“Al igual que muchos mexicanos que seguimos a lo largo de 12 años el programa, te quiero mandar un abrazo muy fuerte, una felicitación a todo tu equipo por el trabajo, por el esfuerzo, por tantas dedicaciones. También un agradecimiento por haberle puesto (sic) un poco de alegría a la gente por tantos años”.

Por la transcripción anterior, debida al colega Rafael Cardona Sandoval, nos enteramos de que Felipe Calderón Hinojosa, quien cobra como presidente de la República, sigue, atiende, ve y escucha el programa del señor Ramones. Si lo siguió durante 12 larguísimos años fue seguramente porque ése es su gusto, y ahí está el problema, porque un gusto tan pobre muestra que su cultura –cualquier cosa que eso signifique– no da para más.

No tendría importancia si el asunto quedara para las horas del descanso presidencial. Lamentablemente, el gusto del señor Calderón nos permite explicarnos el porqué del bárbaro recorte al presupuesto del Conaculta, de más de 800 millones de pesos para 2007. No tiene sentido gastar en cultura, se dirá don Felipe, si Televisa ofrece programas que él considera tan apreciables y dignos de felicitación.

Por eso mismo, en Los Pinos nadie ha dicho esta boca es de Azcárraga en lo que respecta a la Ley Televisa. El que calla otorga. Que el monopolio de las conciencias se encargue de educar a los niños y de entretener a los adultos para que se olviden del desempleo, de los bajos salarios, de la entrega del país a intereses externos.

Alguien dirá que sólo fue una rutinaria felicitación al actor de la cachucha, pero lo cierto es que el pasado 12 de septiembre, cuando se mostraba en todo su esplendor el cochinero electoral, Adal Ramones y Laura Flores encabezaban un desplegado de las estrellitas televisivas en el que ellos, “al igual que la inmensa mayoría de los mexicanos”, estaban “satisfechos con nuestra vida democrática” y felicitaban al favorecido por los nuevos mapaches comiciales.

Calderón pagó una deuda, pero también ratificó su identificación con la idea de cultura que hoy tiene su partido. No es cuento: el PAN tiene un consejo “de cultura” que preside Erick del Castillo y lo integran la citada Laura Zapata (que también pertenece al “consejo de intelectuales” del mismo partido), Rodrigo Abed, Ismael Larrumbe Garrido, Amparo Galindo, Carlos Castillo López, David Filio Gómez, Poly Coronel Gándara, Isaac Holoshultz, Héctor Reyes, Gabriela Lezama y Ramón Gaytán. En suma, el consejo de cultura panista está integrado por conocidos faranduleros y personajes mundialmente desconocidos o tal vez célebres en sus respectivos domicilios, porque entre la gente de pluma o pincel nadie sabe de ellos.

Más allá del humor involuntario de este consejo de chistorete, lo que se advierte es la ignorancia cuadrúpeda del neopanismo que representa y encabeza Manuel Espino. Ésa es la triste condición electorera y corrupta en la que se ha despeñado el partido aquel que alguna vez encabezó un intelectual de polendas como Manuel Gómez Morín, a quien acompañaban personajes de la cultura como Ezequiel A. Chávez, Jesús Guiza y Acevedo, Enrique Loaeza, Efraín González Luna, Juan Landerreche Obregón, Adolfo Christlieb Ibarrola, Manuel González Hinojosa y algunos más.

Imposible olvidar que al PAN le dieron sus mejores años polemistas como José Ángel Conchello, Gerardo Medina o Carlos Castillo Peraza, que por cierto hablaba de un “triunfo cultural” que si existió fue mera chinampina, ruido sin nueces. Un reconocido intelectual del viejo panismo fue Luis Calderón Vega, que por lo visto no heredó el amor por los libros ni las inquietudes intelectuales a sus hijos, aunque alguno de ellos hizo una maestría patito en la Universidad de Harvard. Pero ya se sabe: lo que natura non da, Salamanca non lo presta.

Fuente: Revista Contralínea
Fecha de publicación: Junio 1a quincena de 2007