante encuestas de opinión, que muestran, por ejemplo, que en 1995, 53% de la población estaba en desacuerdo con el uso del condón. En 2007 este porcentaje se redujo a 5%. En la misma fecha, 52% se oponía a la difusión de programas masivos de educación sexual. Ahora se redujo a 17%.La despenalización del aborto ganó adeptos también en el país. En 2007, el 35% está de acuerdo y 59% en desacuerdo. En el Distrito Federal, el
porcentaje de apoyo se eleva a 60% y sólo el 38% se opone.

En ese fenómeno, tiene que ver, muy probablemente, no sólo lo referente a los derechos sexuales y reproductivos, que muchas personas anhelan vivir, en contraste con las posiciones retardatarias del clero, sino a los costos políticos de los gobiernos derechistas, del Partido Acción Nacional, y al apoyo que ha recibido por parte de la jerarquía.

Pero, para ir a lo más inmediato, tan solo de un año a la fecha, jerarcas como Norberto Rivera, apoyaron de una o de otra manera, el fraude y la imposición electoral, desdeñaron las manifestaciones de millones de personas contra esos hechos, y una vez iniciado el gobierno de Calderón, minimizaron el aumento los productos básicos, incluyendo la tortilla, alimento cotidiano en México, así como la reforma a la ley de pensiones, que anula un aspecto fundamental de la seguridad social. Los autodenominados “defensores de la vida” han sido complacientes con la violación y asesinato de la anciana indígena Ernestina Ascensio, con la represión sangrienta contra organizaciones sociales en Oaxaca y en otras entidades, y por si fuera poco hasta se han visto involucrados en escandalosos casos de pederastia, y no les preocupa en lo más mínimo que el PAN esté tratando de derogar la ley de neutralidad, a fin de que México pueda participar en las guerras de su poderoso vecino del norte. Quizás todas esas actitudes han forzado al pueblo de México, católico o no, a tomar conciencia de lo que detrás de la oposición del clero y de la derecha al aborto hay sólo la pretensión de imponer su autoridad en detrimento de las mujeres y médicos a quienes quisieran ver tras las rejas por no obedecer los mandatos religiosos.

Por si fuera poco, el PAN así como empresarios y grupos conservadores quisieron resolver el debate sobre el aborto con una guerra sucia mediática, plagada de referencias insultantes que no perdonaron ni a los jueces mexicanos, al grado de que la Suprema Corte se ha quejado contra ese partido por anuncio televisados donde para la supuesta “defensa de la vida” se hacía escarnio de los jueces que estuvieran dispuestos a aceptar la despenalización.

El martes 24 de abril, se demostró cómo es la derecha y cómo es el pueblo de México, que tiene sus propios caminos para defender el Estado laico y por las libertades para todos y todas, y ante todo, cómo se puede conformar una unidad de fuerzas política en defensa de esos valores.