Nada nuevo en verdad porque para ello fue creada: para infiltrar y desestabilizar toda institución, todo medio de comunicación y todo gobierno que no convenga a los intereses del imperio.

Siempre hemos afirmado que unos somos los periodistas y otros son los individuos que se aprovechan de un medio de comunicación para delinquir; esos, simple y llanamente, debemos de llamarles delincuentes. No solamente la CIA se dedica a estos ilegítimos menesteres, son muchas organizaciones de las naciones dominantes las que infiltran, dividen y desestabilizan en el mundo. Son instrumentos muy bien camuflageados y que con mucho dinero lo mismo sirven a partidos políticos, a sectas religiosas, a organizaciones secretas y a gobiernos de la ultraderecha.

Hernán Uribe, en un artículo que difunde nuestra querida agencia de noticias, ALAI AMLATINA, nos da a conocer que el diario conservador chileno El Mercurio inserta cotidiana y machaconamente abundantes materiales en contra del gobierno bolivariano de Hugo Chávez pero ha guardado ominoso silencio sobre las denuncias que relacionan a medios y periodistas venezolanos con la Central Intelligence Agency (CIA) y otras entidades de Estados Unidos.

Se refiere a la abogada estadounidense, Eva Golinger quien el 25 de mayo pasado en Caracas, denunció que el Departamento de Estado de su país estudiaba financiar a medios y periodistas venezolanos. El plan de una llamada División de Asuntos Educativos y Culturales seria influir sobre la política editorial de los órganos de comunicación, opinó Golinger.

“Lamentablemente a lo mejor hay en Venezuela periodistas manipulados por el Departamento de Estado”, sentenció la jurista. Las palabras de Golinger reforzaron las revelaciones que días antes emitió VTV, canal de televisión estatal, donde se afirmó, con nombres y apellidos, que seis periodistas venezolanos recibieron dinero del gobierno de Washington.

Entre los mencionados se encuentra Roger Santodomingo quien, además, fue acusado el 28 de mayo pasado ante la Fiscalía de la Nación de “instigar al magnicidio y de recibir financiamiento de Estados Unidos", para desestabilizar al Gobierno”. Los otros 5 son: Aymara Lorenzo, Pedro Luis Flores, Ana Karina Villalba, María Fernanda Flores y Miguel Angel Rodríguez.

Con anterioridad, el gobierno de Venezuela denunció al canal Globovisión por difundir en clave una incitación a la eliminación física del Jefe de Estado mediante la fórmula de reproducir con insistencia la noticia del atentado al fallecido Papa Juan Pablo II y la utilización como música de fondo de la canción “Esto no termina aquí” del panameño Rubén Blades. Fue, obviamente, un mensaje subliminal… Los alegatos de inocencia de Globovisión rememoran un episodio ocurrido en Chile en vísperas de golpe de estado militar. El 21 de agosto de 1973, una radioemisora de Puerto Montt, ciudad ubicada al sur del país, difundió repetidamente este mensaje: “Somos más de lo que pensamos. Caperucita Roja está con nosotros”. Era un recado para los confabulados y el nombre de la niña del cuento correspondía a Pinochet quien había decidido unirse a la conspiración.

La omisión de El Mercurio acerca de la CIA tiene desde luego una motivación política, aunque también una explicación freudiana pues le es molesto rememorar que en los años setenta recibió millones de dólares para contribuir al derribo y muerte del presidente Salvador Allende. Tres años después del golpe, una investigación del Senado estadounidense reveló que la intromisión de la CIA en ese periódico, llegó al extremo de que sus agentes realizaran hasta la diagramación del rotativo.

La injerencia en la prensa de la CIA, se basa y se cimienta en un clásico “principio” imperial que formuló en su oportunidad, William Colby, uno de sus directores: “La CIA tiene el derecho legítimo de infiltrar a la prensa extranjera, pero no a la de Estados Unidos. La CIA tiene la misión de influir mediante los medios noticiosos en el desarrollo y desenlace de hechos políticos de otros países”. Efectivamente estimado Hernán: “sin comentarios”, pero ya estamos advertidos, lo demás sería pecar de una inocencia supina.