La publicación en las páginas de El Espectador, de un publirreportaje del narcoparamilitar alias ‘Macaco’, representa no sólo una afrenta contra las víctimas de la acción paramilitar, sino la expresión máxima de que la prensa hace mucho rato claudicó ante el poder del dinero y de la pauta, cualquiera sea el origen del primero, y los intereses ideológicos de la segunda.

La historia combativa de El Espectador, con altos referentes éticos capaces de confrontar gobiernos y de exigirle la renuncia, por ejemplo, aErnesto Samper, por el caso del 8.000, quedó sepultada por la decisión editorial de publicar el publirreportaje al mencionado paramilitar.

Pero al tiempo en que se sepultan los pasados buenos oficios periodísticos del hoy semanario, se ponen de manifiesto, a la luz pública, los más extraños intereses económicos a los que hace rato claudicaron canales de televisión y radio, y periódicos como El Tiempo y el propio Espectador, entre otros.

Y es así, porque parte de la crisis que hoy enfrenta el periodismo mundial, pero especialmente el colombiano, se sostiene en la elevación de la noticia, de lo noticiable y de lo noticioso, al estatus de mercancía. Ahí está la razón y la explicación de las macabras decisiones de los dos periódicos bogotanos de publicar informaciones relacionadas con paramilitares (Recuérdese que en su momento El Tiempo publicó un texto similar, de alias ‘Cuco Vanoy’).

Claro que elevar al estatus de mercancía, de bien intercambiable y de uso, hechos complejos y por momentos difíciles de explicar y comprender, se explica porque los medios masivos, como empresas, cambiaron sus prioridades: ya no interesa informar para generar opinión pública; hoy se informa para entretener y distraer. Y todos sabemos que entretener cuesta.

Lo que advierten este tipo de decisiones editoriales es el desprecio total que medios y periodistas sienten hacia el rol que la modernidad les propuso: ser los perros guardianes de la democracia, o lo que muchos llaman el Cuarto Poder. Lejos de representar el Cuarto Poder, los medios colombianos decidieron jugar el papel más fácil y cómodo para los otros poderes: ser acríticos y por ese camino, convertirse en amanuenses de fuentes oficiales e intereses empresariales mezquinos.

La autocensura, la censura, el encubrimiento y el fungir como lavadores de imagen (para eso sirve un publirreportaje), son las prácticas a las que hoy el periodismo colombiano apela para generar estados de opinión pública. Es fácil reconocer qué tipo de opinión pública se puede generar cuando dichas prácticas hacen parte fundamental del quehacer de unas empresas mediáticas inmersas en las dinámicas de fortalecimiento financiero, haciendo a un lado actividades connaturales al ejercicio periodístico, como seguir y evaluar la labor del Estado y de gobiernos en particular; criticar, monitorear y proponer políticas públicas, así como vigilar de cerca las formas como se agencian los intereses públicos. Todo lo anterior con un fin último: generar una opinión pública crítica y deliberante, capaz de discutir asuntos públicos.

Para comprender las complejas condiciones en las que hoy sobrevive el régimen político colombiano se requiere de unos medios distintos, alejados no sólo de esas prácticas, sino capaces de yuxtaponer a sus legítimos intereses económicos, los máximos intereses de las audiencias que los consumen.

Quizás como empresas mediáticas aseguren el éxito económico, pero perderán un bien incalculable: la credibilidad. A través de internet las audiencias cada vez más le hacen el quite a la información mediática amañada y con visos claros de hacer parte de efectivas maniobras de propaganda. Desconocer la inteligencia de las audiencias es un gran error que las empresas mediáticas no pueden darse el lujo de continuar cometiendo.

De ahí la necesidad de crear y consolidar verdaderos observatorios de medios, ligas de audiencias y consumidores, en aras de generar una actitud vigilante frente a la información periodística- noticiosa, así como frente a la oferta de bienes y servicios.

Mientras que se crean y se fortalecen dichos mecanismos de control social y político, la actitud editorial de El Espectador obliga a repensar el periodismo, tarea esta que deben asumir con valor las facultades de comunicación social. Y mientras esto sucede, un adiós definitivo al insepulto Cuarto Poder y a la ética periodística.