El excelente documento inicial de Osvaldo Martínez –quien presidía el comité organizador- supo contener en su trayecto claro y contundente todos los matices de lo encarado durante este lustro para lograr uno de los objetivos (“el feliz fracaso del ALBA”), destacó la aparición del ALBA como un instrumento que desde la resistencia puede ya hablar de una propuesta en términos de integración solidaria y demostrarlo; un texto donde los nuevos desafíos están planteados no sólo respecto de los nuevos mecanismos de expoliación por parte del imperio –donde la agroenergía ocupa el primer lugar- sino también en que “no siempre las victorias electorales con discurso antineoliberal han sido continuadas con acciones para salir de esa política”.

“El neoliberalismo –dice Martínez- ha perdido mucho de lo que fue su atractivo, pero no basta con criticarlo. Es necesario romper con el pensamiento y la práctica económica que persiste encerrada en el equilibrio fiscal, el libre comercio y la liberalización financiera, aún después que la mayoría ha votado contra esa política...La crisis del neoliberalismo no será irreversible, por más injusticia que provoque, hasta que nuevos valores de pensamiento vayan sosteniendo una nueva práctica económica y política basada en la solidaridad y en la cooperación, y ocupen el lugar que el virus neoliberal aún tiene”.

No sólo por las palabras de Martínez sino por lo observado durante los tres días que duró el Encuentro, fue notoria la convicción de que se había avanzado. Se avanzó, y por eso la reflexión que buscó de qué manera encarar el próximo paso tuvo el tono y la tensión que crea una etapa con nuevos signos, donde la gran mayoría de los movimientos sociales presentes en el Encuentro fueron actores decisivos en la construcción de un consenso antineoliberal y hoy varios de ellos enfrentan en sus países la responsabilidad de gobernar (frente al poder económico, mediático, militar, partidocrático y de las multinacionales que siguen estando en el mismo escenario en un medido segundo plano) mientras se está en la construcción de nuevos paradigmas en materia económica y política.

La lucha de los movimientos sociales y el pueblo de Costa Rica contra el TLC, la decisión del gobierno de Ecuador de reconocerse como país acreedor y la iniciación de Auditoría para determinar la legitimidad o no de la deuda o la denuncia de organizaciones mexicanas sobre el nuevo acuerdo del gobierno de su país y los Estados Unidos y Canadá que se “disimula” bajo el nombre Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte fueron algunos de los respaldos y preocupaciones manifestadas durante el Encuentro, realizado en La Habana, por los más de 700 delegados de 33 países pertenecientes a organizaciones sociales, políticas, indígenas, sindicalistas, campesinos, estudiantiles, religiosos, ambientalistas, defensores de derechos humanos, comunicadores, parlamentarios, artistas e intelectuales, hombres y mujeres de todas las razas y pueblos de Latinoamérica.

Más allá de recordarse durante las tres jornadas la vigencia de los Tratados de Libre Comercio que 8 países mantienen con los Estado Unidos –pequeños Alcas bilaterales-, la espera de la ratificación con otros dos –Colombia y Perú- y las avanzadas negociaciones con Panamá y la particular situación de Uruguay –que pidió ampliar el Tratado de Protección y Promoción de Inversiones con aquel país, ningún tema dominó tanto como las advertencias escuchadas en torno a la nueva estrategia del imperio respecto de la llamada agroenergía, según la denominación aplicada por los sectores campesinos presentes en el Encuentro.

Los escasos 10 años de reservas petroleras en su territorio, sus principales proveedores del Medio Oriente que hoy no le garantizan lo que hasta ayer –basta recordar el fracaso en Irak, la actual crisis con Irán- y la existencia de otra potencia petrolera como Venezuela que lo confronta abiertamente definen la flamante política imperial de darle prioridad a lo que ellos llaman “biocombustibles”, en línea con un sistema basado en el despilfarro, la sobrevivencia de los poderosos y la condena al hambre de miles de millones de seres humanos.

No obstante ello el documento final expresa “la necesidad de ampliar y profundizar en el conocimiento y debate” sobre el tema, del mismo modo que plantea enfocar “nuestros esfuerzos en la generación de consensos en torno a la integración de los pueblos, que se consolide en un programa político que aporte al diálogo con los procesos de integración sensibles a los intereses de los pueblos. Saludamos –sigue el texto- el avance en el proceso de integración en torno a la propuesta del ALBA y la iniciativa de instituir en ella un ámbito de participación de los movimientos sociales, que debe ser amplia, plural e incluyente de las más diversas expresiones sociales de la región, indispensable para solidificar cualquier proceso de integración sólido”, una clara demostración de la voluntad política predominante en el Encuentro, al procesar hacia su interior las distintas formas de intervención de las organizaciones sociales participantes, en sus países y respecto de algunos gobiernos de la región.

Sobre el final de la segunda jornada el sociólogo Emir Sader expuso una posición que hizo mover casi todas las cabezas en señal de aprobación mientras decía sintéticamente, al describir el actual momento político, que se había pasado de “la resistencia a la disputa de hegemonía”, a pesar de lo cual, si bien el modelo se agotó “sigue dominante” en varios países (citó Chile, México, Argentina) e hizo referencia a la persistencia de tres monopolios: el de las armas; el del dinero (“que es el que viene a romper el ALCA”, afirmó); el de la palabra (“que es donde menos hemos avanzado, donde no hemos construido un pensamiento crítico alternativo”, sostuvo).

El VI Encuentro Hemisférico dejó en claro que la lucha se agranda sin agrandarse y sin dejar de reconocer que avanza.

(*) Periodista. Secretario General de la UTPBA