Chanal, Chiapas. En la mirada de Juan Diego hay un velo eterno: son dos molestas nubes que lo acompañan a todas partes, le estorban, no lo dejan ver, lo peor es la picazón en los ojos, el dolor, las punzadas y el escozor que se le extiende por la cara.

El niño se desespera, se jala los párpados, repetidas veces rasguña la piel con sus largas uñas rellenas de tierra, hasta que revienta pequeños granos anidados alrededor de sus ojos y brota un amarillento líquido que hace más intensa la comezón.

Juan Diego extiende las manos, jala la manga del raído suéter y con la tela renegrida de mugre se retira la pus que le nubla la visión. Tiene tracoma, el legendario mal que como peste azota esta tierra, sinónimo de atraso, ausencia de agua, falta de higiene. Síntoma palpable de miseria.

El tracoma se agudiza con el hacinamiento. Juan Diego vive con sus ocho hermanos y sus papás, apilados en un galerón que les sirve de casa en la comunidad Nuevo Porvenir, a seis horas de distancia de la cabecera municipal.

El niño no recibe atención médica, su familia no está empadronada en el programa Oportunidades, y como el ex gobernador Pablo Salazar presumió que en su gobierno el tracoma quedó erradicado, la organización Médicos Sin Fronteras –que hasta hace años daba consultas ambulatorias con especialistas clínicos– ya no llega a esta zona.

Ch’lam tsots

Los informes médicos dicen que el tracoma es una enfermedad propagada por las moscas, y que una persona infectada contagia a otras a través del contacto directo con el ojo, por las secreciones de la garganta o el uso de ropa y objetos contaminados. Es un mal progresivo.

En Chanal, ante la falta de higiene y de atención médica, el futuro inminente de quienes lo padecen es la ceguera. Según la Organización Mundial de la Salud, cuando el mal empieza, los ojos se ponen rojos, apenas si duelen. Cuatro semanas después, en la parte interna de los párpados se forman puntos blancos y amarillos, luego se abultan, se ulceran, se revientan y se vuelven cicatrices. Dichas cicatrices jalan las pestañas hacia dentro del ojo, rasgan el globo ocular, lo ulceran, provocan pérdida visual hasta la ceguera total, acompañada de la infección que en ningún momento cesa.

Pese a los discursos oficiales, el ch’lam tsots (pelo doble), como llaman los indígenas al tracoma, se ha extendido en los últimos 40 años exclusivamente en esa región, atribuido por los tzeltales a un “castigo divino”. A raíz de haber contraído el tracoma, muchos se refugian en la religión en busca de remedio.

Después de Oxchuc, Chanal es el segundo municipio con mayor incidencia de tracoma en el estado y en el país. Desde hace más de 5 mil años la enfermedad se relaciona con la pobreza extrema. Actualmente sólo dos países de el continente no han logrado erradicarlo: Haití –considerado el más pobre de toda América– y México.

Según el Instituto de Salud de Chiapas, hay 126 casos de tracoma activo y 752 de tracoma no activo, aunque en realidad no hay un censo exacto: en las zonas incomunicadas del municipio, no se tiene un padrón de los enfermos porque ningún médico ni autoridad visita estos poblados, donde cada día hay nuevos infectados.

Sajanich es la comunidad más asilada de Chanal y es donde hay mayor incidencia de tracoma. La razón es la falta de agua y de luz eléctrica, tampoco hay combustible alterno al ocote, que usan los indígenas lo mismo para alumbrar las chozas que para cocinar los alimentos. El problema es que al quemarse la resina del ocote despide mucho humo y al entrar éste en contacto con los ojos, arrecia el tracoma.

Para llegar a Sajanich, desde la cabecera municipal hay que cruzar entre el monte, el bosque y la cañada, ocho horas a pie, como cruzan los lugareños.

Es el camino que cruzó el viejo Cipriano para atenderse de urgencia en el hospital de Chanal. Desde los siete años padece tracoma. Ahora tiene 77 años y está casi ciego. Siembra en el monte y se cae a cada paso. La víspera se descalabró, aún tiene abierta la piel, la sangre seca le cubre la frente. Vino a la cabecera para que le revisaran los ojos y le sanaran la herida. Llegó de la mano del otro Cipriano, su nieto de 10 años de edad, que le sirve de lazarillo.

