Ese documento injerencista, con 458 páginas y seis capítulos, puesto en vigor el 30 de junio del mismo año, fue complementado el 10 de julio del 2006, mediante otro texto de 93 páginas y siete capítulos; así como un amenazante anexo, considerado secreto " por razones de seguridad nacional y para asegurar su efectiva realización."

Para descubrir los objetivos de este plan oficial del gobierno de Estados Unidos contra otro país soberano e independiente, no es preciso escarbar mucho. Basta leer su prefacio donde se expone que el propósito perseguido con sus más de 500 medidas es destruir la Revolución cubana y establecer una sociedad colonizada a imagen y semejanza de los intereses hegemónicos de Washington.

Más específico resulta imposible, cuando impúdicamente afirman en el prólogo que todo ha sido concebido estrictamente de acuerdo con lo establecido en la Ley Helms-Burton, legislación marcadamente extraterritorial aprobada por el Congreso norteamericano en 1996, y justamente calificada por el General de Ejército Raúl Castro, como Ley de la Esclavitud.

El plan Bush, muy lejos de ser una simple formulación como algunos pueden suponer, está siendo rigurosamente ejecutado en lo concerniente a sus respectivos primeros capítulos titulados "Aceleración de la transición en Cuba" y "Acelerar el fin de la dictadura de Castro: transición, no sucesión."

A esa función está dedicado a tiempo completo Caleb Mc Carry, funcionario del Departamento de Estado, cuyo nombramiento como Coordinador de la Transición —especie de procónsul como veremos enseguida— deviene la medida inicial establecida en el capítulo uno del documento aprobado hace tres años.

Al respecto se lee: "Nombrar un Coordinador de la Transición en el Departamento de Estado. La designación de este coordinador indicará al régimen y a la comunidad internacional el interés de Estados Unidos de impulsar activamente una Cuba post Castro.

"Se encargará también - añade el plan - de llevar a cabo las estrategias y programas indicados por la comisión, los que podrían ser revisados, actualizados y modificados. El gobierno de Estados Unidos estaría así preparado para responder estratégicamente y de forma efectiva a un cambio de gobierno en Cuba."

En tres direcciones principales ha concentrado la Casa Blanca sus esfuerzos subversivos desestabilizadores.

Una de ellas es la encaminada a fortalecer la contrarrevolución interna e intensificar la propaganda anticubana, tarea encargada básicamente a su Oficina de Intereses en La Habana y a los grupos mafiosos de Miami y a los grupúsculos en Cuba.

Otra constituye el recrudecimiento del bloqueo y las medidas de asfixia económica, objetivo a cargo de los Departamentos de Estado, Comercio y Tesoro, auxiliados por la Oficina de Control de Activos Cubanos en el Exterior y otras agencias federales.

Y la tercera, convertida en la guía de Mc Carry en sus giras recientes por América Latina y Europa, consistente en diseñar una estrategia para lograr el apoyo de la comunidad internacional y de gobiernos dóciles a los esfuerzos de la Casa Blanca para evitar la continuidad de la Revolución.

Resulta oportuno recordar que entre los "éxitos" logrados hasta ahora por el procónsul itinerante, se encuentra el reforzamiento de sus vínculos con controvertidos personajes como José María Aznar, Lech Walesa y Vaclav Havel, conocidos por sus habituales servicios al clan Bush.

Para ejecutar tales misiones, por supuesto, no falta el dinero. De ello se encarga el propio plan cuando establece "un fondo de 80 millones de dólares a ser provistos en dos años", y 20 millones en años posteriores con iguales fines.

Pero no es solo lo anterior. Comentario aparte merecen las medidas en ejecución desde el 30 de junio del 2004, restringiendo severamente las relaciones entre los emigrados cubanos en EE.UU. y sus familiares en Cuba, que llegan al punto increíble de " normar " los sentimientos afectivos a partir de los grados de consaguinidad y el momento en que los emigrados pueden visitar a los familiares en la Isla.

De este modo el gobierno imperial viola la Novena Enmienda de la Constitución norteamericana y no pocos derechos humanitarios de los propios estadounidenses y de los cubanos residentes en ambos extremos del estado de la Florida.

Denunciar esta brutal injerencia en todas las tribunas posibles, resistir los daños y luchar por el futuro libremente escogido es lo que han hecho y seguirán haciendo los patriotas y revolucionarios de la ínsula. Con tales conductas los cubanos se hacen acreedores de la simpatía y admiración del mundo y la Casa Blanca se cubre cada vez más de lodo.

Agencia Cubana de Noticias