La interrogante pretende exhibir irresponsabilidad política en la «constitucional» estafa de 1999 y oculta la función de la banca en tanto vértice del triángulo de poder especulativo en tiempos de oportunidades, casinos y divisas.

El poder no es como sus partidos políticos que permanentemente se entretienen con mutuas reconvenciones. Estos gladiadores poseían escudos de cemento y sabían que enfrenamientos encubridores ferozmente verbales conservan la democracia.

Partidos extremadamente desgastados son hoy parcialmente reemplazados por BANK-MEDIOS obligados a actuar de manera directa.

Son más susceptibles ante la pérdida de un centavo y, a la vez, absolutamente insensibles ante principios tales como soberanía, integración o demandas nacionales.

Un pequeño cuestionamiento a su continuidad al mando del país provoca la reacción de una demencial desmesura.

Desconocen su papel en la destrucción del Estado y avivan el discurso democratizante de las multilaterales, donde están listas las medidas de presión, incluso las extremas que conoce el continente.

Saben que, por ahora, las palabras del Presidente no encuentran la organización social ni estatal que favorezca su concreción en lo inmediato. Su soporte radica en la adhesión del electorado que, por cualquier equívoco, podría convertirse en espejismo.

América Latina y Ecuador, en ciertos avances, no volverán atrás. Tienen conciencia de estructuras especulativas que han controlado todo.

Ecuador ha ingresado a un período de cierta perceptibilidad del poder que manejó la subjetividad colectiva, multiplicó prejuicios, engendró una falsa moral, lesionó la intelección de la cotidianeidad y de nuestra historia. Manipuló elecciones, encuestas, escrutinios, administraciones, gabinetes, feriados bancarios, golpes de Estado «constitucionales» y más.

Esto presagia la terminación de la calma, tejido que gasta la inercia de esas fuerzas si no logra otro golpe de Estado o la muerte de factores aglutinantes del adversario.

Separar al Estado de aquello que lo ha enajenado es la primera condición para una política soberana, no reductora de la economía a las ficciones del tecnicismo fiduciario, ideología que copa y ocupa a todo el poder especulativo.

Los temores que a nivel internacional esta «industria bancaria» y sus medios transmiten están destinados a crispar el papel de las multilaterales para que revean su «pasividad» conspirativa; incluso exhortan a instancias como la OEA [1] poco dispuesta a obedecer de inmediato.

La Asamblea Nacional Constituyente es un espacio que puede desatar una tormenta de ideas que abra paso a un movimiento ascendente de la Nación, el pueblo y sus designios.

[1Organización de Estados Americanos