Para su mala suerte, al mismo tiempo en que llegaron al hospital, a bordo de la ambulancia llegó también una mujer sobre la que cayó un árbol mientras cortaba leña. Cipriano esperó afuera del hospital durante casi una hora. De pie, recargado en el brazo del nieto, aprovechaba cada instante para tallarse los ojos, como si con el escarceo, con la expulsión de la supuración amarilla y espesa, encontrara alivio al dolor y ardor que inunda aquellas cuencas, que desde hace mucho dejaron de avistar el mundo.

Nadie lo auscultó. Cansado, echó a andar de la mano de su nieto. Pasado el medio día los dos Ciprianos se perdieron entre el monte. Su retorno era largo, querían llegar a casa antes de que el último fulgor del día se extinguiera.

La espera de Cipriano hubiera sido en vano. En el hospital de este municipio no hay oftalmólogo, ni quien pueda suministrar tratamiento para el Ch’lam tsots.

Para erradicar el tracoma, en 2003 la Asociación Mexicana de Salud y Economía (AMSE), filial de la Asociación Internacional de Salud y Economía (AISE), diseñó el programa Tracoma: ni un ciego más en Chiapas. Se planteó en cuatro años erradicar la enfermedad, que amenaza con dejar ciegos a más de 15 mil tzeltales de cinco municipios de Chiapas, entre ellos Chanal.

El proyecto incluía dotar de cirujanos de primer nivel, equipo médico, medicamentos, jabones para aseo personal, detergentes para la ropa, educadores de salud, plantas tratadoras y purificadoras de agua y un programa de nutrición para exterminar el tracoma. El plazo concluyó, el mal subsiste.

Los gobiernos federal y estatal se comprometieron a instalar ollas de agua y suministrar el líquido potable a las comunidades, obra pública que terminó con el fraude de constructoras y funcionarios.

El fraude de Salazar

En Nuevo Porvenir, como en todas las comunidades de Chanal, el principal problema es la falta de agua, lo que incide en todos los males de la comunidad. En sus tiempos como gobernador, Pablo Salazar Mendiguchía, evangélico como los tzeltales de este paraje, prometió que les daría su olla de agua, “agua de hule”, dicen los lugareños.

Con recursos federales, en 2005 la olla se construyó dentro del Programa de Infraestructura Básica para la atención de los pueblos indígenas y el subprograma de asistencia social y servicios comunitarios en conjunto con el gobierno de Chiapas, Uno con Todos.

Pablo Salazar adjudicó de manera directa la obra a Alejandro Antonio Vela Sánchez, presidente del Colegio de Ingenieros Mecánicos y Electricistas de Chiapas. La olla nunca sirvió. Para evitar demandas, el acta de entrega que el gobierno estatal y la constructora formalizaron con los indígenas el 13 de julio de 2005 se hizo en hojas blancas sin sello oficial.

Dos temporadas de agua se han perdido: la construcción está cuarteada y no hay gota de agua que pueda retener. Los lugareños han viajado a suplicar que se les repare su olla. Nadie los escucha. “No entienden el clamor de los tzeltales”, dice Sebastián, representante de la comunidad.

Pobreza en el bosque

Chanal se fundó en 1882, en una extensión de 295 kilómetros cuadrados, en un terreno accidentado en la región de los Altos, en medio de un bosque de pino que hoy está prácticamente devastado. Entonces las casitas eran de madera, palopique, paja, palmita y adobe; 125 años después, la mayoría de las viviendas siguen igual, salvo las de quienes han emigrado a Estados Unidos, que las hacen de block, cemento y techo de lámina.

En el municipio habitan 8 mil 500 indígenas tzeltales distribuidos en seis barrios en la cabecera municipal y 12 comunidades y parajes. Viven en el hacinamiento, en condiciones insalubres, desnutridos, enfermos, sin trabajo y en medio de un tenso clima social provocado por la oposición política, la violencia intrafamiliar y el alcoholismo.

Éste último es el principal problema social en Chanal. La doctora Berta Mandujano dice que la cirrosis es una enfermedad común en los hombres, al igual que los padecimientos del hígado y los riñones, producto de la ingesta de alcohol. Luego está la violencia intrafamiliar y los accidentes por la misma causa, suicidios y casos de incesto donde todos los agresores están bajo estado de embriaguez.

De ser una tradición de usos y costumbres, la ingesta de posh es un verdadero conflicto. Se trata de una bebida fermentada a base de maíz, aguardiente y panela. Antes se preparaba en el mismo municipio, pero ahora se trae de San Juan Chamula.

Sobre la importancia que el alcohol tiene en este pueblo, en 1980 un alcalde impuso la Ley Seca y un grupo del pueblo lo azotó, lo torturó con met (nopal espinoso) y lo macheteó. Su cuerpo fue exhibido con las huellas de tortura durante varios días.

