Antes, su testimonio de vida se halla en la lucha por unir a los intelectuales, en el territorio de sus poemas y sus libros: Oficio Desesperado. El último tranvía. Nacimiento en la tierra. Pedradas con mi Patria. Desafío. Cuatro canciones y un vuelo. Poesía en general. Las cosas claras. No negociable. De tango y lo demás. Nacimiento de la tierra. En pocas palabras. Literatura de la pelota. A ras del suelo, entre otros.

También en las revistas que funda y dirige como La Cosa, Barrilete, Papeles de Buenos Aires, La Pluma y La Palabra. Y, para hacerle frente “a la búsqueda castradora, inhumana del sueldo que no alcanza”, no desechó posibilidad, ni búsqueda. Así, entre otras cosas, hizo un curso de plomería y trabajó hasta el momento de su secuestro, el 1 de junio de 1977, como subjefe de preceptores en la escuela Técnica Nacional de Educación Técnica Nº 25 Fray Luis Beltrán, en el barrio de Once.

De su vocación por defender al hombre organizado es ilustrativa su intervención en el acto de la Alianza Nacional de Intelectuales: “...estamos aquí- afirma Santoro- porque no queremos ser ignorados, porque pedimos lo que nos corresponde, porque para no ser sofocados por la alienación de esta sociedad, hemos decidido agruparnos y emprender esta enorme tarea cultural. Y estamos aquí, para encauzar los materiales que disponemos, para proyectar lo que hemos recibido de generaciones pasadas y para planificar la tarea futura, si queremos que algo de todo esto cambie.”

En una de las jornadas fundacionales de la ANI, el 10 de abril de 1964, Roberto Santoro agrega : “Estamos aquí, para desterrar ese animalismo cultural de los que creen que avanzan, haciendo retroceder a quienes se encuentran delante de ellos”. En esa oportunidad reta a sus compañeros a forjar la unidad: “No polemicemos con un afán torpe y sin sentido”, les indica. Y pregunta: “¿De qué vale golpearnos, si en lo esencial, todos perseguimos una misma cosa? Oigamos lo que nos dicen, no lo que quisiéramos escuchar”.

En ese mismo discurso, Santoro señala: “...cansados de no entendernos, enfermos de peleas y para evitar que la cultura caiga en manos de los pocos abstraccionistas, artepuristas y macaneadoristas, debemos decidirnos a encarar de ahora en más una acción conjunta, sin otro fin de alcanzar un poco de verdad y belleza a todo el mundo. Pero nuestra verdad y nuestra belleza que junto a la de otros hombres, traten en lo posible de cambiarle la vida a este mundo un poco descolado por arriba y roto a medio hacer, antes de muerto”.

Hoy la esperanza debería saber que, hace más de treinta años, un hombre llamado Roberto Santoro le habló bellamente y con firmeza: “...y hoy la traigo aquí/ pero si un día se llega a volar porque fallamos/ si se escapa esta rabia que llamamos esperanza/ si un día se va/ yo crucifico el amor/ y después de enterrar a mis hermanos/ me voy con el tranvía de la muerte/ a clausurar mi corazón en una plaza.” (de “De cuatro canciones y un vuelo”, Roberto Santoro, 1973).