Hay un comedor infantil que se ha convertido en una especie de fortaleza contra la desnutrición, según narraron los trabajadores sociales que militan en el barrio.

Pero cada pedacito del mapa de Los Vázquez está signado por la basura.

La acumulan según la sabiduría y las necesidades de las familias y después caminan kilómetros para venderla y tratar de empatarle al fin de mes.

Los carros de Los Vázquez atraviesan los caminos tucumanos para que decenas y decenas vivan de la basura. Pero el gobierno es ciego, sordo y miente. Ahora quiere imponer multas a los cirujas.

Para llegar a un centro de salud, mamás, papás y chicas y chicos tienen que caminar quince cuadras, donde no hay pavimento y casi siempre campea el barro y la oscuridad.

¿Dónde queda aquello del jardín de la república, se preguntarán los vecinos de Los Vázquez?

¿Quién privatizó el jardín? O, ¿quién se robó la república que anunciaba el jardín?

Ya no florecen los colores y los bellos aromas, tampoco hay recuerdos de la independencia proclamada en esa misma provincia hace casi doscientos años.

Florece la hipocresía del gobernador, del que dice que ya nadie vive de la basura en Tucumán.

Hay pocas casas de material en Los Vázquez, el cartón abunda pero no puede torcer su naturaleza y cada lluvia genera una desesperada búsqueda de nuevos pedazos de papel grueso para soportar lo que caiga del cielo, siempre menos inclemente que el cinismo oficial.

 Estamos combatiendo la pobreza -agregó el gobernador Alperovich, otra extraña cabriola literaria que, en realidad, significa que están combatiendo a los pobres.

Pero los cronistas tucumanos tienen dignidad y gracias a ellos aparecen las otras voces, de los que viven de la basura, de los que pelean por vivir y no por mendigar la existencia.

“Vivo con mis siete hijos en dos pequeñas casillas de madera y cartón. Cuando hace mucho frío nos juntamos todos para darnos calor. Necesitamos por lo menos unas colchitas para pasar la noche”, dijo María Caro, una de las vecinas.

Otra mujer remarcó: “Recibo un plan social de sólo 300 pesos. Pero mi esposo sufre diabetes y debo alimentar cuatro hijos así que tengo que vender basura. No entiendo por qué el gobernador no quiere que vendamos los desperdicios”, fue la denuncia en clave de indignación.

Rosa Reynaga le contó a los periodistas que necesita que el gobierno le de un par de zapatillas para sus hijos porque con el frío y el barro “está fiero para andar en ojotas”.

Sin embargo, el discurso oficial del gobernador de Tucumán dice que ya no hay quien viva de la basura y que su administración combate la pobreza.

Una cruel mentira, una de las tantas formas de la violencia del sistema.

# Agencia APE (Argentina)