Las mujeres son quienes desprecian el posh, “vil chucho” (perro) le llaman, porque dicen que en el embriago sus esposos se vuelven como perros con rabia.

La desnutrición malogra la infancia. Los enanos cuerpos de los niños de vientres abultados y estómagos vacíos, exhiben una delgada piel entintada de jiotes, cubierta de salpullido y mesquinos. Si se enferman de diarrea, los aniquila la parasitosis.

–¿Cuántos niños de Chanal padecen desnutrición?

–Mejor pregúnteme cuántos de ellos están sanos y le diré que ninguno, dice con un dejo tímido de reclamo y vergüenza la doctora Berta Mandujano, quien desde hace menos de un año atiende el área de urgencias en el hospital, donde llegan hasta 50 casos al día.

El hambre es el mal del que nacen todos los males. En las comunidades, arraigadas a los usos y costumbres, las mujeres mueren en el parto, la mayoría padece diabetes, tumores malignos, infecciones en el estómago y piel por la rala ingesta de alimentos y agua contaminada.

Aquí no se conoce el cáncer aunque a muchos los ha llevado a la tumba. Lo atribuyen a un castigo de Dios y se refugian en la iglesia lo mismo católicos, protestantes, bautistas, evangelistas, porque lo que sobran son religiones; y cuando les falla la fe, para cualquier enfermedad se beben hervidas las hierbas del monte, o buscan encontrar la cura en algún jarabe comercial, como la anciana Petrona, quien tiene cáncer de mama en fase terminal y vive esperanzada a que la fórmula de mentol, miel y eucalipto, le quite esa masa amorfa, podrida y maloliente en que se convirtieron sus senos.

El hospital inaugurado por Ernesto Zedillo es hoy un elefante blanco, pues saquearon los modernos aparatos para cirugías y la sala de rayos X quedó convertida en bodega de trebejos. Los medicamentos son escasos, los galenos practicantes.

Sólo las cajas que contienen polvos para preparar papilla –incluida dentro del cuadro básico de medicamentos del Seguro Popular– abastecen los estantes. Es un complemento alimenticio destinado a los menores de cinco años, pero que al final es repartido entre toda la familia como último recurso para engañar el hambre.

Hace tres años Contralínea recorrió los barrios, comunidades y parajes de éste municipio y las carencias eran exactamente las mismas que ahora, los únicos cambios: ocho kilómetros de pavimento en la cabecera municipal, la instalación de postes sin energía eléctrica y dos inservibles ollas de agua, que durante el gobierno de Vicente Fox y Pablo Salazar, oficialmente Chanal subió al rango de pobreza moderada.

“Seguimos siendo pobres, rezagados, de los últimos”, se lamenta el alcalde de extracción priísta, Esteban Jiménez López.

Aquí no hay una sola fuente de empleo. Se come lo que se siembra: frijol y maíz, los chilacayotes que crecen por gracia de la naturaleza y las yerbas que regala el monte, chipilin, hierba santa, chicalote. La única fuente de ingreso son las migajas que da el asistencialismo oficial.

En el viejo palacio municipal –que no es más que una hilera de cuarterones semivacíos con las paredes quebradas– el tiempo se detuvo, lo único que viste la desnuda pared de la habitación principal es el rostro del hijo de Satanás, la fotografía oficial que Roberto Albores Guillén repartió cuando era gobernador. El mote se lo debe en herencia a su padre, quien popularmente era conocido con ese sobrenombre.

Esteban Jiménez López está sentado justo en medio, frente a una larga mesa de madera, sobre la que reposan los bastones de mando de él y su cabildo, indígenas todos, representantes de las distintas comunidades del pueblo que se rige por usos y costumbres.

El alcalde dice que el gobierno limita los programas de Sedesol, Oportunidades y Seguro Popular, para aquellos que no son zapatistas, y el cabildo entero –representantes de todas las comunidades– recuerda que el gobierno conminó a los pueblos a dejar el zapatismo a cambio de apoyos económicos y de salud.

“Dijeron que ayudarían a Chanal, pero nosotros seguimos siendo pobres”, dice el edil, también tzeltal y uno de los pocos que habla español.

Reclama que lo poco que dio el gobierno como las estufas Lorena, (que Sedesol justificó en 10 mil pesos cada una), no sirven, pues las hicieron sin chimenea y producen mucho más humo que el fogón tradicional, lo que acrecienta el tracoma, así que las mujeres volvieron a la cocina tradicional.

En 2003 se construyeron las primeras viviendas de block con techo de lámina (actualmente el 2.41 por ciento de las casas son de este material), también pequeñas tiendas de abarrotes. Ambos factores fueron usados por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) como indicadores para justificar mejoras en la calidad de vida en las comunidades, pero éstas fueron posibles sólo con la migración, que inició en Chanal durante el sexenio de Vicente Fox.

Desde 2002 a Chanal llega una vez por mes un camión que lleva a los emigrantes a la frontera norte. El transporte lo coordinan los propios polleros, a razón de 15 mil pesos el viaje, que incluye el cruce por el río Bravo. En los últimos cinco años más de 400 hombres han emprendido el éxodo, quedando muchos extraviados no se sabe dónde, y a los que su familia tiene por muertos.
Fuente: Revista Contralínea
Publicado: Mayo 2a quincena de 2007

Tierra de rebeldes

Chanal, Chiapas. Es un tzeltal que, harto de la miseria que fustiga su tierra, se hizo guerrillero, pero nada cambió, dice. Retornó a la vida civil y siguió siendo pobre; luego se convirtió en político de oposición y persistió su miseria.

Por hambre se hizo guerrillero y por hambre desistió para que su esposa recibiera 180 pesos al mes del programa Oportunidades, usado por el gobierno para desmovilizar a los insurgentes.

“Me llamo Benjamín Velasco Gómez. Me buscaba el Ejército y el Cisen (Centro de Investigación y Seguridad Nacional) y me les escapé. Llegaron a mi milpa, me querían matar porque era de la guerrilla, me persiguieron como a todos los zapatistas. Peleé en Las Cañadas, en el ejido Morelia, en San Miguel y en Ocosingo; participé en la toma de la cabecera de Chanal, aquí controlé a mi gente para poder atacar la opresión que sufre.

“El Ejército Zapatista nació en la selva, en 1979, con seis comandantes que llegaron de México y se organizaron, así se formó la Fuerza Mexicana de Milicias. Yo empecé a participar en 1980 en una organización que se llamaba ANCIEZ (Alianza Nacional Campesina Independiente Emiliano Zapata), estaba en Altamirano, y más tarde se juntó con otras organizaciones y formamos el EZLN. Tuvimos representantes en México, Oaxaca, Puebla, Tabasco y Chiapas. Así se formó la lucha armada, en 1994 ya estaba muy extendida, ya no se podía tapar.

“Estaba el subcomandante Marcos. Desde entonces lo conocí en la selva, el comandante Rodrigo, el comandante Germán, el subcomandante Daniel, en paz descanse. Me entrené con todos ellos, me dieron instrucción política y militar, y con ellos me fui a la guerra.”

El ex miliciano tiene ojos pequeños, color azabache, que resplandecen cuando se encomienda a su memoria. El cuerpo recio, la piel oscura, bronceada por las mañanas de sol arrancando a la tierra maíz, frijol y chilacayotes –alimento básico, único, de la gente de Chanal, ubicado en la zona de los Altos– y, según su dicho, es de los que más adherentes dio al EZLN.

Benjamín nació en la comunidad Saxchilbate, el 28 de julio de 1964. Cuando tenía seis años de edad, sus padres Pánfilo Velasco López y Rosa Gómez López, sus tíos y sus hermanos, fundaron la comunidad La Mendoza. Durante un año vivieron bajo los ocotales mientras levantaban las chozas con madera, palopique, palmita y paja.

Cuenta que fue un niño con suerte, sus papás le permitieron estudiar la primaria. Caminaba entre veredas durante ocho horas para llegar a Chanal, porque aún ahora no hay camino. Luego se alquiló como peón en Chiapa de Corzo, a cambio de que el patrón le pagara el primer año de secundaria. El patrón lo corrió y quedó trunco su sueño de convertirse en maestro bilingüe.

El padre de Benjamín abandonó la casa. Él regresó para arrancarle a la tierra los granos con que alimentó a su familia. Hasta ahí llegaron quienes serían reconocidos luego como comandantes zapatistas. Dice que por su instrucción –es de los pocos resdentes de Chanal que habla español– los comandantes Germán y Rodrigo, y los subcomandantes Marcos, Daniel y Pedro, lo invitaron a dirigir a un grupo de milicianos.

Vendió sus animales y se alquiló en un jornal ajeno para comprar equipo: botas de plástico, mochila, paliacate, su cachucha, una lámpara. Y se fue a la guerrilla. Dice que el entrenamiento físico, ideológico y militar era en la zona de La Garrucha. “Hasta allí llegábamos todos los cuadros políticos”.

A los de Chanal los invitaron a la insurrección. Los convenció su miseria: el hijo desnutrido, la mujer muerta en el parto, los viejos enfermos, el pozo seco, la casa vacía, el campo estéril. Se hicieron guerrilleros los de La Mendoza, los de Saxchilbate, de El Naranjal, Saquilchén, Tzajalnich y Natiltón.

En la alborada araban la tierra. En las primeras horas del día cuidaban la cosecha, luego viajaban a pie hasta Altamirano a recibir instrucción militar. Durante 10 años repitieron la misma faena, hasta que llegaron los días de guerra, la madrugada del 1 de enero de 1994, cuando tomaron ocho alcaldías, incluida Chanal.

Benjamín dice que fue en protesta para gritarle al gobierno su existencia, que mientras el presidente Carlos Salinas anunciaba que conducía a México al primer mundo, en aquel accidentado terruño, en donde no había brechas para sacar a los enfermos de los pueblos sin tardarse menos de cinco horas, y sólo para que en el camino los emboscara la muerte.

El ex zapatista explica por qué él y otros cientos de indígenas de Chanal se volvieron guerrilleros, dispuestos a todo a cambio de aliviar la miseria de su gente.

“Entendimos a fondo la crisis que se vive en nuestro estado, en nuestra comunidad y nuestro municipio; nos organizamos, queríamos que de una u otra manera nos pudieran entender los que oprimen, los gobiernos estatal y federal, por eso nos volvimos gente de razón”.

Benjamín los conoció a todos, instruyó a muchos y los convenció de entrar “a la razón”. “Les expliqué que las injusticias que sufrimos en Chanal no son cosas de Dios sino del gobierno y llegaron al convencimiento, con esa política que se les habló aceptaron irse al EZLN. Ninguno descuidó a su familia: la fuerza mexicana de milicia era de medio tiempo, porque había que trabajar, hacer la milpa, luego organizarnos por unas horas, había que preparar al movimiento para llevar a cabo el objetivo”.

Dice que era una protesta “en contra de la nación. Se dio el combate del 94 que fue muy duro, la guerra en Chanal fue muy fuerte, porque luego de que apareció el EZ y que estaban los diálogos con el gobierno, nos buscaban en las milpas, amenazaban a la gente, a mí me perseguía el Ejército, me iban a matar. Me escapé”.

“Luego la gente fue saliendo del EZ, porque no es fácil, es perder la vida. La gente sabía que si perdía la vida por hambre era justo y necesario, y preferíamos morir que vivir 100 años muriéndonos de hambre.”

Los logros, no muchos: un hospital, algunos caminos que hoy siguen siendo los únicos accesos para comunicar esta tierra, es lo que arrancaron al gobierno con armas, algunas de madera, y su valor vuelto rabia.

La presencia del zapatismo en Chanal obligó a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) a construir, para el traslado de sus tropas, la carretera que comunica la cabecera municipal con San Cristóbal de las Casas (cuyo acceso principal está justo en el entronque con las instalaciones de la 31 zona militar, en Rancho Nuevo), y caminos rústicos hacia Altamirano y Comitán.

El proyecto de Ernesto Zedillo para mediatizar a los rebeldes fue instalar canchas de básquetbol, que a 10 años de distancia están destrozadas.

¡Que arreglen la cancha!, reclaman los lugareños a los visitantes a quienes confunden con enviados del gobierno. Y es que en estos pueblos no hay otra diversión, salvo conversar a la orilla del camino.

“No le debemos nada al gobierno, no nos regalaron nada, porque con la vida de nuestros hermanos, los inocentes y los zapatistas de Chanal, pagamos el hospital, la pavimentación de la carretera”, dice enardecido el ex miliciano, y advierte que los motivos que los obligaron a ingresar a la guerrilla aún continúan. “Unos se cansan, otros están animándose, porque la injusticia sigue”.

En 1994, cuando hizo su aparición pública el EZLN, el 40 por ciento de los hombres de Chanal eran milicianos como Benjamín, que vieron en la guerrilla el último recurso para cambiar la pobreza de su tierra.

Entonces tomaron las armas, pero con los años desistieron de su rebeldía, condicionados por el gobierno a dejar el zapatismo a cambio del dinero de Oportunidades. La mayoría lo hizo, ahora sólo el 10 por ciento se mantiene en resistencia civil.

Pero para los que volvieron “a la legalidad” nada cambió. El paliativo que les da el gobierno tampoco disminuyó su pobreza.(ALP)